UN LEÓN NO SIENTE TEMOR DE RUGIR

Por suerte esta vez pudo adueñarse de su cuerpo antes de que este la dejara en bolsito e irguiéndose se zafó con rapidez. Después, sin mencionar ni una palabra tomo aire, lo fulminó con la mirada y echó andar sola hacia la puerta mientras se mordía los labios.

Andrew se sirvió una copa, se la bebió de un trago y esperó unos segundos en el salón rosado. Le daría a Dorelia el tiempo suficiente para llegar hasta la puerta y subir al carruaje. Quería ver su rostro una vez más antes de que abandonase Camberly, quería saber si le dedicaba una última mirada a través de la ventanilla y, sobre todo, necesitaba saber si sus hermosos ojos brillaban aún con ese atisbo de deseo mezclado con rabia que había advertido en ellos al abrazarla. Pero de ningún modo iba a permitir que esta mujer altiva y deliciosa supiera que él ardía por ella con un fuego intenso e indomable.

Ninguna de las muchas candidatas que había conocido, gracias a las artimañas de su tía Louise, le habían despertado la más mínima
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