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Helena
Era el evento de celebración de los cuarenta años de la firma Missos, una compañía dedicada a la negociación bursátil, fundada por el cuñado de Helena Mancillo que, en ese momento, sonreía al desfile de invitados que se acercaba a la mesa principal para saludar al anfitrión, el señor Fabricio Menón, considerado el hombre más rico del país. Pero los invitados se acercaban a la mesa, más que por la formalidad, para admirar a Helena, cuya extraordinaria belleza era tema de las revistas de farándula, noticiarios y redes sociales. Estaba probado que bastaba una foto suya para atraer un millón de miradas en apenas cinco segundos después de la publicación. Todos querían una selfie con Helena. —Belleza y poder siempre deben ir de la mano, Helena —había dicho Fabricio a su cuñada momentos antes de desmontarse de la limusina que los condujo al evento, celebrado en el salón dorado del hotel más prestigioso de la ciudad—. Por eso, Helena, quiero que hoy te comprometas con mi hermano. Mauri
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León, CEO del grupo empresarial Troy
Tomada de la mano de Mauricio, Helena sonreía a las cámaras, pese a que empezaban a dolerle las mejillas. En verdad que se estaba cansando de esa vida. La conversación con Marcia, aunque corta, fue, como todas con ella, sustanciosa y le reveló lo que en verdad estaba considerando. Desde los trece años, cuando comenzó a tener el cuerpo de una mujer, se vio asediada no solo por pretendientes, algunos incluso adultos de treinta años o más, sino también por publicistas. De estos últimos, sus padres atendieron a sus llamados y, en menos de un mes, estaba en una agencia, tenía un representante y varias ofertas como estrella infantil de televisión. El día en que su padre, como su tutor legal, firmó el primer contrato, para Helena se acabó la privacidad y empezó a añorar lo que era, como Marcia dijo, salir a un centro comercial a comerse un helado sin que nadie girara para verla, pedirle un autógrafo o una selfie. —Creo que es él —dijo Mauricio—. Vaya, pero si casi debe tener mi edad. Helen
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¡Secuestrada!
Mauricio llevó a Helena a una bodega de enseres y trastos de limpieza, a donde el ruido del evento llegaba como un eco lejano. —Te he extrañado —dijo Mauricio cuando estuvo seguro de estar en el lugar al que había querido llevar a Helena—. Los últimos quince días han sido los más largos de mi vida. Esa tarde Mauricio había regresado de un viaje de negocios por el Sudeste Asiático, en donde había cumplido algunos compromisos encargados por su hermano. Fue un viaje largo, de casi dos semanas. —Sé lo que quieres y yo también te he extrañado, amor, ¿pero qué ocurriría si alguien nos viera?Mauricio pareció no atender a las palabras de Helena y empezó a besar su cuello. —Amor, es en serio, no. Hay mucha prensa y hasta youtubers. Seguro que alguno nos vio venir hasta acá.—Pero mi vida, va a ser algo rápido, cosa de diez minutos y, ¿viste todos los pasillos por los que pasamos? Es imposible que lleguen hasta acá. Helena no quería ser ruda con Mauricio, no cuando estaban a una hora de c
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¿Vas a hacerme el amor mientras volamos?
El Ferrari de León atravesó las calles de la ciudad con la velocidad de quien se siente no solo perseguido, sino por perder algo muy preciado en caso de ser alcanzado. Cuando la autopista se lo permitía, giraba la vista uno o dos segundos para admirar a Helena, sentada a su lado. Cuando se sentía observada por León, Helena sonreía y, al verlo a él también sonreírle, volvía a confiar en que lo que estaba haciendo era lo correcto, pero, a medida que se acercaban al aeropuerto, a donde sabía Helena que se estaban dirigiendo, volvía a sentir en el pecho la opresión y el vacío que le generaban el miedo. Estiró la mano y alcanzó su bolso. —Es mejor si no lo hicieras —dijo León cuando la vio abrir la cartera.—Necesito saber —contestó Helena sacando su celular. León no iba a actuar como un tirano a escasos minutos de conocer y convencer a Helena de irse con él. La vio revisando sus redes sociales. Ya retumbaban los trinos preguntándose dónde estaba Helena y hasta empezaba a circular un ví
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Que nadie dude de que Helena fue raptada
