Edward se puso de pie, caminó hacia la mesa y sirvió dos copas de brandy.—Es una idea magnífica, tía Louise —dijo dirigiéndole un guiño a Andrew.—¿Crees que la señorita Hamilton tendría inconveniente en venir mañana antes del almuerzo? —le preguntó ella a Andrew, apoyándose en su bastón.Él la cogió del brazo y la ayudó a incorporarse.—Por supuesto que no tendrá inconveniente —le respondió—. Estoy convencido de que lo hará encantada. —Andrew curvó sus labios en una sonrisa, pero luego cambió su gesto y frunció el ceño—. Aunque todo será más fácil si me hace un pequeño favor, tía Louise.—¿Un pequeño favor? —dijo ella con una nota de sospecha—. ¿De qué se trata?Andrew le sonrió de nuevo y apoyó su mano sobre la de la anciana.—La señorita Hamilton no debe saber que soy el duque de Blackshield. Al menos, no por ahora. —¿Le has ocultado tu identidad? ¿Has renegado de tu nombre? —preguntó ella, incrédula—. ¿Por qué harías semejante estupidez? —Lady Crawford se dio cuenta demasiado ta
Sumergida en sus pensamientos, Dorelia se sobresaltó cuando el carruaje se detuvo frente a la entrada principal de la mansión. A la luz del día, su aspecto era impresionante, y se alegró de que en su visita anterior fuese de noche, pues quizá la visión de sus altos muros, que se extendían en dos alas hacia el río y las suaves colinas, la habrían disuadido de su propósito de entrar en Camberly para abordar al invitado del duque con su insólita propuesta de matrimonio.Un lacayo abrió la puerta y la ayudó a descender.—Buenos días, señorita Hamilton —dijo el sirviente—. Si tiene la bondad de acompañarme, la están esperando.Dorelia asintió y lo siguió hasta la escalinata. Apretó con fuerza su bolsito y recordó su primer encuentro con Andrew. Esta sería la cuarta vez que lo vería, y se preguntó si la escena sería tan tempestuosa e incómoda como los anteriores. Sin embargo, no pudo evitar la sensación de que se sentía tanto o más excitada que su tía Ágatha por esta visita. No podía dejar
Por suerte esta vez pudo adueñarse de su cuerpo antes de que este la dejara en bolsito e irguiéndose se zafó con rapidez. Después, sin mencionar ni una palabra tomo aire, lo fulminó con la mirada y echó andar sola hacia la puerta mientras se mordía los labios.Andrew se sirvió una copa, se la bebió de un trago y esperó unos segundos en el salón rosado. Le daría a Dorelia el tiempo suficiente para llegar hasta la puerta y subir al carruaje. Quería ver su rostro una vez más antes de que abandonase Camberly, quería saber si le dedicaba una última mirada a través de la ventanilla y, sobre todo, necesitaba saber si sus hermosos ojos brillaban aún con ese atisbo de deseo mezclado con rabia que había advertido en ellos al abrazarla. Pero de ningún modo iba a permitir que esta mujer altiva y deliciosa supiera que él ardía por ella con un fuego intenso e indomable. Ninguna de las muchas candidatas que había conocido, gracias a las artimañas de su tía Louise, le habían despertado la más mínima
—Estás preciosa —dijo Emily cuando la doncella terminó de acicalar el cabello de Dorelia. Maud había moldeado con las tenacillas calientes unos suaves tirabuzones que enmarcaban su rostro, después de sujetar la brillante melena azabache en un recogido alto para resaltar su esbelto y delicado cuello—. Y aún te faltan los adornos —añadió, con la mano extendida.Dorelia miró el exquisito tocado hecho con plumas de pavo real, prendidas a una fina diadema de seda. El característico dibujo circular imitaba el reflejo tornasolado azul y crema de su vestido, y las pequeñas fibras esponjosas que lo rodeaban, de un luminoso verde jade, hacían juego con el color de sus pupilas.—Es demasiado —protestó ella—, ya es suficiente con haberme apropiado de tu vestido. Deberías llevarlo tú, no soy yo quien ha encandilado a un conde. —Dorelia le dirigió a su hermana una sonrisa forzada. Ambas sabían que el espectro de William se interponía con su malvada presencia entre lordWarlet y Emily. Esta hizo caso
