El aire se congeló al instante y un frío intenso avanzó hacia ella, arrastrándose como una serpiente para aprisionarla con su lazo. Dorelia se quedó paralizada al ver a Williams junto a los recién llegados, pero Andrew la miró de nuevo, y una profunda calidez recorrió todo su cuerpo, se asentó en su pecho y después se deslizó por sus manos y sus pies con una energía incontrolable.—¿Dónde vas, querida?Dorelia oyó la voz exasperada y desaprobadora de su tía, pero esta le llegó lejana y apagada, sin ningún poder para detenerla. Por el contrario le reforzó en su propósito y aceleró el paso, en dirección a los recién llegados.No le importaba que Williams estuviera allí, pero no pensaba amilanarse y no presentar sus respetos por miedo a provocarle. —Me alegro mucho de que haya venido, lady Crawford —dijo Dorelia, haciendo una reverencia—. Espero que podamos retomar nuestra charla de esta mañana en Camberly. Fue más breve de lo que me habría gustado —añadió, después de dedicarle a Andre
—Fue arriesgado por su parte decirle a Trenton que mi hermana le había reservado este baile a su amigo —dijo Dorelia cuando dio un giro y se cruzó con Andrew en el medio del pasillo.Este esperó paciente hasta que ella se acercase otra vez.—Trenton es un cobarde —le contestó—. Me alegro de haberlo puesto en su sitio.Dorelia dobló el cuello para mirarlo mientras otro caballero ocupaba el sitio de Andrew en un nuevo giro. Cuando volvió de regreso dando dos saltitos al compás de la alemanda, le dio a Andrew un fuerte pisotón en los pies.—Nunca hubiese imaginado encontrarme con un bailarín peor que yo —dijo él apretando los labios—. Le ruego que se apiade de mí y me acompañe un momento a la terraza antes de que me desmaye.—Lo siento —dijo Dorelia, compungida por la mueca dolorida de Andrew—. Pero puede que sea peor el remedio que la enfermedad. No me perdonaría que volviera a constiparse por mi culpa —añadió, aprovechando la oportunidad de devolverle la puya.—Correré el riesgo —dijo
Emily descorrió las cortinas de la alcoba con cuidado. El día estaba nublado, y una tenue luz grisácea se filtró por los crisAndrew, inundando la habitación con una atmósfera fría y melancólica.Dorelia parpadeó al notar que la oscuridad había desaparecido, y al fin abrió los ojos.—¿Cómo te encuentras? —le preguntó su hermana, sentada junto a ella en el borde de la cama.—¿Qué hora es? —respondió Dorelia.—Casi mediodía —dijo Emily con una sonrisa—. Has dormido doce horas seguidas, hermanita. Aunque después de lo ocurrido, no me extraña. Todos estábamos muy preocupados por ti, incluso tía Ágatha. No ha dejado de meter la nariz en nuestro dormitorio y en su frasco de sales —concluyó con una risita nerviosa.Dorelia apoyó las manos en el mullido colchón de plumas de ganso y se incorporó, recostándose sobre el cabecero de bronce. Alguien, probablemente, Maud, la había despojado de su vestido de gala y le había puesto el camisón que ahora llevaba. «Después de lo ocurrido», había dicho Em
William lo estaba esperando junto a la verja de los jardines traseros de Sheraton Park. A solo unas pocas yardas al frente, el bosque de olmos y robles cuyo nombre compartía con la mansión ancestral del conde, aparecía como un muro verde y frondoso, capaz de ocultar el rastro y la presencia de quien se internase en él, ya fuera por gusto, o por necesidad. —Al menos, no se puede negar que es puntual —dijo Edward—. Es un poco tarde para tener un encuentro de este tipo. Me alegro de no estar en Londres. —Yo también —respondió Andrew—. No perdamos tiempo, entonces.William parecía tener la misma urgencia. En cuanto los vio acercarse a lomos de sus caballos, inclinó la cabeza y les hizo una seña para que lo siguieran. —¿Quién es el otro? —preguntó Edward.Andrew observó la figura achaparrada del hombre, que llevaba un parche en el ojo, y se removió con una desagradable sensación sobre su montura. —Supongo que es su padrino. Un rufián de la misma calaña que William. Edward estudió el g
