SUS CUERPOS UNIDOS

Sumergida en sus pensamientos, Dorelia se sobresaltó cuando el carruaje se detuvo frente a la entrada principal de la mansión. A la luz del día, su aspecto era impresionante, y se alegró de que en su visita anterior fuese de noche, pues quizá la visión de sus altos muros, que se extendían en dos alas hacia el río y las suaves colinas, la habrían disuadido de su propósito de entrar en Camberly para abordar al invitado del duque con su insólita propuesta de matrimonio.

Un lacayo abrió la puerta y la ayudó a descender.

—Buenos días, señorita Hamilton —dijo el sirviente—. Si tiene la bondad de acompañarme, la están esperando.

Dorelia asintió y lo siguió hasta la escalinata. Apretó con fuerza su bolsito y recordó su primer encuentro con Andrew. Esta sería la cuarta vez que lo vería, y se preguntó si la escena sería tan tempestuosa e incómoda como los anteriores. Sin embargo, no pudo evitar la sensación de que se sentía tanto o más excitada que su tía Ágatha por esta visita. No podía dejar
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