DUELO DE SANGRE

William lo estaba esperando junto a la verja de los jardines traseros de Sheraton Park. A solo unas pocas yardas al frente, el bosque de olmos y robles cuyo nombre compartía con la mansión ancestral del conde, aparecía como un muro verde y frondoso, capaz de ocultar el rastro y la presencia de quien se internase en él, ya fuera por gusto, o por necesidad.

—Al menos, no se puede negar que es puntual —dijo Edward—. Es un poco tarde para tener un encuentro de este tipo. Me alegro de no estar en Londres.

—Yo también —respondió Andrew—. No perdamos tiempo, entonces.

William parecía tener la misma urgencia. En cuanto los vio acercarse a lomos de sus caballos, inclinó la cabeza y les hizo una seña para que lo siguieran.

—¿Quién es el otro? —preguntó Edward.

Andrew observó la figura achaparrada del hombre, que llevaba un parche en el ojo, y se removió con una desagradable sensación sobre su montura.

—Supongo que es su padrino. Un rufián de la misma calaña que William.

Edward estudió el g
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