El evento de celebración de los cuarenta años del conglomerado empresarial Missos fue calificado, en el más optimista y mejor de los adjetivos, como “lamentable”. Los peores diría que fue un desastre total, el comienzo del fin del liderazgo sin tachaduras del imperio de Fabricio Menón.
Al terminar el evento, Fabricio convocó una reunión de urgencia para el día siguiente, al mediodía, en el edificio central de Missos, una torre empresarial de setenta pisos que señalaba el corazón de la ciudad.
A las once y media de la mañana, en la sala de juntas, ya estaban sentados los representantes, presidentes, CEO´s y directores del conglomerado Missos, una especie de federación empresarial, bursátil y financiera que tenía como cabeza al hombre más rico y poderoso entre ellos: Fabricio Menón, que ocupaba la cabecera de la larga mesa de roble.
—La situación es más grave de lo que parece —dijo Fabricio, dando comienzo, así, a la reunión—. Las acciones del grupo Missos cayeron más de diez puntos esta mañana, al abrir la bolsa, pero, lejos del déficit bursátil, lo que más nos preocupa es la desaparición de Helena —Fabricio se levantó de su silla, que semejaba un trono de cuero, más que una silla ejecutiva, por las grandes cabezas de león que emergían a los costados de su espaldar, y comenzó a pasearse por la sala de juntas—. Por respeto a sus padres, me he abstenido de denunciar su desaparición a las autoridades, porque es a ellos a quienes les corresponde realizar la denuncia, pero, quiero decirles, damas y caballeros —Fabricio se detuvo tras la silla que ocupaba su hermano, Mauricio, CEO de la empresa Spartan—, que ya he visto las cámaras de seguridad del hotel. Registran a Helena dejando el edificio en compañía de un hombre, al que toma de la mano y se le ve subir, de manera voluntaria, sin ningún tipo de coerción, a un vehículo Fiat deportivo. El caballero en mención, y dueño del carro al que subió Helena, no es otro que León Castilblanco
La sorpresa no fue mayor. La mayoría de los presentes en la reunión ya sospechaban, por los comentarios hechos durante el evento y lo que registraban las redes sociales, que el hijo menor del presidente del conglomerado Troy había sido la persona que salió con Helena. Lo que sí los sorprendió fue saber que la joven había salido con León, de manera voluntaria.
—¿Se ha tomado ya alguna medida al respecto, señor? —preguntó Ciro Avendaño, un hombre que llegaba a los setenta años y que, para los allí reunidos, era el segundo al mando en el conglomerado.
—Aparte de esta reunión, en la que quiero que definamos lo que vamos a hacer, no se ha hecho nada —contestó Fabricio—. Me urge comunicarme con el director del conglomerado Troy, pero antes de hacerlo, quiero que definamos la estrategia que vamos a seguir.
—¿La estrategia, señor? —preguntó uno de los CEO, sentado muy cerca de donde estaba Mauricio Menón.
Fabricio no contestó de inmediato. Caminó hasta su puesto, en la cabecera de la mesa.
—Creo que a ninguno de los presentes les cabe duda alguna de la importancia que Helena tiene para el conglomerado Missos, así como las razones que debieron motivar al joven León para haberla seducido y raptado.
La sala se llenó de murmullos. Fabricio escuchó que cuestionaban el uso del término “rapto”, así como la verdadera importancia que Helena tenía en el grupo. Fue otro de los CEO el que habló en representación de quienes dudaban sobre la afirmación de Fabricio.
—Quisiéramos saber, señor presidente, las razones que lo llevan a afirmar que la señorita Helena fue raptada y por qué, afirma usted, que su presencia es tan importante para el conglomerado.
Fabricio estaba preparado para la duda que contraía los rostros de sus aliados.
