El sonido monótono de los ventiladores en la sala de juicio apenas es audible sobre el murmullo de los asistentes. Es el quinto día del juicio, y la tensión se vuelve cada vez mayor a medida que impregna el aire como una tormenta a punto de estallar. Anastasia está sentada en el banquillo de los acusados, sus manos frías y temblorosas descansan sobre sus rodillas, y la marca roja de las esposas marca su piel, aunque ya no las lleva puestas.
El traje negro que lleva es otorgado por la prisión, su corazón duele al pensar que en esos días su madre no se ha acercado a ella, ni siquiera ha asistido a las sesiones del juicio. Eso le deja en claro que, para su madre, ella es la culpable, y esa es la única sentencia que le marca.
Hoy es el último día del juicio, el día en que Nikolay testificará. El hombre al que ama, al que alcanzó a darle el sí antes de que la tormenta comenzara. El único que puede salvarla de esta pesadilla. Anastasia había esperado este momento como un quien espera un salvavidas en medio del océano. Él sabe lo que ocurrió. Él estuvo con ella, y lo vio todo. Que él suba al estrado ha sido su único rayo de esperanza.
Cuando el juez llama su nombre, el estómago de Anastasia da un vuelco. Que el padre de Nikolay sea quien lleve su caso fue algo que la sorprendió, después de todo están emparentados, pero de cierta forma ese fue otro alivio para su alma. El nombre de Nikolay resuena fuerte y claro en la sala, pero ella apenas puede escucharlo. Está centrada en él, en su rostro, intentando leer lo que hay detrás de esa corta mirada que le dedica.
Al estar en el estrado, Nikolay levanta la mano para jurar decir la verdad, y un murmullo corre entre el público, los periodistas, los testigos. Todos saben lo que este testimonio podría significar.
Anastasia contiene la respiración. —Va a decir la verdad. Va a decirlo todo—. Se repite a sí misma como un mantra. El juez lo invita a hablar, y el fiscal comienza a interrogarlo.
—Señor Morozov, ¿puede decirnos su relación con la acusada?
—Claro, es mi esposa —responde Nikolay sin titubear, con los ojos fijos en el fiscal, evitando la mirada de Anastasia.
—Entiendo, en ese caso ¿Puede decirnos lo que sabe sobre los eventos que condujeron al asesinato de Kaesar Ivanov, el padre de la acusada?
Nikolay baja la vista brevemente, como si buscara las palabras adecuadas. Anastasia se inclina ligeramente hacia adelante, las uñas clavándose en sus palmas. El aire en la sala se corta, todos están llenos de expectativa. Luego, Nikolay levanta la cabeza y, por fin, tras tomar un respiro profundo, Nikolay comienza a hablar.
—En los últimos días, Anastasia y su padre estaban teniendo desacuerdo sobre varios asuntos... —su voz es firme, controlada—. En particular, sobre los negocios familiares y su testamento. Ella estaba preocupada por ciertos cambios que él quería hacer que incluyen a su media-hermana.
Y en ese momento, el mundo de Anastasia se detiene. ¿Qué está diciendo? Ella siente como si la sala se hubiera vuelto de repente un lugar lejano, con ecos distorsionados de lo que está sucediendo. ¿Por qué está hablando de eso? No fue importante. No era...
—Horas antes del asesinato, los escuché discutir —continúa Nikolay—. Su padre quería cambiar algunos términos en su testamento, y Anastasia no estaba de acuerdo. Hubo palabras fuertes. Ella parecía bastante alterada por la decisión.
La realidad se quiebra en mil pedazos alrededor de Anastasia. No puede soportarlo más. La rabia y la traición le arden en las venas.
—¡Eso no es cierto! —grita, incapaz de contenerse. —No es cierto. No es cierto. NO ES CIERTO.—
El juez golpea su mazo contra la madera, llamando al orden en la sala.
—¡Silencio! —ruge, dirigiendo su mirada severa hacia Anastasia—. ¡Señorita Ivanova, guarde compostura!
Pero Anastasia no puede detenerse. La traición en las palabras de Nikolay es un cuchillo clavado en su corazón.
