Andrew apretó con fuerza su copa y miró hacia un punto indeterminado al fondo de la sala. Saber que el detestable comportamiento de Trenton había hundido a aquella joven, lo puso furioso, ya que lo conocía lo bastante bien como para estar seguro de que William se había basado en una vil y cruel mentira. Además, a raíz de su encuentro fortuito, no vio en ella el más mínimo resquicio de locura. Más bien de pasión, pero ese era otro asunto.
—¿Cómo se llama la dama? —Dorelia —contestó Edward después de una pausa—. Dorelia Hamilton. —Dorelia… —dijo Andrew en voz baja. La luz de aquellos ojos verdes llegó hasta él a través de la penumbra. Podía recordar al detalle cada uno de sus delicados rasgos, bellos e inocentes, su sonrisa e incluso el sonido de su voz y cómo su rostro cambió ante su enfado, haciéndola aún más encantadora. —Escucha, Andrew. —Oyó decir a su primo—. Habrá muchas damas en el pueblo durante el verano. Quizá sería mejor que destinases tus atenciones a alguna de ellas. Temo que tu espontáneo interés por esta joven pueda traerte consecuencias igual de inesperadas o incluso desagradables. Se trata de cerrar antiguas heridas, no de reabrirlas. —No —aseguró Andrew, sin mirarlo. —¿No? —repitió Edward, aunque ya sabía que iba a responder eso—. Estaba seguro de que no me escucharías, pero debía intentarlo —dijo poniendo su copa en la mesa. Andrew se puso en pie y se dirigió hacia el cordón trenzado del que colgaba la campanilla para llamar al servicio. Tiró de él y se giró hacia su primo. —Yo también he hecho mi apuesta, y no estoy dispuesto a perderla. Edward le sostuvo la mirada. Al parecer, esa dama había impresionado a su primo de una forma mucho más intensa de lo que él había creído. Por primera vez, se preguntó si la señorita Hamilton sería un buen partido, o por el contrario una fuente de problemas. —Espero que no tengas que arrepentirte y la dama valga la pena. Andrew le contestó con una irónica sonrisa.Dorelia salió al exterior y encontró a su hermana sentada bajo la pérgola del jardín frontal. El sol se había ocultado tras unas nubes grises, y una brisa fresca corría entre los setos de rosas y agitaba las copas de los fresnos. Emily había escapado del comedor, presa de un llanto desconsolado, sin detenerse siquiera a coger su chal. A pesar del descenso de la temperatura y el temblor de sus hombros desnudos, su rostro tenía el mismo tono encendido de los capullos apenas abiertos. La imagen conmovió a Dorelia. Emily era como uno de esos brotes nuevos, hermosa y delicada, pero a merced de las sacudidas del viento y de ser cortada antes de florecer.
—Vas a resfriarte —le dijo Dorelia mientras la cubría con su chal—. Por favor, ven conmigo adentro. Emily la miró con los ojos enrojecidos. —No puedes dejar que lo haga, te lo ruego, tienes que impedirlo —le dijo cogiéndole las manos. Dorelia sintió una opresión en el pecho ante la fuerza de su súplica. Emily sabía que Trenton era un monstruo desde que este usó el pretexto de aquellas cartas falsas para romper su compromiso. Ella la había defendido, negando con fervor su autenticidad ante sus tíos, aunque no sirvió de nada, pues estos decidieron imponer sobre Dorelia una férrea vigilancia y una indiferencia de hielo, con la vana esperanza de que la deshonra no transcendiera y solo la tocara a ella. Aun así, Emily parecía demasiado afectada. —Te prometo que tío Theodor no se saldrá con la suya. No debes tener miedo, ni a él, ni a Trenton —afirmó Dorelia para alentarla a hablar. Emily, lejos de tranquilizarse, comenzó a llorar. —Oh, Dorelia, tengo que confesarte algo, tienes que perdonarme… ¡Estaba tan asustada! Dorelia se contagió de la angustia de su hermana, pero trató de conservar la calma. —No hay nada en el mundo que me importe más que tú. Cuéntamelo, sea lo que sea, quizá no es tan grave como crees… —¡Lo es! —clamó Emily—. ¡Lo vi todo! ¡Y ahora no soporto la sola idea de que pueda tocarme! —¿A qué te refieres? —preguntó Dorelia con un nudo en la garganta, aunque ya sabía la respuesta. —Al día en que él vino de improviso. Cuando me sentí mejor de mi jaqueca, decidí bajar al salón, pero me quedé paralizada en las escaleras. Quise gritar, Dorelia, ¡y ningún sonido salió de mi boca! —¿Cuánto tiempo permaneciste allí? —dijo esta con un hilo de voz. —El suficiente para saber que es un canalla y que no consiguió lo que pretendía. Entonces mis pies me obedecieron y salí tras él. Tuve que elegir entre quedarme a consolarte y abofetearlo, como