#5

—No puedo creer que realmente se atrevieran a asistir—son las palabras de Arman mientras desabotona el chaleco de su traje y se deja caer en el sofá principal de la sala—. Pensé que esos bastardos conocerían un poco de la palabra decoro.

—Eres bastante optimista— es la respuesta de Inna, su tono bajo deja en claro lo agotada que se siente—. La verdad, no creo que el decoro sea algo que ellos conozcan o tan siquiera les importe un poco.

Arman asiente levemente para luego tomar un trago de su vaso de whiskey antes de fijar la mirada en la pelinegra quien se encuentra de pie frente al ventanal que da hacia el jardín.

—Anastasia…—comienza, pero sus palabras se detienen cuando la mirada de su amiga se despega del paisaje exterior y la fija en él con un brillo asesino—. Perdón, perdón. Inna. ¿Crees realmente que tu plan funcione? 

Al escuchar esa pregunta, Inna se queda en silencio. Después de un momento, se separa de la ventana y comienza a caminar por la sala mientras piensa en cómo responder a esa pregunta de forma correcta.  Cuando sus pasos se detienen, lo hace frente al espejo que se muestra sobre la chimenea en el centro de la estancia. Su mirada se pierde en la imagen que le regresa la mirada desde el reflejo del espejo. Su mano derecha se posa sobre su mejilla y se desliza suavemente por su rostro, un rostro al que si bien, ya se encuentra acostumbrada, para nada se parece a ese que por mucho tiempo fue el suyo.  

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—Mi rostro…—dice entre lágrimas de desespero mientras se ve al espejo—. ¿Qué?... ¡¿Qué le hizo a mi rostro?!

—Era la única forma de salvarte Anastasia, créeme —es la respuesta del mayor mientras se acerca a la cama e intenta tomar sus manos, pero ella no se lo permite—. Si no te hubiésemos operado de emergencia, tu rostro hubiera quedado desfigurado.

—Usted…ustedes… ¿pero que ha hecho? ¡¿qué me ha hecho?!

—Anastasia—dice con un tono que busca ser conciliador y transmitirle calma— Ve esto como una oportunidad para volver a comenzar, nadie busca a una mujer con tu aspecto, ahora que nada queda del rostro de Anastasia Ivanova, puede ser quien quieras…

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—¿Inna? —llama una vez, pues el silencio de la pelinegra le preocupa.

Cuando la voz de Arman la regresa a la realidad, Inna retira la mano que se encuentra sobre su rostro y por medio del reflejo observa a su viejo amigo y termina por darle una sonrisa.

—Lo estoy— dice con un tono frío y convencido mientras da la espalda al espejo y ve a Arman de frente—. Todos los que me traicionaron y tuvieron algo que ver con la muerte de mi padre van a pagarme cada lagrima que he derramo estos años y cada segundo que estuve en esa cárcel alejada de mi hija y de mi madre.

La forma en la que su voz sale en esas últimas palabras, es capaz de helar la sangre de cualquiera. En ella poco o nada queda de la mujer que sentenciaron a morir tras las rejas. Esa persona ingenua, enamoradiza y confiada que fue Anastasia Ivanova murió, en su lugar, solo queda Irina Volkova, un lobo que no dudará en arrasar con todo lo que se cruce a su paso hasta recuperar lo que es suyo.

—¿Tienes la información que te pedí? —pregunta mientras termina de recuperar la compostura y camina hasta el sofá tomando asiento frente a él.

—Sí, sobre eso…— Arman piensa en cómo enfrentar el tema—. Por el momento, lo único que pude encontrar fue el registro de ingreso de tu madre a una institución de cuidado para personas mayores.

Al escuchar las palabras de Arman, Inna siente como su mundo se desmorona un poco más. Nunca, ni en sus peores pesadillas hubiese imaginado a su madre en un lugar como ese.

—¿Y mi hija? —pregunta con amarga esperanza.

—Lo siento…—dice en tono bajo, sintiéndose mal consigo mismo por no tener una respuesta exacta, o por lo menos una que le dé esperanzas—. Todo lo que encontré fue el acta de muerte de la enfermera que se la llevó del hospital de la cárcel...perdóname Inna.

Esas palabras hacen que un profundo silencio se instale entre ellos. Aunque ella tenía muy en claro que las cosas no serían fáciles, esperaba que dar con el paradero de su madre y su hija no se le hiciera tan cuesta arriba.

Pero el silencio entre ellos no dura mucho, de hecho, se rompe rápidamente cuando unos pasos se hacen presente en la sala. La ama de llaves, una mujer de edad avanzada, se acerca con pasos discretos, inclinando ligeramente la cabeza al estar en la presencia de su nueva señora.

—Disculpe, señora Inna —dice con un tono muy respetuoso—, tiene una visita.

Inna y Arman se miran entre ellos, sus miradas dejando en claro su duda sobre el quien podría ser.