—¡Miente! ¡Está mintiendo! ¡Yo no… yo soy inocente! —Las palabras salen con dificultad, como si estuviera tragando cristales rotos.
El juez continúa golpeando el mazo, su voz perdiéndose en el caos que se ha desatado en la sala. Dos oficiales de la corte se acercan rápidamente hacia ella, tratando de calmarla mientras ella sigue gritando.
—¡Él sabe la verdad! ¡Él lo sabe! ¡Yo no lo hice!
De pronto, el rostro de Nikolay parece más lejano, más frío que nunca. Ya no es el hombre que conocía. Es un traidor, uno que acaba de destruir su vida. El silencio cae sobre la sala, frío como la muerte, mientras el juez vuelve a tomar el control de la situación. Anastasia, jadeante, se deja caer contra el respaldo de la silla, sus ojos clavados en el suelo.
El juez llama a los presentes al orden. Anastasia cierra los ojos, dejándose llevar por el recuerdo.
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Su vestido blanco ondea suavemente mientras camina por el jardín de la capilla. El sol brilla sobre su piel, y ella sonríe. Junto con Nikolay buscan a su padre, quiere darles una noticia a ambos, quiere que los dos hombres de su vida estén juntos cuando les confiese su embarazo.
—¿Qué es eso tan importante que quieres contarnos?
—Dije que te lo diría cuando encontremos a Papá —responde sonriente.
Finalmente, se acercan a la entrada lateral de la iglesia, donde escucha voces. El corazón le da un vuelco cuando reconoce la de su padre. Pero no está solo. Alguien más está allí. Y aunque no entiende del todo lo que dicen, es claro que las palabras son tensas, su padre parece estar discutiendo con alguien.
—No voy a permitirlo... —la voz de Kaesar suena firme, autoritaria.
Antes de que Anastasia o Nikolay pueda entrar algo, un grito ahogado se escucha desde afuera. Luego, un golpe seco.
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Su recuerdo se corta en el momento que la voz fuerte del fiscal llama al siguiente testigo.
—Llamamos a testificar al padre Artem Petrov a testificar.
Anastasia ve como el sacerdote entra en la saca, con los ojos bajos, las manos temblorosas.
—Díganos padre —comienza el fiscal —. Cuándo entró en la capilla, ¿qué fue lo que vio?
—Debía retirarme de la fiesta ya que tenía otros compromisos. Cuando entré en la capilla para buscar mis cosas —dice con voz entrecortada—, vi a Anastasia con el cuchillo en la mano, sacándolo de a espalda del difunto señor Ivanov.
Anastasia no puede despegar los ojos del sacerdote. Las palabras que salen de su boca resuenan en su mente como campanadas fúnebres. —Vi a Anastasia con el cuchillo en la mano—. El aire parece escaparse de la sala, y todo a su alrededor se vuelve lejano, distorsionado. El eco de esas palabras se mezcla con el latido frenético de su corazón, hundiéndola más en la oscuridad de sus propios recuerdos.
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¿Por qué está discutiendo su padre? ¿Y con quién? Sin querer esperar más, abre las puertas de la capilla e ingresa en compañía de Nikolay. El sol entra por los vitrales de la iglesia, proyectando un brillo multicolor sobre los bancos de madera y el suelo de mármol. Un lugar sagrado, un refugio de paz y felicidad, ahora está manchado por la tragedia.
Su padre está desplomado en el suelo. Su cuerpo yace inmóvil, toda su vitalidad arrancada de él en un solo golpe. No, no puede ser... ¡no puede ser! El cuchillo está allí, clavado en su espalda, con el mango de marfil brillando cruelmente a la luz de las velas. Un charco de sangre se extiende bajo él, como una oscura mancha que amenaza con devorarlo.
—¡Papá! —susurra, su voz quebrada, apenas reconocible por el horror.
La lógica, el sentido común, todo eso desaparece. El instinto de proteger a su padre toma el control, ahogando cualquier otro pensamiento. Sin pensarlo corre hasta él, se arroja a su lado, sus manos temblorosas alcanzan el cuchillo. Debe sacarlo, tiene que sacarlo, tiene que ayudarlo.