él te había hecho. Pero cuando te vi arrodillada en el suelo, venció el odio que sentía en ese instante y no me detuve. Ese fue mi error, querida Dorelia. Si hubiese puesto en primer lugar tus sentimientos, él no habría podido vengarse de ti como lo ha hecho. ¿Podrás perdonarme, por favor? Dorelia acarició su mejilla húmeda. —William es el único responsable de lo que ocurrió, y nada de lo que tú hicieras podía influir en su venganza —le aseguró. —Sí que lo hice —se lamentó la muchacha—, lo amenacé con denunciarlo a la justicia, y entonces él se inventó la existencia de aquellas infames cartas. ¡Todo ha sido culpa mía! —Has llevado una carga muy pesada, querida Emily —dijo Dorelia—. Me guardé mi secreto para ahorrarte un sufrimiento gratuito, y ahora me duele el corazón al comprobar que no lo he conseguido. ¿Por qué no acudiste a mí? —Me dijo que haría que te internasen en Bedlam si hablaba de lo ocurrido, incluso contigo, ¿lo entiendes ahora? —dijo Emily secándose las lágrimas.Bedlam. El asilo para dementes del Hospital de Saint Mary de Bethlehem en Londres. Emily sintió que un escalofrío recorría su columna vertebral. Un lugar espantoso, donde cada martes, los curiosos podían presenciar las miserias de los lunáticos de la sala de incurables previo pago de un penique. Dorelia no tuvo duda de que Trenton la habría recluido allí sin ningún esfuerzo ni remordimiento y luego habría tirado la llave. Quizá su tía Agatha tenía razón. Era afortunada, después de todo. Las murmuraciones que levantaba a su paso y la posibilidad de convertirse en una solterona, le parecían ahora un paraíso, comparado con las horribles consecuencias que la venganza de Trenton le podría haber acarreado. —Y sé que era capaz de hacerlo, Dorelia —dijo Emily, como si hubiese leído sus pensamientos—. Se jactó de que nadie daría crédito a las acusaciones de una jovencita sin fortuna contra el conde de Trenton, y no solo por sus influencias y posición, sino porque esas cartas despejarían cualq
A Dorelia la tomó por sorpresa su pregunta. Miró a su hermana y le dedicó una sonrisa forzada. Si se le ocurría mencionar que aquel hermoso y masculino perfil la había perturbado hasta robarle el aliento, se adentraría en una conversación sin fin.—¡Lo sabía! —exclamó Emily—. Por favor, lee la nota, ¡no puedo soportar la intriga!—No tengo el menor interés en saber qué dice el señor Hershey —dijo Dorelia mientras abría un cajón del tocador y guardaba el papel doblado bajo unos pañuelos de organdí.—No puedes engañarme, Dorelia —dijo Emily, decepcionada—. Y espero estar presente cuando sucumbas a la curiosidad. Creo que deberíamos bajar a cenar —añadió dirigiéndose hacia la puerta—. ¿Vienes? —preguntó al ver que Dorelia continuaba sentada.—Iré enseguida —le respondió esta sin mirarla.—No tardes, sabes que a los tíos no les gusta que te retrases —dijo con una expresión de tristeza antes de marcharse.Dorelia recordó la desagradable escena que había tenido lugar en el comedor. La amena
—Por cierto —dijo Edward—. Si vas a preguntarme por su expresión al leer tu nota, siento no poder complacerte —declaró devolviéndole la puya—. Tu bella dama se despidió de Carlton sin molestarse en abrir el paquete.—En efecto, mi lord —corroboró este—, pero eso no significa que no deseara hacerlo —añadió alzando las cejas.Andrew resopló con fastidio. Ahora, Edward contaba con un nuevo aliado. Carlton, además de su secretario, era también su amigo y confidente. Formaba parte de su casa desde que Andrew era un niño, y lo conocía mejor que nadie, mucho más que el propio Edward. El hombre bajito y castaño, solo unos años mayor que el duque, servicial y de gesto adusto, siempre trataba de aligerar su malhumor con una fina ironía y un apoyo incondicional. A Andrew le gustaba ponerlo a prueba, pero su secretario se mantenía firme en el mismo, sin dejar de saber cuál era su lugar.—¿Qué le dijiste de mí? —le preguntó Andrew.—Me abstuve de decir la verdad cuanto me fue posible —respondió Ca
