Cuando León habló de ir al pueblo, Helena no se imaginó que se tratara de una pequeña ciudad tan opulenta. Al recorrer sus calles, se sintió inmersa en un barrio de Mónaco, con tiendas de moda de las mejores y más costosas marcas del mundo, lo mismo que joyerías, tiendas de calzado, perfumerías, restaurantes, bancos y hasta casinos, aparte de los edificios empresariales y las altas torres de reconocidos grupos financieros.
—¿A esto te referías cuando hablaste de ir “el pueblo”? —preguntó mientras se acercaban al puerto, en donde predominaban los yates y otras embarcaciones de lujo.
—Bueno, es que es una ciudad pequeña —contestó León—, por eso le decimos así, y como tampoco tiene un nombre oficial, solo le decimos “el pueblo”.
Helena no terminaba de sorprenderse.
Darío siguió a Diomedes, Mauricio y Diego, “el Oráculo”, a un bar que era reconocido por el hecho de que las camareras atendían vestidas solo con ropa interior. Se sentaron en una mesa VIP y pidieron una botella del mejor whiskey. La camarera que los atendió era una joven pelirroja cubierta de pecas en el rostro y por varias zonas de su cuerpo que, de haber estado vestida, no se habrían notado. —Te ves incómodo amigo —dijo Diomedes a Darío—, vamos, estás con nosotros, en confianza. —No es por lo que crees que estoy así —contestó Darío—, sino porque creo que ya había visto a la chica que nos atendió. Diomedes, Mauricio y el Oráculo intercambiaron una mirada. —¿Ah sí? ¿Cómo es eso? —preguntó Mauricio, divertido por lo que parecía, iba a ser una de las anécdotas d
Las ostras con berenjena estaban deliciosas, pero la porción era demasiado pequeña para que Helena se diera por satisfecha, incluso después de haber comido los panecillos y el caldo.—No sabía que tuvieras cuatro hermanos —dijo Dafne—. Y dos de ellos son gemelos.—Sí. Mis hermanos varones son los gemelos, y las otras dos son mis hermanas, las dos mayores.—¿Son igual de hermosas que tú?—Lo son, sí —contestó Helena tras comerse el último bocado de berenjena—. Y las dos están casadas. La mayor con un ciclista profesional y la otra con un ingeniero químico.—Eres modesta, He
El Oráculo fue el primero en despedirse, seguido por Diomedes, que tenía una reunión importante a la que asistir.—¿A las nueve de la noche? —preguntó Darío con sarcasmo en el tono de su voz.—No es lo que quieres insinuar, amigo —contestó Diomedes mientras abotonaba el saco de su traje—. Son las siete de la mañana en Tokio. —Palmeó el hombro de Darío y luego el de Mauricio—. Hasta otra ocasión, caballeros.Darío siguió con la mirada a Diomedes y lo vio salir del bar. Luego vio a la pelirroja en tanga y brasier.—¿Sabes? —Le dijo a Mauricio— Yo también creo que me voy ya. A Patricia no le gusta qu
Una suave melodía despertó a Helena. Cuando abrió los ojos, se descubrió rodeada por una tenue iluminación que apenas si conseguía ser más brillante que el cielo nocturno sobre el océano que, como si fuese un cuadro de dimensiones colosales, decoraba el fondo de la habitación. Extendió su mano y apagó la alarma que había programado antes de quedarse dormida. Eran las siete de la noche y las primeras estrellas titilaban en el horizonte. Se quedó un rato más en la cama, contemplando el hermoso paisaje nocturno ceñido sobre el mar infinito.Entregada a la contemplación del paisaje, no vio la silueta oscura que escaló por el balcón y se introdujo, como la extensión de una sombra, por el ventanal de la habitación. Tampoco escuchó los pasos que se aproximaban a
Era la segunda reunión de urgencia que Fabricio convocaba a tan solo tres días del acontecimiento que pasó a ser conocido como el “Rapto de Helena”, solo que esta vez, a diferencia de la primera reunión con la junta directiva del conglomerado, Fabricio solo convocó a quienes iban a formar su círculo más cercano en la lucha empresarial que ya veía venir. Fueron llamados, a su mansión, Diego “el Oráculo”, Diomedes, Darío y su hermano, Mauricio.—Lamento haber arruinado su juego de golf de esta mañana —dijo Fabricio cuando llegó el último de los convocados, Diomedes, que se había excusado por la teleconferencia que sostenía con unos inversionistas en Tokio cuando fue llamado—. Pero este acontecimiento es, sin duda, la declaración de guerra del c
Los invitados a la cena de Víctor se preguntaron qué grave circunstancia había obligado a Helena a retirarse. Cuando la vieron salir, estaba compungida y apenas si les dedicó una palabra de despedida. Fue Andrea, la esposa de Víctor, quien le pidió que les explicara.—No me hace falta ocultarlo, porque ya es de dominio público —dijo, de pie tras la silla de la cabecera de la mesa—. Ha empezado a circular un video en el que el exnovio de Helena aparece con otra mujer, en una situación bastante comprometedora.Antes de que los murmullos y comentarios se alzaran, el celular de Víctor comenzó a timbrar. Lo sacó del bolsillo del saco de su traje. Era su padre. Contestó.—¿Ya te has enterado? &mda
La reunión fue convocada en el salón de juntas principal del conglomerado Troy. Allí estaban Pedro Castiblanco, presidente del grupo empresarial, junto a su hijo más cercano, Víctor y los que, en ese momento, estaban en la isla: Lusi y Fabio. León se disculpó por su ausencia y todos comprendieron que hacía más por todos quedándose con Helena, atribulada por la manera en que el escarnio público la estaba golpeando.También estaban presentes algunos de los CEO´s de las compañías que integraban la federación del grupo, así como algunos aliados y asociados de diversos niveles, entre los que se encontraba Andrés Malagón, un joven multimillonario de las criptomonedas y uno de los principales socios corporativos del grupo, así como uno de los principales inversionistas e
—Has sido tú, ¿verdad? —preguntó Diomedes a Darío, sentado a su lado, en el asiento de primera clase del avión.—No. Si preguntas por una flatulencia, debieron ser los de adelante. Yo no he sido.—Sabes de qué estoy hablando.Darío miró a su compañero de asiento, dejando por un instante la lectura que adelantaba en la pantalla de su tablet.—No, la verdad es que no tengo ni idea.—Vamos, ya pasó y sabes que no te delataría, pero quiero saberlo, que tú me lo confirmes.—Amigo, en serio, no sé de qué estás hablando.