El evento de celebración de los cuarenta años del conglomerado empresarial Missos fue calificado, en el más optimista y mejor de los adjetivos, como “lamentable”. Los peores diría que fue un desastre total, el comienzo del fin del liderazgo sin tachaduras del imperio de Fabricio Menón. Al terminar el evento, Fabricio convocó una reunión de urgencia para el día siguiente, al mediodía, en el edificio central de Missos, una torre empresarial de setenta pisos que señalaba el corazón de la ciudad.A las once y media de la mañana, en la sala de juntas, ya estaban sentados los representantes, presidentes, CEO´s y directores del conglomerado Missos, una especie de federación empresarial, bursátil y financiera que tenía como cabeza al hombre más rico y poderoso entre ellos: Fabricio Menón, que ocupaba la cabecera de la larga mesa de roble.—La situación es más grave de lo que parece —dijo Fabricio, dando comienzo, así, a la reunión—. Las acciones del grupo Missos cayeron más de diez puntos es
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Quiero que te cueles por mi ventana
Casi una hora después de haber aterrizado, la camioneta ingresó por una portería de altos y gruesos muros blancos. Luego ascendió, a través de una carretera pavimentada, por una colina cubierta de un frondoso bosque tropical. Atravesó un amplio puente, bajo el que Helena pudo contemplar el paso de un río, no muy ancho, alimentado por una cascada a la que en ese momento surcaba un arcoiris. Sin importar hacia donde se dirigieran sus ojos, veía aves de diversos tamaños y colores, monos traviesos que saltaban entre las ramas, como si quisieran seguir el vehículo para espiar a sus ocupantes. —Es muy hermoso —dijo Helena sin dejar de mirar por la ventana—. Es como si esta colina no hubiera sido tocada por la mano del hombre, salvo para hacer esta carretera. —Y a
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Víctor y Andrea
Caminaron por un conjunto de pasillos que a Helena le parecieron laberínticos y se detuvieron frente a otra puerta doble, similar a la del lector biométrico, solo que esta vez León presionó el botón de un comunicador. En una pequeña pantalla apareció el rostro de una mujer de unos treinta años, blanca, el rostro cubierto de pecas y cabello rojizo. —¿León? —preguntó la mujer— Creíamos que llegarías hasta mañana. —Bueno, cuñada, ya ves que me adelanté. Sonó la cerradura de la puerta y León la empujó, dejando pasar a Helena. —Es muy bella —dijo Helena.Leer más
Un viejo y sordomudo contador
Tres lujosos Mercedes AMG aparcaron en la constructora Echandía Asociados, propiedad de Darío Echandía, el padrino de Helena, y los hombres que los conducían fueron recibidos por dos jóvenes secretarias que parecían competir por el cabello más rizado, el perfume más costoso y por la que llevase la falda más alta sin pasar por vulgar. —¿Cómo podemos colaborarles, caballeros? —preguntó la secretaria de cabello rubio cuando vio salir del ascensor a los tres empresarios.—Buscamos a Darío —contestó quien parecía guiar a sus otros dos compañeros, un hombre alto, de tez morena y cuerpo robusto—. Mi nombre es Diomedes Peña. —Lo lamento, señores, pero e
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Panecillos con cangrejo y caldo de apio
Cuando León habló de ir al pueblo, Helena no se imaginó que se tratara de una pequeña ciudad tan opulenta. Al recorrer sus calles, se sintió inmersa en un barrio de Mónaco, con tiendas de moda de las mejores y más costosas marcas del mundo, lo mismo que joyerías, tiendas de calzado, perfumerías, restaurantes, bancos y hasta casinos, aparte de los edificios empresariales y las altas torres de reconocidos grupos financieros.  —¿A esto te referías cuando hablaste de ir “el pueblo”? —preguntó mientras se acercaban al puerto, en donde predominaban los yates y otras embarcaciones de lujo. —Bueno, es que es una ciudad pequeña —contestó León—, por eso le decimos así, y como tampoco tiene un nombre oficial, solo le decimos “el pueblo”. Helena no terminaba de sorprenderse.  Leer más
La pelirroja
Darío siguió a Diomedes, Mauricio y Diego, “el Oráculo”, a un bar que era reconocido por el hecho de que las camareras atendían vestidas solo con ropa interior. Se sentaron en una mesa VIP y pidieron una botella del mejor whiskey. La camarera que los atendió era una joven pelirroja cubierta de pecas en el rostro y por varias zonas de su cuerpo que, de haber estado vestida, no se habrían notado. —Te ves incómodo amigo —dijo Diomedes a Darío—, vamos, estás con nosotros, en confianza.  —No es por lo que crees que estoy así —contestó Darío—, sino porque creo que ya había visto a la chica que nos atendió. Diomedes, Mauricio y el Oráculo intercambiaron una mirada. —¿Ah sí? ¿Cómo es eso? —preguntó Mauricio, divertido por lo que parecía, iba a ser una de las anécdotas d
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