Dorelia creyó que no podría responder sin tartamudear. ¿Qué clase de broma macabra del destino era esta? Había venido aquí para intentar salir de una trampa, y había caído presa de otra mucho más peligrosa, porque había entrado en ella por voluntad propia y no sentía el impulso de escapar, sino de avanzar directa hasta su fondo. Si tenía que caer, al menos que fuera por un buen motivo.—Está bien, señor Hershey —dijo Dorelia controlando su voz para que sonara firme—. Seré sincera, quiero hacerle una propuesta. Necesito un marido, y pronto. Sé que usted no tiene fortuna ni posición, y yo tampoco, pero mi tío es el vizconde Sheanes y posee influencias y relaciones en la Corte, que podrán resultarle beneficiosas en el futuro. Pertenezco a una noble y antigua familia, al contrario que usted. ¿Estaría dispuesto a casarse conmigo en Andrew condiciones?Andrew permaneció callado unos segundos que a Dorelia se le hicieron eternos, hasta que habló al fin.—¿Y usted, lo estaría? —Andrew caminó
Pudo apreciar cómo la humedad en sus ojos los hacía parecer dos estanques verdes y cristalinos, pero sin el brillo pícaro con que destellaban antes. Sus mejillas seguían enrojecidas, como dos lirios encarnados junto a la orilla y los labios ardían llenos y sensuales, aunque ya no se notaba ese acaloramiento fruto de la excitación del momento.Por un instante, estuvo a punto de atraerla hacia sí y cubrir esos labios tentadores con los suyos, para después retractarse de su negativa y someterse a pagar el precio, aunque solo fuese para satisfacer el despecho que ella sentía. Pero él quería despertarle otro sentimiento más allá de la venganza. Lo quería todo, y no iba a escatimar ningún esfuerzo hasta obtenerlo. Si no lo conseguía, entonces, ella tampoco lograría nada.—Es mi última palabra —dijo Andrew con firmeza.Dorelia levantó la barbilla, sacó de su bolsito el envoltorio de papel de seda y lo arrojó al suelo.—Puede quedárselos —le dijo—. Espero no tener que volver a verle. Jamás.A
Dorelia, convencida de que la actitud de su tía, que aún parecía perturbada, merecía una disculpa, miró al señor Hershey, encontrándose con su sombría mirada y un rictus serio. Sin lugar a dudas, no le había gustado la reacción de lady Sheanes, del mismo modo que no había creído su mentira.Por suerte, tía Agatha se dio cuenta de lo inconveniente que resultaba su conducta, y logró colocar una fingida sonrisa en su semblante, antes de que el incidente fuera a más. Solo entonces, el caballero rubio pareció satisfecho y tomó la palabra.—Permítannos que nos presentemos —dijo, ya que ni la doncella ni lady Sheanes habían tenido el ánimo de haber hecho las presentaciones pertinentes—. Soy Edward Fitzjames, conde deWarlet, y este es mi amigo, el señor Hershey.La sonrisa de lady Sheanes se amplió, al saber que un noble tan ilustre estaba en su casa. —Ellas son mis sobrinas —se apresuró a explicar esta, ya sin rastro de incomodidad, sino todo lo contrario—. Emily y Dorelia Hamilton. Querida
—¿No quiere tomar asiento, señor Hershey? —dijo Dorelia con una nota de exagerada cortesía.Andrew la contempló en silencio durante unos segundos. Estaba tan bella como recordaba, más aún incluso. El vaporoso vestido de algodón color crema con unas minúsculas flores azules remarcaban su esbelta silueta, la blancura de sus hombros desnudos y la piel suave y voluptuosa de sus senos.—¿Acaso ha perdido el habla de nuevo, señor?Él curvó los labios. Ella tenía derecho a burlarse y a estar furiosa por presentarse en su casa sin previo aviso. Al fin y al cabo, no habían acabado muy bien la última vez que se vieron.—Me lo tengo merecido. He sido un tonto, señorita Hamilton, espero que me perdone de nuevo.—Ah, ¿también un tonto? Creí que solo era un pobre y orgulloso minero de Cornwall que se permitía el lujo de rechazarme. —Dorelia no pretendía sonar engreída, pero en realidad no pudo evitarlo.—Es cierto que soy orgulloso —declaró Andrew—. Y me parece que lo comprobó en nuestro último enc
Al pensar en William, una idea le vino a la cabeza, tan perturbadora que la hizo estremecer. También cabía la posibilidad de que conociera al conde de Trenton y todo esto fuera una artimaña orquestada entre ambos para dejarla en bolsito. Sabía que William era lo bastante retorcido como para planear esa trampa, y el señor Hershey no era nada más que un desconocido para ella. Ni siquiera podía acudir a su sexto sentido para juzgarlo, pues de tener incluso diez, los tendría embotados por completo en su presencia. No tenía otra opción que abordar el asunto de una forma directa.—¿Conoce al conde de Trenton? —le preguntó.Ella advirtió que se ponía rígido, y pensó que lo había cazado en la mentira.—Sí —le contestó él después de unos segundos—. Lo conozco muy bien.Dorelia alzó una ceja. Todo se volvía cada vez más en contra de Hershey.—De hecho —continuó Andrew—, he sido invitado al baile que celebrará mañana en Sheraton Park. ¿Puedo pensar que Trenton ha tenido la misma cortesía hacia u