—¿Una visita? —pregunta con ligera sorpresa, aunque sus ojos muestran un destello de desconfianza, ella no esperaba recibir la visita de nadie o por lo menos no tan pronto—. ¿De quién se trata?

La mujer la mira fijamente, con algo de desconfianza incluso antes de contestar.

—Es el señor Morozov, señora— responde con tono tranquilo la mujer—. Tal vez el doctor le habló de él, es el dueño de la hacienda Romanovskaya.

Las palabras caen en la sala como una bomba. Arman endereza su postura, su cuerpo tensándose ante la mención del nombre de Nikolay. Inna, sin embargo, no deja que su rostro delate ninguna emoción. Su compostura es impecable, su fachada inquebrantable.

—Nikolay… —repite ella muy por lo bajo, pero esta vez no es con sorpresa, sino con un toque de burla apenas perceptible. Inclinándose ligeramente hacia atrás, cruzando las piernas con su elegancia natural—. Señora Tania hágalo pasar, por favor.

La ama de llaves asiente y se retira. Arman, preocupado, se inclina hacia ella.

—¿Estás segura de esto? Después de todo lo que dijo en el juicio… ¿vas a enfrentarlo de esta manera?

Inna no responde de inmediato. Sus dedos juegan con un mechón suelto de su cabello. Esa misma cabellera que tantas veces Nikolay acarició, pero que ahora perteneciente un rostro y una mujer que no podrá reconocer.

—Arman, querido —dice finalmente, sin apartar la vista de la puerta por donde Nikolay aparecerá en cualquier momento—, la venganza es un plato que tiene un sabor exquisito cuando se sirve frío. Él no sabe quién soy, y allí está mi ventaja para poder hundirlo.

Aunque no dice nada en voz alta, Arman asiente, aunque en sus ojos queda marcado el rastro de la duda. Por mucho que confíe en la inteligencia y la astucia de Inna, ella sigue caminar por el filo de una navaja tan afilada como lo es su deseo de venganza, un solo paso en falso, por más mínimo que sea, terminará por arruinarlo todo.

De pronto, los pasos de Nikolay comienzan a resonar por el pasillo, su presencia entrando en la sala con la arrogancia adquirida en los últimos años. Inna se fija en él, y aunque en lo físico no es mucho lo que ha cambiado, si puede reconocer que ahora su porte es el de un hombre que observa al mundo por sobre su hombro, el cinismo y la prepotencia marcados en su rostro.

—Señora Volkova —dice, sus ojos evaluando a la mujer frente a él sin reconocer el fantasma del pasado que tiene ante sí—. Es un honor finalmente conocerla, en privado. Aunque si me permite expresarlo, lamento profundamente que las circunstancias que impulsan nuestro encuentro sean unas tan trágicas.

Y aunque su tono es cortés, Inna reconoce en él la frialdad calculada de quien no lamenta nada en realidad.

Levantándose del sofá, mantiene la mirada fija en él, como si pudiera atravesarlo con sus ojos. Se acerca lentamente, cada paso perfectamente calculado para que el movimiento de su cuerpo capte el interés de Nikolay. Cuando por fin está lo suficientemente cerca, extiende una mano con una sonrisa serena.

—Señor Morozov —responde, su voz suave—, el honor es mío. No sabe cuánto aprecio que haya venido a presentar sus respetos.

Nikolay estrecha la mano con la cordialidad que se espera de alguien de su posición, aunque sus ojos vagan por el rostro la mujer deleitándose con su imagen. La mujer que tiene frente a él es impresionante, de una belleza refinada, aunque hay algo en su mirada… algo que no logra identificar pero que lo intriga.

—Entiendo que nunca antes había estado aquí, así que espero y me consideré si llega a necesitar algo —dice, retirando su mano con suavidad, dejando una caricia sobre la de ella—. El doctor Volkov fue un hombre muy querido y respetado, aunque no vivió aquí durante los últimos años, era un amigo muy cercano a nuestra familia.

Inna asiente, aunque guarda un breve silencio, ladeando la cabeza ligeramente, estudiando a Nikolay.

—¿Y qué lo trae por aquí, además de las condolencias? —pregunta, con un tono casual.

Nikolay suelta una risa breve, que no alcanza a ser genuina.

—Solo quise conocer a la mujer que ahora es dueña de todo lo que alguna vez fue de los Volkov— responde—. Este no es un negocio fácil para una mujer, menos aun si no se conoce bien y no cuenta con ayuda…capaz —eso último, dicho con desdén mientras observa a Arman.

Inna mantiene la compostura, su sonrisa intacta, pero por dentro siente cómo cada palabra de Nikolay le hace hervir la sangre.

—Bueno —responde ella, observando de reojo a Arman, quien permanece en silencio—, en realidad no planeo quedarme mucho tiempo aquí, mi plan es vender la hacienda y marcharme.

Nikolay levanta una ceja, interesado por lo que escucha.

—Es lamentable escuchar eso. Porque en este pueblo… no hay mujeres tan hermosas como usted, y seguramente su presencia mejoraría la cosecha.

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