—Por cierto —dijo Edward—. Si vas a preguntarme por su expresión al leer tu nota, siento no poder complacerte —declaró devolviéndole la puya—. Tu bella dama se despidió de Carlton sin molestarse en abrir el paquete.—En efecto, mi lord —corroboró este—, pero eso no significa que no deseara hacerlo —añadió alzando las cejas.Andrew resopló con fastidio. Ahora, Edward contaba con un nuevo aliado. Carlton, además de su secretario, era también su amigo y confidente. Formaba parte de su casa desde que Andrew era un niño, y lo conocía mejor que nadie, mucho más que el propio Edward. El hombre bajito y castaño, solo unos años mayor que el duque, servicial y de gesto adusto, siempre trataba de aligerar su malhumor con una fina ironía y un apoyo incondicional. A Andrew le gustaba ponerlo a prueba, pero su secretario se mantenía firme en el mismo, sin dejar de saber cuál era su lugar.—¿Qué le dijiste de mí? —le preguntó Andrew.—Me abstuve de decir la verdad cuanto me fue posible —respondió Ca
Dorelia creyó que no podría responder sin tartamudear. ¿Qué clase de broma macabra del destino era esta? Había venido aquí para intentar salir de una trampa, y había caído presa de otra mucho más peligrosa, porque había entrado en ella por voluntad propia y no sentía el impulso de escapar, sino de avanzar directa hasta su fondo. Si tenía que caer, al menos que fuera por un buen motivo.—Está bien, señor Hershey —dijo Dorelia controlando su voz para que sonara firme—. Seré sincera, quiero hacerle una propuesta. Necesito un marido, y pronto. Sé que usted no tiene fortuna ni posición, y yo tampoco, pero mi tío es el vizconde Sheanes y posee influencias y relaciones en la Corte, que podrán resultarle beneficiosas en el futuro. Pertenezco a una noble y antigua familia, al contrario que usted. ¿Estaría dispuesto a casarse conmigo en Andrew condiciones?Andrew permaneció callado unos segundos que a Dorelia se le hicieron eternos, hasta que habló al fin.—¿Y usted, lo estaría? —Andrew caminó
Pudo apreciar cómo la humedad en sus ojos los hacía parecer dos estanques verdes y cristalinos, pero sin el brillo pícaro con que destellaban antes. Sus mejillas seguían enrojecidas, como dos lirios encarnados junto a la orilla y los labios ardían llenos y sensuales, aunque ya no se notaba ese acaloramiento fruto de la excitación del momento.Por un instante, estuvo a punto de atraerla hacia sí y cubrir esos labios tentadores con los suyos, para después retractarse de su negativa y someterse a pagar el precio, aunque solo fuese para satisfacer el despecho que ella sentía. Pero él quería despertarle otro sentimiento más allá de la venganza. Lo quería todo, y no iba a escatimar ningún esfuerzo hasta obtenerlo. Si no lo conseguía, entonces, ella tampoco lograría nada.—Es mi última palabra —dijo Andrew con firmeza.Dorelia levantó la barbilla, sacó de su bolsito el envoltorio de papel de seda y lo arrojó al suelo.—Puede quedárselos —le dijo—. Espero no tener que volver a verle. Jamás.A
Dorelia, convencida de que la actitud de su tía, que aún parecía perturbada, merecía una disculpa, miró al señor Hershey, encontrándose con su sombría mirada y un rictus serio. Sin lugar a dudas, no le había gustado la reacción de lady Sheanes, del mismo modo que no había creído su mentira.Por suerte, tía Agatha se dio cuenta de lo inconveniente que resultaba su conducta, y logró colocar una fingida sonrisa en su semblante, antes de que el incidente fuera a más. Solo entonces, el caballero rubio pareció satisfecho y tomó la palabra.—Permítannos que nos presentemos —dijo, ya que ni la doncella ni lady Sheanes habían tenido el ánimo de haber hecho las presentaciones pertinentes—. Soy Edward Fitzjames, conde deWarlet, y este es mi amigo, el señor Hershey.La sonrisa de lady Sheanes se amplió, al saber que un noble tan ilustre estaba en su casa. —Ellas son mis sobrinas —se apresuró a explicar esta, ya sin rastro de incomodidad, sino todo lo contrario—. Emily y Dorelia Hamilton. Querida