—Papá, por favor... —susurra entre lágrimas, tirando del cuchillo con una desesperación salvaje.
El cuerpo de su padre se estremece, y un último grito ahogado escapa de sus labios. Ese sonido, ese horrible sonido, se clava en la mente de Anastasia. La esperanza de salvarlo se disipa en un segundo, como si la muerte y el destino hubieran sellado sus futuros en el mismo instante en que tocó el cuchillo.
Y luego, todo se desmorona.
El grito del sacerdote, que entró justo en ese momento, retumba en la iglesia. El eco rebota contra las paredes y se une al de su padre, hasta que ambos se convierten en un solo alarido. Está gritando porque me ha visto. Me ha visto con el cuchillo.
Anastasia se queda inmóvil, sus manos aún manchadas de sangre, el cuchillo aferrado con fuerza. El sacerdote corre hacia la puerta, gritando a cualquiera que pudiera ayudar. Y mientras todo sucede a su alrededor, ella permanece paralizada, perdida en la tragedia que acaba de desarrollarse ante sus ojos.
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—Señorita Ivanova, —la voz del juez resuena en la sala, pero ella no puede escucharla— ¡Señorita Ivanova! — repite, pero ahora con más fuerza.
Y es allí cuando vuelve a la realidad del juicio. Está en el banquillo de los acusados, ya no en la iglesia. El sacerdote ha terminado de testificar, y todos los ojos están sobre ella. El juez, implacable, la mira con una severidad que podría helar el alma de cualquiera.
—Señorita Ivanova, —la voz del juez resuena en la sala— ¿cómo se declara?
Anastasia traga saliva, su corazón todavía martilleando en sus oídos. Su mente hundida en el torbellino de emociones: miedo, dolor, traición. Su madre la abandonó, Nikolay la ha traicionado, su padre está muerto, y ahora todos los presentes parecen listos para verla caer. Pero a pesar de todo, ella sabe la verdad. Sabe que no fue ella. Ella no mató a su padre.
Respirando hondo, trata de calmar el temblor en su voz. No es más que un susurro al principio, pero pronto se fortalece.
—Inocente —dice, levantando la barbilla, enfrentando a todos en la sala—. Yo, soy inocente.
Las palabras caen como una bomba. La sala de juicio explota en murmullos, gritos y abucheos. Los presentes reaccionan con una mezcla de furia y repulsión. ¿Cómo puede atreverse a decir eso? Las miradas de desprecio se clavan en su piel como mil agujas. Una asesina fría y calculadora, es lo que todos ven. Una mujer que acaba de negar lo innegable.
El juez golpea el mazo con fuerza, tratando de restablecer el orden.
—¡Silencio en la sala! ¡Silencio! —grita, aunque su voz se pierde en el bullicio.
Los guardias se mueven rápidamente para contener a los presentes, mientras el juez sigue exigiendo silencio. Finalmente, el caos disminuye, pero el odio se queda en aire, palpable. Los ojos de Anastasia recorren la sala. Las caras que antes la habían admirado ahora están llenas de odio. Se siente completamente sola. Nadie cree en su inocencia.
—He juzgado a muchas personas en mi vida, señorita Ivanova —comienza—. He visto criminales de todo tipo, asesinos, ladrones, traidores... Pero nunca, nunca había visto a alguien tan fría y cínica como usted. Capaz de clamar inocencia con el cuerpo de su propio padre desangrado a sus pies.
Las palabras caen pesadamente sobre ella, pero Anastasia no baja la mirada.
—Usted me recuerda a los lobos —añade el juez—. Depredadores que cazan sin remordimientos, que destruyen todo a su paso.
El silencio que sigue a esas palabras es mortal, y todo lo que queda en la sala es el eco del comentario del juez.
Y entonces, sin más preámbulos, llega la sentencia.
—La corte la declara culpable del asesinato de su padre, Kaesar Ivanov y la sentencia a cadena perpetua.
