#3

༻ Siete Años Después. ༺

—¿Estás seguro de lo que estás diciendo? —pregunta mientras corta un trozo de la carne de su plato y la lleva a su boca.

—Nuestros hombres ya confirmaron la información —responde con seguridad mientras mantiene su mirada fija en el pelinegro—. A estas horas ya el fúnebre debe estar llegando al pueblo.

Tras esas palabras, el pelinegro se queda momentáneamente en silencio. Dejando de lado su plato de comida, extiende su mano y toma su copa, la observa un momento antes de dar un trago corto y degustar el sabor del vino.

Cuando la noticia de que el viejo doctor había muerto, él sinceramente esperó por un momento que aquello no fuera más que un simple rumor. Por cinco largos años había estado buscando dónde se había metido aquel hombre y ahora que por fin había logrado dar con su paradero, se hallaba con la desagradable noticia de su muerte.

—¿Quién queda que pueda ayudarnos a obtener la información que quiero? — pregunta de vuelta mientras extiende su mano para dejar la copa sobre la mesa nuevamente.

El hombre frente a él duda por un momento sobre su siguiente respuesta, realmente preocupado de la reacción que pueda tener su jefe ante sus palabras.

—Toda la información que pudimos obtener sobre él, es la misma que tienen todos los del pueblo, que se casó con una mujer desconocida y ahora que está muerto solo sabemos que su última voluntad fue ser enterrado aquí…—por un momento el hombre duda sobre si continuar, consciente de que toda la tranquilidad reflejada en los ojos que lo miran de forma insistente, es totalmente falsa—. Sea lo que sea que estuvo haciendo o en donde estuvo todo este tiempo, supo cubrirlo muy bien.

La sonrisa cínica y cruel que se dibuja en el rostro del pelinegro, hace que, a excepción de uno de ellos, todos los presentes en el comedor de la casa traguen grueso y sientan como el miedo se comienza a formar en sus cuerpos. Con un gesto lento, el hombre comienza a mover su mano hacia la mesa, pero no en dirección a la copa de vino o a los cubiertos. el hombre frente a él, siente como el aire se congela en sus pulmones cuando la mano tatuada se detiene sobre el arma en la mesa.

—¡Papá! —exclama con emoción la pequeña de seis años que entra en el comedor luciendo su uniforme escolar.

Su hermoso cabello negro y ondulado, cae suelto sobre su espalda como una oscura cascada, la falda de tablones a cuadros, su camisa blanca y su corbata de lazo no solo la hacen lucir como una muñeca de porcelana, sino que también dejan en claro la clase a la que pertenece. Con una gran sonrisa, la pequeña corre hasta donde se encuentra su padre y este se apresura a colocar una servilleta de forma que esta cubra el arma sobre la mesa, para luego abrazar a su pequeña hija y cargarla.

—Hola mi princesa ¿cómo te fue en la escuela hoy? —pregunta con un amor y amabilidad genuinos, no quedando ningún rastro de su ira mientras observa a su hija y le acaricia la mejilla.

—Bien, pero la señorita Nerea se marchará, y tendremos una nueva maestra—informa con un tono algo melancólico, pues, aunque su maestra ya es algo mayor, ella la quiere mucho—. Papi ¿Podemos comprarle un regalo de despedida?

—Claro que sí amor. Pero papá primero irá a despedirse de un viejo amigo, y luego iremos a comprar el regalo— fijando su mirada en el hombre que sigue comiendo a su lado, se coloca de pie al tiempo que da una orden—. Alisten el auto y llamen a la florería, que preparen su mejor ramo para el viejo doctor— ordena mientras camina a la salida con Layeska abrazándose a él, pero al llegar a la puerta del comedor, se detiene un momento y agrega algo más—. Dile también que preparen los arreglos y el servicio de mantenimientos.

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El carro fúnebre avanzaba lentamente por las serpenteantes carreteras, bordeando los viñedos que se extendían como un manto morado y verde bajo el sol. Los trabajadores observar desde la distancia, mientras tres autos siguen al coche fúnebre. Tras ellos, algunos curiosos del pueblo caminan a paso lento, acompañando al cortejo del difunto doctor Volkov. Aunque no por respeto o cercanía, sino por la curiosidad que genera la llegada de su viuda, cuya identidad había sido objeto de rumores durante los últimos años.