—¿No quiere tomar asiento, señor Hershey? —dijo Dorelia con una nota de exagerada cortesía.Andrew la contempló en silencio durante unos segundos. Estaba tan bella como recordaba, más aún incluso. El vaporoso vestido de algodón color crema con unas minúsculas flores azules remarcaban su esbelta silueta, la blancura de sus hombros desnudos y la piel suave y voluptuosa de sus senos.—¿Acaso ha perdido el habla de nuevo, señor?Él curvó los labios. Ella tenía derecho a burlarse y a estar furiosa por presentarse en su casa sin previo aviso. Al fin y al cabo, no habían acabado muy bien la última vez que se vieron.—Me lo tengo merecido. He sido un tonto, señorita Hamilton, espero que me perdone de nuevo.—Ah, ¿también un tonto? Creí que solo era un pobre y orgulloso minero de Cornwall que se permitía el lujo de rechazarme. —Dorelia no pretendía sonar engreída, pero en realidad no pudo evitarlo.—Es cierto que soy orgulloso —declaró Andrew—. Y me parece que lo comprobó en nuestro último enc
Al pensar en William, una idea le vino a la cabeza, tan perturbadora que la hizo estremecer. También cabía la posibilidad de que conociera al conde de Trenton y todo esto fuera una artimaña orquestada entre ambos para dejarla en bolsito. Sabía que William era lo bastante retorcido como para planear esa trampa, y el señor Hershey no era nada más que un desconocido para ella. Ni siquiera podía acudir a su sexto sentido para juzgarlo, pues de tener incluso diez, los tendría embotados por completo en su presencia. No tenía otra opción que abordar el asunto de una forma directa.—¿Conoce al conde de Trenton? —le preguntó.Ella advirtió que se ponía rígido, y pensó que lo había cazado en la mentira.—Sí —le contestó él después de unos segundos—. Lo conozco muy bien.Dorelia alzó una ceja. Todo se volvía cada vez más en contra de Hershey.—De hecho —continuó Andrew—, he sido invitado al baile que celebrará mañana en Sheraton Park. ¿Puedo pensar que Trenton ha tenido la misma cortesía hacia u
Dorelia oyó atónita cómo su tío le había dado la vuelta a la situación. Lo que ella pretendía que fuese un ataque directo a su talante autoritario y un modo de zanjar la cuestión, lo había convertido en un asunto familiar en el que ella no tenía libertad para decidir y que no había hecho sino comenzar.—¡Oh, querido! —Lady Sheanes casi chilló de felicidad—. ¡Qué sabio eres! Emily, Dorelia querida, tenemos mucho trabajo que hacer. Sin duda, el señor Hershey y su primo estarán invitados al baile de lord Trenton, y que me aspen si no vais a ser las muchachas más hermosas y envidiadas del pueblo y de todo Londres.—Dorelia necesita un vestido nuevo —intervino Emily, contenta de que la situación se hubiese calmado—. Quizá debería llevar el mío, solo habría que ensanchar un poco el escote.—Es una idea excelente y muy generosa por tu parte, querida —dijo su tía, aliviada. Emily disponía ahora de dos candidatos muy interesados en ella, y no tenía tanta necesidad como su hermana de invertir e
Edward se puso de pie, caminó hacia la mesa y sirvió dos copas de brandy.—Es una idea magnífica, tía Louise —dijo dirigiéndole un guiño a Andrew.—¿Crees que la señorita Hamilton tendría inconveniente en venir mañana antes del almuerzo? —le preguntó ella a Andrew, apoyándose en su bastón.Él la cogió del brazo y la ayudó a incorporarse.—Por supuesto que no tendrá inconveniente —le respondió—. Estoy convencido de que lo hará encantada. —Andrew curvó sus labios en una sonrisa, pero luego cambió su gesto y frunció el ceño—. Aunque todo será más fácil si me hace un pequeño favor, tía Louise.—¿Un pequeño favor? —dijo ella con una nota de sospecha—. ¿De qué se trata?Andrew le sonrió de nuevo y apoyó su mano sobre la de la anciana.—La señorita Hamilton no debe saber que soy el duque de Blackshield. Al menos, no por ahora. —¿Le has ocultado tu identidad? ¿Has renegado de tu nombre? —preguntó ella, incrédula—. ¿Por qué harías semejante estupidez? —Lady Crawford se dio cuenta demasiado ta