Cuando vio a Darío, lo primero en lo que pensó Martina fue en cómo pudo ocurrírsele a Víctor que ella podía acostarse con ese hombre. De nariz ganchuda, ojos algo saltones y pequeños, rostro más bien desproporcionado y labios de sapo, ni siquiera provocaba besarlo, así fuera a convertirse en un príncipe. Su único atributo, al menos físico, era su estatura y robustez, el cuerpo de un atleta, aunque ya también era cierto que tenía sus años y algunos músculos debían estar escurridos.
—Martina, volvemos a vernos —saludó Darío al entrar y, al contrario que ella, él sí vio la encarnación de una joven diosa del amor, venida a la Tierra para atormentar a los hombres y que se pelearan entre ellos para conquistar su belleza.
La primera vez que sonó el celular, Fabricio dejó pasar la llamada. Estaba encima de Sonia, su amante, intentando conseguir que tuviera un orgasmo, una tarea en la que veía que tendría que esforzarse más y reprimir, con más ahínco, la llegada del suyo. El celular volvió a sonar y, esta vez, Fabricio intentó ver quién era sin perder la posición en la que estaba. No tuvo suerte y lo volvió a dejar pasar, pero cuando el celular repicó por tercera vez, no tuvo otra opción que dejar lo que estaba haciendo, sacar su pene húmedo de la cavidad en donde la estaba pasando tan bien y tomar el teléfono. Eran las tres y veinticinco minutos de la mañana.—¿Si?Era Diomedes y sonaba alarmado.&m
Después del tercer día de encierro, Fabricio estaba desesperado. Los periodistas seguían abajo y ya habían incluso llegado con mini vans en las que se cambiaban de ropa, preparaban café, dormían y almorzaban. Estaba asediado y la única forma de salir era enfrentándolos. Sonia, por su parte, también comenzaba a exasperarse y las peleas entre la pareja eran a cada hora más frecuentes y con mayores alcances.—Voy a salir, Fabricio, no lo soporto más —dijo Sonia, ya vestida y maquillada para enfrentarse a los medios.—No, aguarda solo un poco más —contestó Fabricio, con el celular en la mano. Desde que empezó el asedio, el teléfono se había convertido en una parte esencial de su cuerpo—. Ya estoy haciendo unas llamadas
Mientras tomaba el desayuno, en la terraza de la cafetería de un hotel, Fabiana se fijó en la portada de una revista que el tendero colgaba en ese momento en el escaparate de su kiosco. Reconoció a su madre, pero no supo qué decían los titulares que rodeaban su fotografía, escritos en javanés. Le pidió a Akina que le comprara la revista y la tradujera para ella.—Dice que no se arrepiente de lo sucedido y que Fabricio Menón es no solo un hombre generoso con su fortuna, sino también un gran amante —dijo Akina mientras leía el artículo de la revista, cargado con fotografías de la exreina y modelo Sonia Olivares, posando en varias áreas y habitaciones de su apartamento—. Cuenta algunos detalles sobre su carrera como modelo, presentadora, exreina de belleza y, vaya, madre, te mencionan, acá
Querid@s lector@s,Antes que nada, gracias por haber llegado hasta aquí.He querido añadir esta última sección para hacer una especie de making-off o tras bambalinas de la obra, con el ánimo de poder despejar las dudas que quizá hayan surgido durante la lectura, lo que no quiere decir que, más adelante, y cuando la plataforma lo permita, pueda responder a los comentarios que quieran hacerme.Este libro ha sido el resultado de un trabajo de más de un mes, de estar, todos los días, escribiendo y actualizando las entregas, cada vez con uno o dos capítulos nuevos. Ha sido una labor gratificante y que ha colmado una idea que venía dando vueltas en mi cabeza por varios meses. Era el evento de celebración de los cuarenta años de la firma Missos, una compañía dedicada a la negociación bursátil, fundada por el cuñado de Helena Mancillo que, en ese momento, sonreía