Gabriele suspiró profundamente, una exhalación cargada de frustración y desapego. Giorgio, su hermano, le había causado suficientes problemas como para durarle toda una vida. Jaquecas interminables, noches en vela y un mal humor que no cedía. Había intentado ayudarlo de mil maneras, pero Giorgio era terco: no había forma de salvarlo si él no quería ser salvado. Gabriele había llegado a una conclusión fría. Si su hermano insistía en cavar su propia tumba, no iba a ser él quien lo detuviera. A partir de ahora, dejaría que las cosas siguieran su curso, incluso si eso significaba sacrificar a Giorgio. La idea no lo perturbaba; era una decisión lógica, necesaria.Caminó con paso firme hacia el jardín, donde su chofer lo esperaba junto al lujoso Mercedes negro. El coche brillaba bajo la luz del sol, imponente y silencioso, como una extensión más de su poder. Gabriele no dijo una palabra; no hacía falta. El chofer abrió la puerta trasera, y él se deslizó en el asiento de cuero, sintiendo cóm
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