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༻ Siete Años Después. ༺—¿Estás seguro de lo que estás diciendo? —pregunta mientras corta un trozo de la carne de su plato y la lleva a su boca.—Nuestros hombres ya confirmaron la información —responde con seguridad mientras mantiene su mirada fija en el pelinegro—. A estas horas ya el fúnebre debe estar llegando al pueblo.Tras esas palabras, el pelinegro se queda momentáneamente en silencio. Dejando de lado su plato de comida, extiende su mano y toma su copa, la observa un momento antes de dar un trago corto y degustar el sabor del vino.Cuando la noticia de que el viejo doctor había muerto, él sinceramente esperó por un momento que aquello no fuera más que un simple rumor. Por cinco largos años había estado buscando dónde se había metido aquel hombre y ahora que por fin había logrado dar con su paradero, se hallaba con la desagradable noticia de su muerte.—¿Quién queda que pueda ayudarnos a obtener la información que quiero? — pregunta de vuelta mientras extiende su mano para dej
—Uf ¿Ella es la viuda? ¡Es tan hermosa!—Ay ¿Por qué no me casé con una esposa así?—Con una mujer así, hasta yo me hubiese casado de nuevo.—Pobrecita, es tan joven.—Es claro que es una cazafortunas, el doctor tenía la edad para ser su abuelo… Nikolay, que hasta ese momento mantenía una expresión fría e imperturbable, ahora observa a la mujer con una mirada imposible de descifrar, mientras la joven a su lado se inquieta visiblemente al notar el interés de su prometido se encuentra mostrando ante la recién llegada. Es evidente que esa mujer a capturado su interés de una manera incorrecta.—Podrías disimular un poco, querido— susurra mientras se apega más a su brazo dando un ligero apretón a este.Pero una vez más, todo vuelve a quedar en silencio cuando un nuevo auto negro se detiene a una distancia prudente. Al abrirse la puerta, una figura alta y bien formada sale del vehículo, atrayendo todas las miradas y haciendo que algunos traguen grueso ante el miedo que les produce la sola
—No puedo creer que realmente se atrevieran a asistir—son las palabras de Arman mientras desabotona el chaleco de su traje y se deja caer en el sofá principal de la sala—. Pensé que esos bastardos conocerían un poco de la palabra decoro.—Eres bastante optimista— es la respuesta de Inna, su tono bajo deja en claro lo agotada que se siente—. La verdad, no creo que el decoro sea algo que ellos conozcan o tan siquiera les importe un poco.Arman asiente levemente para luego tomar un trago de su vaso de whiskey antes de fijar la mirada en la pelinegra quien se encuentra de pie frente al ventanal que da hacia el jardín.—Anastasia…—comienza, pero sus palabras se detienen cuando la mirada de su amiga se despega del paisaje exterior y la fija en él con un brillo asesino—. Perdón, perdón. Inna. ¿Crees realmente que tu plan funcione? Al escuchar esa pregunta, Inna se queda en silencio. Después de un momento, se separa de la ventana y comienza a caminar por la sala mientras piensa en cómo respo
Han pasado tres días desde el funeral del viejo doctor.Dmitry se encuentra sentado en su antigua oficina, un espacio que rara vez alguien más había visto, un santuario silencioso en el ala más apartada de la hacienda. A esas horas, las sombras de la noche se adueñan del lugar, solo rota por la tenue luz de un pequeño aplique en la pared, que apenas permitía distinguir los contornos de los muebles en la habitación. Frente a él, en el desgastado escritorio de madera oscura, se hallaba una fotografía, pequeña pero poderosa, enmarcada en oro. La imagen capturaba el momento de una risa abierta y despreocupada; Anastasia Ivanova sonreía con el sol de Italia iluminando su rostro, con ese brillo en sus ojos que siempre se había mostrado tan inalcanzable para él.Dmitry toma un trago de vaso whiskey, sintiendo el calor lento que recorre su garganta, pero que no logra disipar del todo el peso de su soledad. El recuerdo de la mirada de la viuda Volkova vuelve a él, y aunque puede que sus id