El aire se congeló al instante y un frío intenso avanzó hacia ella, arrastrándose como una serpiente para aprisionarla con su lazo. Dorelia se quedó paralizada al ver a Williams junto a los recién llegados, pero Andrew la miró de nuevo, y una profunda calidez recorrió todo su cuerpo, se asentó en su pecho y después se deslizó por sus manos y sus pies con una energía incontrolable.—¿Dónde vas, querida?Dorelia oyó la voz exasperada y desaprobadora de su tía, pero esta le llegó lejana y apagada, sin ningún poder para detenerla. Por el contrario le reforzó en su propósito y aceleró el paso, en dirección a los recién llegados.No le importaba que Williams estuviera allí, pero no pensaba amilanarse y no presentar sus respetos por miedo a provocarle. —Me alegro mucho de que haya venido, lady Crawford —dijo Dorelia, haciendo una reverencia—. Espero que podamos retomar nuestra charla de esta mañana en Camberly. Fue más breve de lo que me habría gustado —añadió, después de dedicarle a Andre
—Fue arriesgado por su parte decirle a Trenton que mi hermana le había reservado este baile a su amigo —dijo Dorelia cuando dio un giro y se cruzó con Andrew en el medio del pasillo.Este esperó paciente hasta que ella se acercase otra vez.—Trenton es un cobarde —le contestó—. Me alegro de haberlo puesto en su sitio.Dorelia dobló el cuello para mirarlo mientras otro caballero ocupaba el sitio de Andrew en un nuevo giro. Cuando volvió de regreso dando dos saltitos al compás de la alemanda, le dio a Andrew un fuerte pisotón en los pies.—Nunca hubiese imaginado encontrarme con un bailarín peor que yo —dijo él apretando los labios—. Le ruego que se apiade de mí y me acompañe un momento a la terraza antes de que me desmaye.—Lo siento —dijo Dorelia, compungida por la mueca dolorida de Andrew—. Pero puede que sea peor el remedio que la enfermedad. No me perdonaría que volviera a constiparse por mi culpa —añadió, aprovechando la oportunidad de devolverle la puya.—Correré el riesgo —dijo
Emily descorrió las cortinas de la alcoba con cuidado. El día estaba nublado, y una tenue luz grisácea se filtró por los crisAndrew, inundando la habitación con una atmósfera fría y melancólica.Dorelia parpadeó al notar que la oscuridad había desaparecido, y al fin abrió los ojos.—¿Cómo te encuentras? —le preguntó su hermana, sentada junto a ella en el borde de la cama.—¿Qué hora es? —respondió Dorelia.—Casi mediodía —dijo Emily con una sonrisa—. Has dormido doce horas seguidas, hermanita. Aunque después de lo ocurrido, no me extraña. Todos estábamos muy preocupados por ti, incluso tía Ágatha. No ha dejado de meter la nariz en nuestro dormitorio y en su frasco de sales —concluyó con una risita nerviosa.Dorelia apoyó las manos en el mullido colchón de plumas de ganso y se incorporó, recostándose sobre el cabecero de bronce. Alguien, probablemente, Maud, la había despojado de su vestido de gala y le había puesto el camisón que ahora llevaba. «Después de lo ocurrido», había dicho Em
William lo estaba esperando junto a la verja de los jardines traseros de Sheraton Park. A solo unas pocas yardas al frente, el bosque de olmos y robles cuyo nombre compartía con la mansión ancestral del conde, aparecía como un muro verde y frondoso, capaz de ocultar el rastro y la presencia de quien se internase en él, ya fuera por gusto, o por necesidad. —Al menos, no se puede negar que es puntual —dijo Edward—. Es un poco tarde para tener un encuentro de este tipo. Me alegro de no estar en Londres. —Yo también —respondió Andrew—. No perdamos tiempo, entonces.William parecía tener la misma urgencia. En cuanto los vio acercarse a lomos de sus caballos, inclinó la cabeza y les hizo una seña para que lo siguieran. —¿Quién es el otro? —preguntó Edward.Andrew observó la figura achaparrada del hombre, que llevaba un parche en el ojo, y se removió con una desagradable sensación sobre su montura. —Supongo que es su padrino. Un rufián de la misma calaña que William. Edward estudió el g