—¡Oh, Dios mío! ¿Dónde puede haberse metido? —dijo lady Sheanes, desfallecida en el sofá de su salón—. Mis sales, necesito mis sales. Emily, por primera vez, se encontraba tanto o más nerviosa que su tía. —No lo comprendo —dijo la muchacha—. No sé por qué se ha marchado de ese modo. Tiene que haber una explicación razonable para todo esto. —¡¿Una explicación razonable?! —aulló la dama—. Nada de lo que hace tu hermana es razonable, nunca lo ha sido y estoy segura de que ahora tampoco lo es. ¡Y pensar que esta mañana creía que la desgracia que había hecho caer sobre esta casa había llegado a su fin! ¡Lleva más de dos horas fuera! ¡Ni siquiera le ha importado dejarnos plantados en el almuerzo! Emily resopló. Las prioridades de su tía parecían tan absurdas como siempre. —¿Qué ocurrirá si a Su Excelencia se le ocurre venir a visitarnos y no la encuentra aquí? —dijo lady Sheanes—. Tendría que improvisar una excusa, y mucho me temo que no se me ocurre ninguna que no parezca ridícula. ¡¿
Dorelia estaba tiritando. Había salido de Hammond Hall sin ninguna prenda de abrigo, y el interior de la desvencijada cabaña era tan oscuro como frío. —Disculpe mis modales —dijo William, sentándose frente a ella en cuclillas—. Encenderé enseguida el fuego. Ah, también le quitaré esa sucia mordaza, así podremos tener una agradable conversación. La leña crepitó en el silencio de la noche. Dorelia trató de oír algún sonido que pudiera servirle para averiguar dónde la había llevado William. Dentro del carruaje, le había puesto una venda en los ojos, y solo hacía unos minutos que la había liberado de ella, pero también la había maniatado, y las cuerdas continuaban clavándose en sus doloridas muñecas. Antes de entrar en la cabaña, William despidió al siniestro hombre que había conducido el carruaje, el cual estaba segura de que no era un simple cochero. ¿Por qué la había traído hasta este lugar remoto? Jamás la encontrarían, y Dorelia no podía dejar de temblar al pensar en cuáles podían
El tranquilo pueblo de Kingston upon Thames nunca conoció una agitación similar. El juicio contra Trenton y la boda de Su Excelencia Andrew Hershey, quinto duque de Blackshield y su primo lord William Hemley, tercer conde de Warlet, con las señoritas Hamilton, congregó a centenares de curiosos provenientes de varias millas a la redonda y del mismo Londres. Andrew y Edward, al estar emparentados con la realeza, pudieron haber elegido la catedral de Saint Paul en la capital para celebrar el enlace, con la asistencia del propio monarca, George IV, y de la más alta nobleza de la Corte.Pero el acontecimiento habría conllevado un aparatoso escenario del que tanto ellos, como las jóvenes, desearon dejar a un lado y unirse en matrimonio en un entorno más íntimo y familiar, si es que eso era posible.Kingston había sido el lugar donde Andrew y Dorelia habían pasado sus años más felices, pero también los más terribles. Las suaves colinas que se inclinaban hacia el río y rodeaban la villa, ha
La historia de Andrew y Dorelia, alguna vez un matrimonio lleno de amor y risas, se ha visto empañada por cinco años de distanciamiento y rencor. La sombra de los celos y la inseguridad ha crecido entre ellos, amenazando con destruir lo que alguna vez fue un vínculo profundo.Andrew, atormentado por una profunda inseguridad derivada de una cicatriz en su rostro, percibe cada interacción de Dorelia con otros como una amenaza. Sus pensamientos se ven nublados por la sospecha, convencido de que ella coquetea con otros a sus espaldas, ignorando el amor genuino y profundo que ella siente por él.Dorelia, por su parte, se encuentra atrapada en una red de acusaciones y reproches infundados. Sus intentos por demostrar su amor y fidelidad son rechazados por Andrew, quien se hunde cada vez más en un abismo de desconfianza. La incomprensión y el dolor se convierten en el lenguaje cotidiano de su relación.Las consecuencias de este conflicto no solo afectan a la pareja, sino también a su hijo, qu