#6

Han pasado tres días desde el funeral del viejo doctor.

Dmitry se encuentra sentado en su antigua oficina, un espacio que rara vez alguien más había visto, un santuario silencioso en el ala más apartada de la hacienda. 

A esas horas, las sombras de la noche se adueñan del lugar, solo rota por la tenue luz de un pequeño aplique en la pared, que apenas permitía distinguir los contornos de los muebles en la habitación. 

Frente a él, en el desgastado escritorio de madera oscura, se hallaba una fotografía, pequeña pero poderosa, enmarcada en oro. 

La imagen capturaba el momento de una risa abierta y despreocupada; Anastasia Ivanova sonreía con el sol de Italia iluminando su rostro, con ese brillo en sus ojos que siempre se había mostrado tan inalcanzable para él.

Dmitry toma un trago de vaso whiskey, sintiendo el calor lento que recorre su garganta, pero que no logra disipar del todo el peso de su soledad. 

El recuerdo de la mirada de la viuda Volkova vuelve a él, y aunque puede que sus ideas sean un absurdo, puede jurar que, por un momento, esa mirada tuvo el mismo destello que siempre vio en la de Anastasia.

Dejando salir un suspiro, se recuesta en la silla y se permite, como en muchas otras ocasiones, perderse en el recuerdo de ella. 

Aquella foto, tomada en un viaje a Florencia que había hecho con su padre hacía años, era uno de sus secretos más íntimos. 

Se la había hecho llegar alguien de su confianza, y él la había guardado como una reliquia, una verdad a medias de un amor que nunca había llegado a confesarse.

La amaba en silencio. 

Anastasia era para él un sueño roto, algo que siempre había estado allí, pero que jamás había podido tocar. 

Ella pertenecía a un mundo diferente, uno lleno de luz y bondad, y él... él vivía en las sombras, en el peligro y la deshonra constante de su propia existencia. 

Cuando Nikolay hizo público su interés por ella, Dmitry sintió su mundo derrumbarse, y la envidia y el dolor se enredaron en su pecho, hasta unirse al odio que sentía hacia él, un maldito infeliz que nunca había sido digno de ella.

—Ese bastardo nunca la mereció—, murmuró con amargura, recordando cómo Anastasia sonreía brillantemente al ir de brazo con él. 

Al regresar en sus recuerdos y ver como Anastasia y Nikolay habían posado como la pareja perfecta frente al altar, mientras él, apartado y oculto, lo observaba todo en silencio, sintiendo una impotencia desgarradora.

Dmitry no puede evitar preguntarse si ella alguna vez había notado su presencia a su alrededor, o si él había sido, para ella, solo una sombra entre la multitud, un ser despreciable como lo era para el resto.

Abriendo sus ojos, da un nuevo y pesado suspiro mientras baja la mirada hacia la foto, sus ojos ahora oscurecidos por una nostalgia profunda. 

Recordó los últimos días antes de que todo ocurriera. Recordó haber visto a Anastasia feliz durante su prueba de vestido, la conversación que él mismo sostuvo con su padre, un hombre estricto, pero no por ello menos justo. Recuerda las palabras de Kaesar y las preocupaciones que tenía en referencia a la boda y el trabajo que le pidió realizara para él.

Pero jamás se habría imaginado lo que ocurriría después: aquella brutal escena en la iglesia, el cuerpo sin vida de Kaesar Ivanov, y Anastasia, en el centro de la tragedia, acusada de asesinato. 

La idea misma le producía un nudo en el estómago, porque Dmitry sabía que ella era inocente, que jamás sería capaz de algo tan horrible. Pero también siente la impotencia de no haber podido hacer nada por probar su inocencia.

Siente la punzada de odio al recordar cómo la sociedad, la prensa, y sobre todo Nikolay, aquel maldito que prometió protegerla, se volvieron en su contra sin dudar. 

Lo que más lo hirió fue el silencio de Nikolay en el juicio, cuando pudo haber hablado para salvarla y, en su lugar, reforzó las acusaciones. 

Verla condenada a cadena perpetua es el golpe del que no se recuperaría jamás, así como el haberse enterado de su estado de gestación en prisión, y el anuncio de su muerte unos meses después de dar a luz fue la estocada final. 

La única mujer que había amado, y a la que siempre había protegido desde las sombras, había sido destruida, injustamente, irremediablemente. 

Nadie le creyó, nadie intentó siquiera salvarla.

El vaso de whiskey tintinea en su mano cuando el pensamiento se vuelve insoportable. 

Da un largo sorbo y aparta la mirada de la fotografía, queriendo a la vez recordar y olvidar ese dolor, ese amor imposible que había guardado durante tantos años. 

Desde que era un niño, desde que ella fue la única que lo defendió cuando los demás se burlaron de él por ser un hijo bastardo...aunque con el tiempo lo olvidara.

Unos golpes suaves lo sacan de sus pensamientos. Alzando la vista, en la penumbra distingue la figura de Grigori, su más leal amigo y hombre de confianza, que aguardaba en el umbral de la puerta.