Al llegar al cementerio, la caravana se detiene. Un profundo silencio envuelve a los presentes, interrumpido solo por el sonido de las puertas de los autos cerrándose una por una. Desde el vehículo fúnebre, los hombres bajan el féretro con sumo cuidado y respeto, para luego colocarlo sobre la tierra, a la espera de algo, o de alguien.

La noticia de que el viejo doctor, quien había vivido fuera del pueblo durante los últimos seis años, se había casado en secreto, había causado revuelo en el pueblo. Todos querían ver con sus propios ojos a la mujer que había estado al lado del hombre hasta su muerte, la viuda que nadie conocía y cuya identidad intriga a todos.

Aproximadamente unos diez minutos después, y al ver que nadie más llega, el viejo sacerdote se prepara para dar sus oraciones por el descanso del doctor.

Sin embargo, antes de que pueda dar inicio a la ceremonia, el sonido de otro motor irrumpe en la escena. Un lujoso auto negro aparece por el camino de tierra, capturando la atención de todos los presentes.

El auto se detiene y la puerta se abre, dado paso a Nikolay quien desciende con una expresión que mezcla arrogancia y control. Tras él, descienden dos figuras más: su padre, el juez Alexey, y, para desagrado de todos, una joven de aspecto delicado pero imponente, una que, al verla, desata los comentarios. La nueva prometida de Nikolay. Ella es nada más y nada menos que Lena Petrova.

La noticia de que Nikolay se casaría de nuevo había llegado a los oídos de todos en el pueblo, pero que su prometida fuera la media hermana de su difunta esposa, era algo inesperado, una humillación a la memoria de la difunta Anastasia que incluso para todos ellos era algo excesivo.

El sacerdote se detiene a mitad de la oración, debido al creciente murmullo y las miradas que ahora apuntan en una sola dirección. No hay respeto en la mirada de Nikolay, sino algo más, algo que brilla con una frialdad afilada. La joven a su lado sonríe, satisfecha con la atención que recibe,

El silencio vuelve a caer como un manto de tensión cuando el sacerdote, sin perder la compostura, lanza una mirada breve a los recién llegados, incluso él no entiende que hacen allí, después de todo, Nikolay siempre dejó claro su desprecio por el difunto doctor, dado que este nunca ocultó ni negó su interés por la difunta Anastasia. El viejo sacerdote aclara su garganta antes de retomar la ceremonia. Las oraciones sustituyen a los murmullos, o es así hasta que una nueva voz se deja escuchar.

—Amen…

Pronuncia una voz femenina una vez que el sacerdote apenas ha terminado de pronunciar la última palabra de la oración.

Todos los presentes se giran de inmediato hacia la fuente de esa voz, y todos los sonidos se apagan como si alguien hubiera suprimido el sonido mismo. Allí, de pie junto a uno de los autos del cortejo, se encuentra una mujer que hace que el tiempo parezca detenerse por completo.

Su figura destaca, imponente contra el lúgubre cementerio. Su cabello, negro como el azabache, cae en cascada hasta su cintura, un contraste impactante contra rojo que adorna sus labios y los hace resaltar sobre el negro que la viste. Cada uno de sus movimientos al acercarse a ellos es elegante, casi etéreo. Vestida de un modo impecable, con un ajustado y sofisticado vestido negro de capa negro que se ciñe perfectamente a su figura y marca cada una de sus curvas, su porte irradia poder y control, aunque sus ojos reflejan un pozo insondable de secretos.

Otra de las razones para el silencio que los cubre a todos, es ver quien se encuentra con ella. A su lado se encuentra Arman, el abogado y mejor amigo Anastasia, mismo que hace años fue el único ingenuo que la creyó inocente.

Cuando la mujer se detiene frente al féretro del doctor Volkov, las miradas la siguen con una mezcla de asombro, interés y juicio. ¿Cómo es posible que una mujer como esa, tan joven y bella aceptara casarse con un hombre que ya se encontraba cerca de sus 80 años?

—¿Y usted es?... —pregunta el sacerdote al estar cerca de la mujer.

La pelinegra lo mira un momento y retirando el guante que cubre su mano la extiende hacia el hombre mayor.

—Irina Volkova —se presenta usando un tono respetuoso—. El doctor Volkov era mi esposo—dice con un tono cariñoso que deja ver un genuino pesar ante la pérdida sufrida.

Y esas palabras vuelven a explotar la ola de murmullos.

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