Tomada de la mano de Mauricio, Helena sonreía a las cámaras, pese a que empezaban a dolerle las mejillas. En verdad que se estaba cansando de esa vida. La conversación con Marcia, aunque corta, fue, como todas con ella, sustanciosa y le reveló lo que en verdad estaba considerando. Desde los trece años, cuando comenzó a tener el cuerpo de una mujer, se vio asediada no solo por pretendientes, algunos incluso adultos de treinta años o más, sino también por publicistas. De estos últimos, sus padres atendieron a sus llamados y, en menos de un mes, estaba en una agencia, tenía un representante y varias ofertas como estrella infantil de televisión. El día en que su padre, como su tutor legal, firmó el primer contrato, para Helena se acabó la privacidad y empezó a añorar lo que era, como Marcia dijo, salir a un centro comercial a comerse un helado sin que nadie girara para verla, pedirle un autógrafo o una selfie. —Creo que es él —dijo Mauricio—. Vaya, pero si casi debe tener mi edad. Helen
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