al desfile de invitados que se acercaba a la mesa principal para saludar al anfitrión, el señor Fabricio Menón, considerado el hombre más rico del país. Pero los invitados se acercaban a la mesa, más que por la formalidad, para admirar a Helena, cuya extraordinaria belleza era tema de las revistas de farándula, noticiarios y redes sociales. Estaba probado que bastaba una foto suya para atraer un millón de miradas en apenas cinco segundos después de la publicación. Todos querían una selfie con Helena. —Belleza y poder siempre deben ir de la mano, Helena —había dicho Fabricio a su cuñada momentos antes de desmontarse de la limusina que los condujo al evento, celebrado en el salón dorado del hotel más prestigioso de la ciudad—. Por eso, Helena, quiero que hoy te comprometas con mi hermano. MauriHelena
Tomada de la mano de Mauricio, Helena sonreía a las cámaras, pese a que empezaban a dolerle las mejillas. En verdad que se estaba cansando de esa vida. La conversación con Marcia, aunque corta, fue, como todas con ella, sustanciosa y le reveló lo que en verdad estaba considerando. Desde los trece años, cuando comenzó a tener el cuerpo de una mujer, se vio asediada no solo por pretendientes, algunos incluso adultos de treinta años o más, sino también por publicistas. De estos últimos, sus padres atendieron a sus llamados y, en menos de un mes, estaba en una agencia, tenía un representante y varias ofertas como estrella infantil de televisión. El día en que su padre, como su tutor legal, firmó el primer contrato, para Helena se acabó la privacidad y empezó a añorar lo que era, como Marcia dijo, salir a un centro comercial a comerse un helado sin que nadie girara para verla, pedirle un autógrafo o una selfie. —Creo que es él —dijo Mauricio—. Vaya, pero si casi debe tener mi edad. Helen
Mauricio llevó a Helena a una bodega de enseres y trastos de limpieza, a donde el ruido del evento llegaba como un eco lejano. —Te he extrañado —dijo Mauricio cuando estuvo seguro de estar en el lugar al que había querido llevar a Helena—. Los últimos quince días han sido los más largos de mi vida. Esa tarde Mauricio había regresado de un viaje de negocios por el Sudeste Asiático, en donde había cumplido algunos compromisos encargados por su hermano. Fue un viaje largo, de casi dos semanas. —Sé lo que quieres y yo también te he extrañado, amor, ¿pero qué ocurriría si alguien nos viera?Mauricio pareció no atender a las palabras de Helena y empezó a besar su cuello. —Amor, es en serio, no. Hay mucha prensa y hasta youtubers. Seguro que alguno nos vio venir hasta acá.—Pero mi vida, va a ser algo rápido, cosa de diez minutos y, ¿viste todos los pasillos por los que pasamos? Es imposible que lleguen hasta acá. Helena no quería ser ruda con Mauricio, no cuando estaban a una hora de c
El Ferrari de León atravesó las calles de la ciudad con la velocidad de quien se siente no solo perseguido, sino por perder algo muy preciado en caso de ser alcanzado. Cuando la autopista se lo permitía, giraba la vista uno o dos segundos para admirar a Helena, sentada a su lado. Cuando se sentía observada por León, Helena sonreía y, al verlo a él también sonreírle, volvía a confiar en que lo que estaba haciendo era lo correcto, pero, a medida que se acercaban al aeropuerto, a donde sabía Helena que se estaban dirigiendo, volvía a sentir en el pecho la opresión y el vacío que le generaban el miedo. Estiró la mano y alcanzó su bolso. —Es mejor si no lo hicieras —dijo León cuando la vio abrir la cartera.—Necesito saber —contestó Helena sacando su celular. León no iba a actuar como un tirano a escasos minutos de conocer y convencer a Helena de irse con él. La vio revisando sus redes sociales. Ya retumbaban los trinos preguntándose dónde estaba Helena y hasta empezaba a circular un ví