—Primero contestaré a los motivos por los que Helena es tan valiosa para nosotros, y no aludiré solo a lo que anuncié al comienzo de esta reunión, sobre la caída del valor de la acción, lo que, de acuerdo a estimaciones, representa casi un billón de dólares en pérdidas para el conglomerado —Fabricio hizo una pausa para ver el efecto de sus palabras iniciales en la cara de los empresarios—. Ahora, para quienes quizá no lo recuerdan o han debido olvidar tomar su píldora para la memoria, les recuerdo que, en esta misma mesa, hace tres años, nos reunimos para concertar no solo la contratación de la influencer Helena Mancillo, sino también el nombre de la empresa en la que trabajaría —Fabricio notó la incomodidad creciente en los rostros de quienes lo escuchaban—. Y se concertó que Helena no solo sería contratada por una cifra millonaria, la más alta jamás pagada a una “chica de las redes”, sino que también se definió que estaría bajo la dirección de la empresa de mi hermano, Mauricio. Pero, más importante aún, se decidió que, si alguna otra empresa por fuera del conglomerado Missos, cualquiera que fuera, contrataba a nuestra influencer, el grupo entero empeñaría todos sus esfuerzos para lograr la adquisición, amistosa o brusca, de dicha compañía.
—Lo recordamos, señor presidente —dijo una de las CEO en la mesa—, pero entonces se habló de que Helena fuera contratada y, lo que hemos visto en las redes sociales y lo que usted mismo dijo, hace un momento, fue que la joven se marchó, en lo que parece una decisión amorosa, con el hijo de un empresario. No veo aquí una contratación.
La sala de juntas volvió a llenarse de murmullos. La mano levantada de Fabricio los acalló.
—Por favor. Voy a aclarar la situación —dijo—. Lo primero que quiero que tengan en cuenta, es el hecho de que la terminología jurídica empleada en el acuerdo al que llegamos es muy amplia, lo que significa que por “contrato” se entiende cualquier tipo de servicio que Helena pudiera ofrecer a otra compañía o, que por el hecho de ya no estar vinculada a la empresa de mi hermano, dejara de otorgarnos.
Ante el murmullo levantado por sus palabras y los rostros poco convencidos que vio entre sus aliados, Fabricio pidió al abogado del conglomerado, sentado en una de las sillas al respaldo de las de quienes asistían a la junta, en donde se sentaban también los secretarios y asistentes de los CEO, que explicara a la junta lo que acababa de intentar decirles. Todos hicieron silencio para escuchar lo que les dijo el jurista y, después de quince minutos de escuchar su exposición de terminología jurídica y contractual, quedaron convencidos de que estaban atados al compromiso suscrito hacía tres años.
—Ahora que hemos entendido el alcance del compromiso adquirido por la contratación de Helena Mancillo como influencer, hace tres años —dijo Fabricio cuando el abogado regresó a su asiento—, quiero pasar a explicar la importancia que esta joven tiene para el conglomerado y por qué su rapto tiene tanta relevancia para el grupo.
—Pero, señor presidente —dijo uno de los CEO que, hasta ese momento, daba la impresión de ser uno de los más escépticos—, creo que hablo en nombre de mis pares cuando le pido, si fuera tan amable, de explicarnos por qué se refiere a la fuga de la señorita Helena con el término de rapto, cuando, usted mismo lo dijo, se trató de un acto de su propia voluntad.
Fue Mauricio, el hermano de Fabricio, quien respondió, levantándose de su silla.
—Porque mi prometida fue seducida por un traidor, un patán que se aprovechó de nuestra hospitalidad y buena fe para acercarse a ella y, con quién sabe qué palabras y promesas, la convenció de huir, pero, y esto quiero que lo tengan por cierto, ella jamás se habría ido si este seductor no la hubiera engañado.
Aunque duras, las palabras de Mauricio no tuvieron el efecto que él esperaba y ninguno de los escépticos, que seguían siendo la mayoría de la junta, cambió de parecer.
—Lo que quiso decir mi hermano —dijo Fabricio cuando comprobó el escaso efecto de las palabras de Mauricio—, es que no tenemos certeza de que Helena sí haya abandonado el hotel en pleno goce de sus facultades mentales.
—¿Qué quiere decir, señor presidente? —preguntó Ciro, el segundo al mando del conglomerado.
