La vida de Andrew y Dorelia florecía junto a su pequeño hijo, David, quien llenaba su hogar de alegría y risas. Su amor mutuo se fortalecía con cada día que pasaba, creando un vínculo inquebrantable que los unía en todos los aspectos, incluyendo el sexual.Su conexión era profunda e íntima, basada en la confianza, la comunicación y el respeto mutuo. Compartían sus fantasías más íntimas y exploraban juntos nuevos horizontes de placer, siempre con el consentimiento y el disfrute de ambos.Su relación era un ejemplo para sus amigos, quienes admiraban la complicidad y el amor que emanaba de ellos. Entre sus amistades más cercanas se encontraban Sofía y Andrés, una pareja que siempre buscaba su consejo y apoyo.Sofía, una mujer emprendedora y soñadora, tenía el anhelo de abrir una pequeña editorial para dar voz a autores noveles. Sin embargo, las dificultades económicas la frenaban en su camino. Andrew y Dorelia, al conocer su sueño, decidieron ayudarla.Con su apoyo financiero y emocional
Dorelia mientras paseaba por un mercado local, se encontró con una enfermera amiga, Ana, quien le reveló un secreto: Andrew estaba internado en el Hospital Central, víctima de una intoxicación por una sustancia desconocida.La revelación de Ana encendió una llama de furia en el interior de Dorelia. De inmediato, se dirigió al hospital, dispuesta a confrontar a Helena y descubrir la verdad. Al entrar en la habitación de Andrew, la encontró junto a su cama, con una expresión extraña en el rostro.Helena, al ver a Dorelia, no se inmutó. Con una sonrisa fría y una mirada penetrante, le dijo en voz alta: "¿Has venido a terminar lo que empezaste, Dorelia? ¿A asegurarte de que Andrew nunca despierte?". Sus palabras resonaron en la habitación, dejando a Dorelia atónita y confundida.Andrew, debilitado por la intoxicación, abrió los ojos con dificultad. Al ver a las dos mujeres peleando, murmuró con voz apenas audible: "Por favor, no peleen. Me siento mal". Su súplica no logró calmar la tensió
Un lamentable asunto habían mantenido en secreto, pues no era conveniente que nadie supiera de los apuros económicos que atravesaba la familia, o su ostracismo social sería absoluto. Sobre todo, cuando todavía quedaba la chica más joven por estar casada.Con este propósito, todos hacían lo posible por aparentar de una opulencia que estaba muy lejos de ser cierta, más aún, cuando el paso del tiempo y del uso convertían sus ropas y accesorios en inapropiados. Ese era el motivo principal por el que esa mañana Dorelia se había acercado al pueblo, pues quizá pudiese comprar unos guantes para reemplazar los suyos, ya deteriorados. Lamentablemente, sus escasos ahorros impedían que tomara el té en el nuevo establecimiento que había abierto sus puertas en Church Square, y tendría que contentarse con un breve viaje sin distracciones ni caprichos.Caminó hacia el escaparate de la tienda de la señora Meyer, en donde se podía adquirir desde comestibles en general, hasta los más elegantes tejidos
Por unos segundos dudó en acercarse, pero sus buenos modales pudieron más que su pudor. Por la forma en que él evitaba su mirada, Dorelia no sabía si la había reconocido, y una parte de ella, la más osada, quería averiguar si la recordaba. Aunque para ser honesta, lo que más le intrigaba era averiguar si él también se sentía tembloroso ante su presencia. Resuelta a averiguarlo, caminó hacia él con paso enérgico, sin querer que él tuviera tiempo para salir de la tienda.—Buenos días, señor, no pude agradecer su gentileza hace unos minutos —le dijo al caballero que llevaba un sobretodo con cuellos de zorro. Su perfil, hermoso y aristocrático, con unas cejas negras y bien arqueadas sobre las largas pestañas, la nariz recta y labios sinuosos, no se movió una pulgada, excepto por el sutil fruncimiento de su boca. Su respuesta, o más bien la falta de esta, enfadó a Dorelia, sobre todo al evidenciar que él no se había perturbado al verla. Es más, parecía que incluso le desagradaba tenerla
