Inna permanece inmóvil, observando a la pequeña que se aferra a Dmitry con un gesto de absoluta desesperación. Su presencia, tan vulnerable y al mismo tiempo tan inocente parece iluminar toda la estancia. Aunque intenta llamarse a la calma, su cuerpo la traiciona, y siente cómo su corazón late con fuerza, casi con dolor. Un impulso desconocido, intenso y natural, la invade: el deseo de abrazar a la niña, de protegerla de lo que sea que la haya hecho llorar de esa forma aun cuando no es ella en quien busca consuelo.—Layeska, cariño —escucha a Dmitry llamarla una vez más, pero la niña sigue aferrándose a él con todas sus fuerzas, negada a separarse de la seguridad que claramente le brinda los brazos de su padre—. Princesa, dime que es lo que pasa.Inna observa cómo Dmitry, abandona totalmente su postura fría y reservada. Su rostro se suaviza, y la manera en que acaricia el largo cabello de la niña, susurrándole palabras de consuelo, es genuina, profundamente tierna. La escena es tal, q
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