—Lo que quiero decir es que Helena pudo haber salido del hotel bajo los efectos de algún narcótico o alucinógeno porque, y piénsenlo bien, ¿consideran ustedes que, en pleno uso de sus facultades mentales, Helena se habría marchado con un hombre que acababa de conocer, en el que quizá fuera uno de los días más importantes de su vida -porque, les digo, sabía que Mauricio iba a proponerle matrimonio- y estando presente la prensa y algunos de los influencers más importantes del país?
Esta vez la duda quedó sembrada y así pudo comprobarlo Fabricio en los rostros perplejos y alargados de los CEO.
—Por ello, insisto, debemos hacernos a la idea de que Helena se encuentra raptada o, mejor dicho, secuestrada por el señor León Castiblanco y es él, el CEO del conglomerado Troy, quien tiene la responsabilidad de responder por mi cuñada, la señorita Helena —Fabricio hizo una pausa y repasó con la mirada cada uno de los rostros de los miembros de la junta—. Me temo, además, que las acciones que puedan tomar las autoridades en este caso van a ser en extremo lentas por lo que, propongo a la junta, que se pronuncie y adopte una decisión en este caso.
—¿A qué se refiere, señor presidente? —preguntó una CEO.
—Me refiero a que debemos adoptar una decisión, que quedará consignada en el libro de actas de esta reunión, sobre las acciones que, como conglomerado empresarial, podemos adoptar para presionar, de manera legítima -desde luego- al conglomerado Troy para que su CEO, el señor León Castiblanco, nos permita saber del paradero de la señorita Helena Mancillo y se comprometa a dejarla en libertad a la brevedad.
La sala volvió a llenarse de murmullos.
—Nos gustaría saber, señor presidente, qué tipo de acciones pueden ser esas —pidió uno de los CEO, acallando los murmullos.
—Bueno —contestó Fabricio como si la idea se le acabara de ocurrir—, por el momento, lo único que se me ocurre es que redactemos una petición formal al conglomerado Troy, firmada por todos nosotros, en la que pongamos al tanto, de manera oficial, a los CEO de este grupo empresarial para que su presidente se pronuncie sobre esta situación y pueda comprometerse, con nosotros, a que este perjuicio será resuelto lo más pronto posible.
Hubo un asentimiento general sobre la propuesta de Fabricio y, antes de que fuera servido el almuerzo en la sala de juntas, el presidente del conglomerado Missos se acercó a su secretario privado y le preguntó, al oído:
—¿Dónde diablos está Darío? ¿Por qué no ha llegado todavía?
Casi una hora después de haber aterrizado, la camioneta ingresó por una portería de altos y gruesos muros blancos. Luego ascendió, a través de una carretera pavimentada, por una colina cubierta de un frondoso bosque tropical. Atravesó un amplio puente, bajo el que Helena pudo contemplar el paso de un río, no muy ancho, alimentado por una cascada a la que en ese momento surcaba un arcoiris. Sin importar hacia donde se dirigieran sus ojos, veía aves de diversos tamaños y colores, monos traviesos que saltaban entre las ramas, como si quisieran seguir el vehículo para espiar a sus ocupantes.—Es muy hermoso —dijo Helena sin dejar de mirar por la ventana—. Es como si esta colina no hubiera sido tocada por la mano del hombre, salvo para hacer esta carretera.—Y a
Caminaron por un conjunto de pasillos que a Helena le parecieron laberínticos y se detuvieron frente a otra puerta doble, similar a la del lector biométrico, solo que esta vez León presionó el botón de un comunicador. En una pequeña pantalla apareció el rostro de una mujer de unos treinta años, blanca, el rostro cubierto de pecas y cabello rojizo.—¿León? —preguntó la mujer— Creíamos que llegarías hasta mañana.—Bueno, cuñada, ya ves que me adelanté.Sonó la cerradura de la puerta y León la empujó, dejando pasar a Helena.—Es muy bella —dijo Helena. Tres lujosos Mercedes AMG aparcaron en la constructora Echandía Asociados, propiedad de Darío Echandía, el padrino de Helena, y los hombres que los conducían fueron recibidos por dos jóvenes secretarias que parecían competir por el cabello más rizado, el perfume más costoso y por la que llevase la falda más alta sin pasar por vulgar.—¿Cómo podemos colaborarles, caballeros? —preguntó la secretaria de cabello rubio cuando vio salir del ascensor a los tres empresarios.—Buscamos a Darío —contestó quien parecía guiar a sus otros dos compañeros, un hombre alto, de tez morena y cuerpo robusto—. Mi nombre es Diomedes Peña.—Lo lamento, señores, pero eUn viejo y sordomudo contador
