Era el evento de celebración de los cuarenta años de la firma Missos, una compañía dedicada a la negociación bursátil, fundada por el cuñado de Helena Mancillo que, en ese momento, sonreía al desfile de invitados que se acercaba a la mesa principal para saludar al anfitrión, el señor Fabricio Menón, considerado el hombre más rico del país. Pero los invitados se acercaban a la mesa, más que por la formalidad, para admirar a Helena, cuya extraordinaria belleza era tema de las revistas de farándula, noticiarios y redes sociales. Estaba probado que bastaba una foto suya para atraer un millón de miradas en apenas cinco segundos después de la publicación.
Todos querían una selfie con Helena.
—Belleza y poder siempre deben ir de la mano, Helena —había dicho Fabricio a su cuñada momentos antes de desmontarse de la limusina que los condujo al evento, celebrado en el salón dorado del hotel más prestigioso de la ciudad—. Por eso, Helena, quiero que hoy te comprometas con mi hermano.
Mauricio Menón, con quien se iba a comprometer Helena, no solo era casi veinte años menor que Fabricio, sino también el estereotipo de un galán de telenovela, de facciones agudas, grandes ojos negros y fuerte quijada, muy distinto a su hermano, un hombre caracterizado por su prominente nariz ganchuda, ojos saltones y labios casi inexistentes, grande y pesado.
—Tú y mi hermano hacen la pareja perfecta. Todos los aman. —Continuó Fabricio cuando estaban por ser recibidos por un corredor de fotógrafos y periodistas—. Estoy seguro de que, en el momento en que anunciemos el compromiso, las acciones de mi compañía alcanzarán un repunte de hasta un 10%.
Helena sonrió. Le agradaba Mauricio y sabía que un ejército de mujeres, de todas las edades, lo asediaban. No por nada seguía siendo el soltero más cotizado y uno de los hombres que más portadas había ocupado en las revistas de farándula y negocios, pero, para Helena, aún hacía falta algo, una minúscula chispa para sentirse enamorada de él.
La prensa y los fanáticos de Helena se sorprendieron al verla bajarse de la limusina en compañía de Fabricio Menón. Además de ser asaltaba por los flashes, llovieron sobre ella las preguntas.
—¿Por qué acompañas esta noche a tu cuñado? —preguntó la periodista que replicaba la misma inquietud de la multitud— ¿No deberías ir de la mano de Mauricio?
—Esta noche entro en compañía del hombre que ha hecho este sueño posible, es su celebración —contestó Helena, aferrada al brazo de Fabricio, atrayendo los suspiros de los hombres y la admiración de las mujeres—. Pero les anticipo que saldré en compañía de quien, a partir de esta noche, será el hombre de mi vida.
Las preguntas cayeron como una tormenta de ininteligibles cacofonías, todas apuntando a si estaba sugiriendo que se iba a comprometer con Mauricio, pero con su característica sonrisa pícara y amable, a la vez, Helena los evadió y con un beso al aire dejó a todos deseándola.
—Eres perfecta —dijo Fabricio cuando ya entraban en el salón—, y con Mauricio a tu lado, serás ya una diosa.
Helena no dijo nada, pero la comparación que hizo su cuñado, igualándola a una diosa, le molestó. No era que creyera en dioses, de hecho, se consideraba poco religiosa, pero le inquietó que las palabras de Fabricio atrajeran la envidia de algún tipo de poder espiritual que se pudiera sentir ofendido por la blasfemia.
—Y aquí está el único hombre capaz de opacar mi entrada —dijo Fabricio, con una amplia sonrisa, al ver a su hermano, que los esperaba a un costado de la entrada del salón donde se realizaría el evento. A su alrededor, como siempre, había un corrillo de mujeres, entre periodistas, influencers y fanáticas. Todas salieron espantadas cuando vieron a Helena aproximarse a su novio.
—No podrías estar más bella esta noche —dijo Mauricio luego de saludar a Helena con un beso en la boca—. Hasta una diosa estaría envidiosa al verte.
Helena sonrió a su novio y, en unas horas, prometido, pero volvió a sentirse intranquila por la mención blasfema a lo divino.
—Tú también estás guapísimo —dijo Helena a Mauricio.
—A mí nunca me lo dice —dijo Fabricio riéndose.
—Eso es, hermano, porque Helena es una mujer inteligente y sabe que, si te lo dice, tú sabrías que te estaría mintiendo. —Se burló Mauricio, que nunca perdía la oportunidad de bromear con su hermano mayor, al que no solo admiraba, sino respetaba y amaba por sobre cualquier otra persona, a excepción de Helena.
—Bueno, muy bien, basta de bromas —dijo Fabricio, que ya había hecho contacto visual con su secretario privado y quien, mediante un gesto que solo los años habían logrado convertir en un lenguaje completo, le indicó que la prensa e invitados más importantes lo esperaban—. Sigan. Nos vemos adentro y, por favor, Helena, no dejes que este sinvergüenza se beba mi whiskey.
Maurico tomó de la mano a su novia y entraron al salón. Hubieran querido compartir un momento a solas, sentados en la mesa principal, él con un whiskey y ella con un margarita en la mano, pero una brigada de invitados especiales y periodistas, que solo Dios sabía cómo se habían colado hasta allí, los aguardaban.