Dmitry respira profundamente, buscando calma. 

—Si es algo de negocios, no estoy interesado, Grigori—, dice con un tono grave, su voz cargada aún con el peso de los recuerdos.

Grigori no se mueve, permanece en su lugar, sus manos entrelazadas al frente y la expresión cuidadosamente controlada. 

Había estado junto a Dmitry en sus momentos más oscuros, sabía cuándo algo realmente podría interesarle.

—Créeme Dmitry, este negocio, es de tu total interés—, contesta finalmente, y el leve destello de algo indescifrable en sus ojos captó de inmediato la atención de su jefe.

Dmitry frunce el ceño, sintiendo una mezcla de curiosidad y desconfianza. —¿A qué te refieres? —, preguntó, ahora más alerta.

Grigori se acerca un poco, y en su voz baja y respetuosa habla con una nota de importancia que Dmitry no puede pasar por alto. 

—La viuda Volkova está aquí. Quiere verte y dice que no se marchará sin hablar contigo.

El aire parece volverse pesado de golpe. 

Dmitry se queda en silencio, observando a Grigori mientras su mente procesaba lo que acababa de escuchar. Volkova...

—¿La viuda Volkova? —murmura, y su mirada se perdió de nuevo en la fotografía de Anastasia, como si aquella vaga sensación de reconocimiento tomara más fuerza.

Grigori asiente, inclinando ligeramente la cabeza. —Y bien ¿qué debo decirle? ¿Qué no te interesa?

Dmitry apoyó el vaso de whiskey en el escritorio, permitiéndose un momento de pausa. 

La viuda del doctor Volkov... aquel hombre que había estado buscando los últimos cuatro años después de enterarse que él fue quien atendió a Anastasia después del atentado en la cárcel, después de saber que él fue quien realmente certificó su muerte. 

El mismo del que solo pudo saber su paradero una vez que ya estuvo muerto

La curiosidad comienza a despertar en Dmitry, mientras, mira a Grigori con intensidad, como si intentara leer algo entre líneas. Sin embargo, aunque no lo diga en voz alta su interés está definitivamente capturado. 

¿Qué podía querer aquella viuda de él? 

Es cierto que él mismo se puso a su disposición, pero la visita instantánea no la esperaba. Y entonces, una idea vaga, pero inquietante idea cruzó su mente, como un rayo de intuición que apenas puede controlar: ¿y si aquella mujer, supiera algo de lo que pasó con Anastasia?

Sin perder un segundo más, Dmitry toma el vaso de whiskey de nuevo y da un último trago. Colocándose de pie, se ajustó el traje y asiente a Grigori, indicando que atenderá a la mujer.

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Inna observa los detalles de la sala con marcado interés, deteniéndose en un cuadro que adorna el centro de la estancia sobre la chimenea, en el mismo se puede ver a Grigori sonriendo feliz mientras en sus brazos sostiene a una hermosa niña, misma que viste un vestido de encajes que por un momento le recuerdan al hermoso vestido blanco de Scarlett O´hara,  cuando detalla cada rasgo de la pequeña en la pintura, Inna puede sentir como su pecho se llena de una repentina tibieza, y dulzura, que le hacen sentir añoranza, pero no una vacía como la de los últimos 6 años, no, esta es diferencia, es como el anhelo satisfecho, como una espera que llega a su final.

—Señora Volkova—, dice una voz a sus espaldas, misma que la regresa a la realidad.

Al volverse buscando el origen de la voz, se encuentra con la presencia de Dmitry quien se encuentra en la puerta de la estancia. Y aunque en un principio llegó con total seguridad, hay algo en los ojos del hombre que no deja de observarla con intensidad

—Inna, por favor —pide buscando recuperar su seguridad—. Si no le molesta, claro está.

—Claro que no—asegura mientras termina de entrar en la sala y con un gesto de su mano le indica que tome asiento—, será todo un placer en realidad.

Una vez que llega junto a Inna, toma asiento en el sofá frente a ella.

—Bien ¿a qué se debe el placer de su visita? —, pregunta, sus palabras cuidadosas y medidas. Por alguna razón, aun cuando ella no dice nada, por primera vez en mucho tiempo, algo dentro de él, le hace sentir que el suelo bajo sus pies podría volverse inestable.

Por su parte, Inna guarda un momento de silencio, pensando bien en sus próximas palabras, y aun cuando piensa en todas las formas en las que puede abordar la situación, prefiere ser directa.

—Mi esposo tenía algunos asuntos pendientes en este pueblo, y me gustaría resolver todos esos cabos sueltos antes de marcharme— dice sin rodeo alguno.

Dmitry la escucha y no tiene problema en dejar que la confusión se haga presente en su rostro.

—¿Y cómo podría yo ayudar con eso? —pregunta mientras fija su mirada en ella—. Y más importante aún, ¿qué ganaría yo con ello?

—Ver destruido a Nikolay Morozov…

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