Cuando León habló de ir al pueblo, Helena no se imaginó que se tratara de una pequeña ciudad tan opulenta. Al recorrer sus calles, se sintió inmersa en un barrio de Mónaco, con tiendas de moda de las mejores y más costosas marcas del mundo, lo mismo que joyerías, tiendas de calzado, perfumerías, restaurantes, bancos y hasta casinos, aparte de los edificios empresariales y las altas torres de reconocidos grupos financieros. —¿A esto te referías cuando hablaste de ir “el pueblo”? —preguntó mientras se acercaban al puerto, en donde predominaban los yates y otras embarcaciones de lujo. —Bueno, es que es una ciudad pequeña —contestó León—, por eso le decimos así, y como tampoco tiene un nombre oficial, solo le decimos “el pueblo”. Helena no terminaba de sorprenderse. Darío siguió a Diomedes, Mauricio y Diego, “el Oráculo”, a un bar que era reconocido por el hecho de que las camareras atendían vestidas solo con ropa interior. Se sentaron en una mesa VIP y pidieron una botella del mejor whiskey. La camarera que los atendió era una joven pelirroja cubierta de pecas en el rostro y por varias zonas de su cuerpo que, de haber estado vestida, no se habrían notado. —Te ves incómodo amigo —dijo Diomedes a Darío—, vamos, estás con nosotros, en confianza. —No es por lo que crees que estoy así —contestó Darío—, sino porque creo que ya había visto a la chica que nos atendió. Diomedes, Mauricio y el Oráculo intercambiaron una mirada. —¿Ah sí? ¿Cómo es eso? —preguntó Mauricio, divertido por lo que parecía, iba a ser una de las anécdotas dLa pelirroja
Las ostras con berenjena estaban deliciosas, pero la porción era demasiado pequeña para que Helena se diera por satisfecha, incluso después de haber comido los panecillos y el caldo.—No sabía que tuvieras cuatro hermanos —dijo Dafne—. Y dos de ellos son gemelos.—Sí. Mis hermanos varones son los gemelos, y las otras dos son mis hermanas, las dos mayores.—¿Son igual de hermosas que tú?—Lo son, sí —contestó Helena tras comerse el último bocado de berenjena—. Y las dos están casadas. La mayor con un ciclista profesional y la otra con un ingeniero químico.—Eres modesta, He
El Oráculo fue el primero en despedirse, seguido por Diomedes, que tenía una reunión importante a la que asistir.—¿A las nueve de la noche? —preguntó Darío con sarcasmo en el tono de su voz.—No es lo que quieres insinuar, amigo —contestó Diomedes mientras abotonaba el saco de su traje—. Son las siete de la mañana en Tokio. —Palmeó el hombro de Darío y luego el de Mauricio—. Hasta otra ocasión, caballeros.Darío siguió con la mirada a Diomedes y lo vio salir del bar. Luego vio a la pelirroja en tanga y brasier.—¿Sabes? —Le dijo a Mauricio— Yo también creo que me voy ya. A Patricia no le gusta qu
Una suave melodía despertó a Helena. Cuando abrió los ojos, se descubrió rodeada por una tenue iluminación que apenas si conseguía ser más brillante que el cielo nocturno sobre el océano que, como si fuese un cuadro de dimensiones colosales, decoraba el fondo de la habitación. Extendió su mano y apagó la alarma que había programado antes de quedarse dormida. Eran las siete de la noche y las primeras estrellas titilaban en el horizonte. Se quedó un rato más en la cama, contemplando el hermoso paisaje nocturno ceñido sobre el mar infinito.Entregada a la contemplación del paisaje, no vio la silueta oscura que escaló por el balcón y se introdujo, como la extensión de una sombra, por el ventanal de la habitación. Tampoco escuchó los pasos que se aproximaban a