Por unos segundos dudó en acercarse, pero sus buenos modales pudieron más que su pudor. Por la forma en que él evitaba su mirada, Dorelia no sabía si la había reconocido, y una parte de ella, la más osada, quería averiguar si la recordaba. Aunque para ser honesta, lo que más le intrigaba era averiguar si él también se sentía tembloroso ante su presencia. Resuelta a averiguarlo, caminó hacia él con paso enérgico, sin querer que él tuviera tiempo para salir de la tienda.—Buenos días, señor, no pude agradecer su gentileza hace unos minutos —le dijo al caballero que llevaba un sobretodo con cuellos de zorro. Su perfil, hermoso y aristocrático, con unas cejas negras y bien arqueadas sobre las largas pestañas, la nariz recta y labios sinuosos, no se movió una pulgada, excepto por el sutil fruncimiento de su boca. Su respuesta, o más bien la falta de esta, enfadó a Dorelia, sobre todo al evidenciar que él no se había perturbado al verla. Es más, parecía que incluso le desagradaba tenerla
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