Al bajar del caballo, Inna le entrega la fusta a uno de los hombres que se apresura en ayudarla, sus pasos comienzan a resonar por el pasillo mientras camina al interior de la casa. No había logrado dormir en toda la noche, así que pensó que ir a cabalgar la ayudaría a distraer sus ideas, en el pasado aquella había sido su mejor distracción, pero ahora había sido totalmente inútil.Al entrar en la sala de la casa, camina hacia la barra, toma un vaso y se sirve un trago de whiskey el cual bebe de una sola toma. Al dejar el vaso sobre la barra, suspira pesadamente mientras la conversación sostenida con Dmitry vuelve a su cabeza.༻ ༺༻ ༺El silencio se hace presente en la sala tras las palabras pronunciadas por la pelinegra.Inna mantiene la compostura, su rostro inmutable mientras observa y espera la reacción de Dmitry. Él no dice nada al principio, limitándose a mirarla con una expresión que mezcla sorpresa y desconfianza. Por un momento, el silencio de la sala se vuelve pesado,
Al llevar sus miradas a la puerta de la estancia, ambas mujeres se encuentran con la imponente figura de Dmitry en el marco de la misma. El ramo de rosas se desliza de las manos de Tania ante el miedo que la invade por la presencia de ese hombre, por otra parte, Inna y Dmitry se mantienen ajenos a los nervios de la mujer, y todo en la habitación desaparece mientras se pierden uno en la mirada del otro.Finalmente, es Dmitry quien rompe la intensidad de sus miradas y termina de ingresar totalmente en la estancia levantando un ramo de tulipanes blanco los cuales ofrece a Inna.—Acepto.Y tras esas palabras Inna gira totalmente su cuerpo, manteniendo el vaso de whiskey en sus manos y su expresión calmada, aunque sus ojos delatan una breve chispa al ver a Dmitry de pie en la puerta de la sala, sosteniendo un ramo de lirios blancos en su mano derecha.Tania, visiblemente nerviosa y apenada por su reacción, baja la mirada y se apresura a recoger el ramo de rosas con manos temblorosas, lanza
Dmitry entiende a la perfección la insinuación existente detrás de las palabras de Inna, aun cuando esta es bastante sutil, pero, contrario a lo que se esperaría, después de estas palabras, ambos se sumergen en silencio, como si las palabras de ella fuesen más pesadas de lo que se ve a simple vista.༻ ༺༻ ༺Anastasia cierra los ojos, dejando que la brisa acaricie su rostro mientras camina ente los viñedos. Siente la calidez del sol en su piel y el aroma dulce de las uvas maduras. Pero su calma es interrumpida cuando sus dedos rozan un papel viejo y arrugado que llevaba en el bolsillo de su abrigo: una carta que nunca esperó encontrar, pero que, desde el momento que llegó a sus manos dos semanas atrás, ha estado cambiando de un bolsillo a otro de su ropa.Al estar en la parte más alejada del viñedo, aquella en la que siempre se refugia, toma asiento y peina los mechones que danzan en el viento. Llevando la mano nuevamente a su bolsillo, suspira y, después de un breve titubeo, sala la c
Inna permanece inmóvil, observando a la pequeña que se aferra a Dmitry con un gesto de absoluta desesperación. Su presencia, tan vulnerable y al mismo tiempo tan inocente parece iluminar toda la estancia. Aunque intenta llamarse a la calma, su cuerpo la traiciona, y siente cómo su corazón late con fuerza, casi con dolor. Un impulso desconocido, intenso y natural, la invade: el deseo de abrazar a la niña, de protegerla de lo que sea que la haya hecho llorar de esa forma aun cuando no es ella en quien busca consuelo.—Layeska, cariño —escucha a Dmitry llamarla una vez más, pero la niña sigue aferrándose a él con todas sus fuerzas, negada a separarse de la seguridad que claramente le brinda los brazos de su padre—. Princesa, dime que es lo que pasa.Inna observa cómo Dmitry, abandona totalmente su postura fría y reservada. Su rostro se suaviza, y la manera en que acaricia el largo cabello de la niña, susurrándole palabras de consuelo, es genuina, profundamente tierna. La escena es tal, q