—¿AsistiR a un baile? ¿Acaso eso hará que cesen las malas lenguas y que nos abran de repente todas las puertas?—La generosidad de lord Trenton (Ex novio de Dorelia, a la cual rechazó) no se limita a un baile —dijo lord Sheanes con un carraspeo—, sino a convertir a Emily (hermana de Dorelia) en su esposa. Sin duda, eso hará mucho más que cerrar o abrir las bocas y puertas de unos pueblerinos. Estamos hablando de la corte, y tu tía y yo tenemos la obligación de pensar en el futuro de nuestras ahijadas.«Querrás decir en el suyo», pensó Dorelia. Ahora entendía el origen de aquellas viandas, del tejido de seda y probablemente el de la nueva criada. Si William había desembolsado este anticipo, el acuerdo era cosa hecha, y ella podía hacer poco para impedirlo. Soltó el cuchillo y se dirigió a su hermana con voz entrecortada.—¿Tú lo sabías?La muchacha pelirroja estaba pálida, incapaz de articular palabra, y negó con la cabeza.—Te rogué que esperases un poco, querido —dijo su tía—. No ha
Andrew apretó con fuerza su copa y miró hacia un punto indeterminado al fondo de la sala. Saber que el detestable comportamiento de Trenton había hundido a aquella joven, lo puso furioso, ya que lo conocía lo bastante bien como para estar seguro de que William se había basado en una vil y cruel mentira. Además, a raíz de su encuentro fortuito, no vio en ella el más mínimo resquicio de locura. Más bien de pasión, pero ese era otro asunto.—¿Cómo se llama la dama?—Dorelia —contestó Edward después de una pausa—. Dorelia Hamilton.—Dorelia… —dijo Andrew en voz baja. La luz de aquellos ojos verdes llegó hasta él a través de la penumbra. Podía recordar al detalle cada uno de sus delicados rasgos, bellos e inocentes, su sonrisa e incluso el sonido de su voz y cómo su rostro cambió ante su enfado, haciéndola aún más encantadora. —Escucha, Andrew. —Oyó decir a su primo—. Habrá muchas damas en el pueblo durante el verano. Quizá sería mejor que destinases tus atenciones a alguna de ellas. Temo
Bedlam. El asilo para dementes del Hospital de Saint Mary de Bethlehem en Londres. Emily sintió que un escalofrío recorría su columna vertebral. Un lugar espantoso, donde cada martes, los curiosos podían presenciar las miserias de los lunáticos de la sala de incurables previo pago de un penique. Dorelia no tuvo duda de que Trenton la habría recluido allí sin ningún esfuerzo ni remordimiento y luego habría tirado la llave. Quizá su tía Agatha tenía razón. Era afortunada, después de todo. Las murmuraciones que levantaba a su paso y la posibilidad de convertirse en una solterona, le parecían ahora un paraíso, comparado con las horribles consecuencias que la venganza de Trenton le podría haber acarreado. —Y sé que era capaz de hacerlo, Dorelia —dijo Emily, como si hubiese leído sus pensamientos—. Se jactó de que nadie daría crédito a las acusaciones de una jovencita sin fortuna contra el conde de Trenton, y no solo por sus influencias y posición, sino porque esas cartas despejarían cualq
A Dorelia la tomó por sorpresa su pregunta. Miró a su hermana y le dedicó una sonrisa forzada. Si se le ocurría mencionar que aquel hermoso y masculino perfil la había perturbado hasta robarle el aliento, se adentraría en una conversación sin fin.—¡Lo sabía! —exclamó Emily—. Por favor, lee la nota, ¡no puedo soportar la intriga!—No tengo el menor interés en saber qué dice el señor Hershey —dijo Dorelia mientras abría un cajón del tocador y guardaba el papel doblado bajo unos pañuelos de organdí.—No puedes engañarme, Dorelia —dijo Emily, decepcionada—. Y espero estar presente cuando sucumbas a la curiosidad. Creo que deberíamos bajar a cenar —añadió dirigiéndose hacia la puerta—. ¿Vienes? —preguntó al ver que Dorelia continuaba sentada.—Iré enseguida —le respondió esta sin mirarla.—No tardes, sabes que a los tíos no les gusta que te retrases —dijo con una expresión de tristeza antes de marcharse.Dorelia recordó la desagradable escena que había tenido lugar en el comedor. La amena