—¿Es verdad lo que ya es tendencia en las redes, que esta noche vas a comprometerte con Mauricio Menón? —preguntó una chica a la que Helena reconoció como la youtuber de un canal de moda y farándula.
Helena se fijó que la youtuber llevaba en su saco el prendedor dorado de invitada especial y no era de extrañar porque, supuso, el evento en realidad no celebraba los cuarenta años de la multimillonaria firma de corredores de bolsa de su cuñado, sino que era una fachada para el verdadero motivo por el que estaban ahí: el compromiso que estaba por fijarse.
—No, no tengo ni idea de eso. —Mintió Helena. Cuando vio el rostro de la youtuber, preparado para contrapreguntar, se adelantó—. ¿Acaso no sería más hermoso si fuera una sorpresa?
La youtuber no tuvo más opción que reconocer que Helena estaba en lo cierto y redirigió sus preguntas al vestido que llevaba esa noche. Después de hablarle del diseñador que lo había realizado, Helena cruzó su mirada con la esposa de su cuñado.
—¿Me permites?
Helena no esperó a la respuesta de la youtuber y atravesó, entre sonrisas evasivas, al apretado grupo que se había formado a su alrededor. Marcia, la esposa de Fabricio, estaba sola, de pie, a un costado de la mesa principal.
—Helena —dijo Marcia a manera de saludo—. ¿Vienes porque de verdad quieres hablar conmigo o solo me usas para escabullirte de tus seguidores?
La relación entre Marcia y Helena era fría y distante, pero muy buena.
—Sabes muy bien que es por lo segundo, porque dime, ¿quién querría hablar contigo?
Marcia sonrió e hizo señas a uno de los camareros para que les pasara unas copas. Las conversaciones con Helena siempre lo ameritaban.
—Cuando me casé con Fabricio también tuve mis quince minutos de fama, ¿sabías?
—¿Tú, fama? Creo que tu nombre y esa palabra nunca han ido juntas.
—Y por eso soy una mujer más feliz, querida. Dime, ¿cuándo fue la última vez que pudiste ir a comerte un helado, en un centro comercial, sin que nadie te reconociera?
Helena suspiró.
—Debió ser como a los doce años, antes de que me desarrollará. —Helena se llevó las manos a los pechos—. Apenas éstas empezaron a crecer, empecé a ser asediada.
—La libertad de las feas es la envidia de las bonitas, ¿o miento, Helena?
—No, no mientes. No sabes la envidia que te tengo, Marcia.
El camarero llegó y entregó las copas a las mujeres.
—Lo siento, señorita —dijo el camarero, dirigiéndose a Helena—. ¿Me podría firmar un autógrafo? Es para mi hija. Ella es una gran admiradora suya.
Helena intercambió una mirada con Marcia, que sonrió.
—¿No preferirías una selfie? —preguntó Helena—. No tengo un bolígrafo.
Sonriente, el camarero sacó su celular y Helena posó como si estuviera por darle un beso en el cachete.
—¿Crees que alguna vez te he envidiado yo por eso? —preguntó Marcia luego de que el camarero, muy agradecido, se hubiera ido.
—Sé que nunca, pero he visto la forma en que miras a los hombres que se me acercan y que quisieras, así fuera por una hora, tener mi apariencia.
Marcia rió.
—Lo que haría con ese cuerpo y rostro tuyo llenaría una página pornográfica completa.
—Eres una cerda, Marcia.
Ambas mujeres bebieron de sus copas, al tiempo.
—¿Sabías que mi marido invitó a los del grupo Troy?
Helena arrugó el rostro.
—No, no lo sabía. Pensé que los odiaba.
—En los negocios no hay odios, solo dinero, o al menos eso dice mi marido.
—Si lo dice él, debe ser cierto, pero siempre habla de los de Troy con desprecio, no sobre su dinero.
—Sí, no lo entiendo, pero aquí entre nosotras. —Marcia se aproximó al oído de Helena—. Creo que quien va a venir, en representación del grupo y su familia, es uno de los nuevos CEO´s de la compañía, un joven que acaba de llegar de estudiar en el exterior y que está… —Marcia se llevó los dedos a la boca y los besó, como si acabara de probar una comida deliciosa.
—Pues siendo tú quien me lo dice, debe ser un hombre como cualquier otro.
—¿Qué quieres decir?
—Que cualquier hombre es más apuesto que tu marido, así que los debes ver a todos con ganas de hincarles los dientes.
—¿Sabes qué? Esta vez sí te pasaste y cuando lo veas y quieras que te lo presente, te voy a hacer así —Marcia levantó el dedo corazón, dejando los demás recogidos.
Helena sonrió y vio, entre la multitud de invitados, que Mauricio la llamaba. Dejó la copa en la mesa y, usando como señal de despedida la misma seña que Marcia le hubiera dedicado, se abrió paso hasta alcanzar a su novio.
—Ven —le dijo Mauricio, tomándola de la mano—. Está por llegar el representante del grupo Troy y quiero que nos vea juntos.
Helena asintió, pero no entendía por qué resultaba tan especial ese grupo Troy y cuál era el motivo por el que resultaba tan importante que su representante -apenas un jovencito, según Marcia- los viera como la pareja feliz que eran.
Tomada de la mano de Mauricio, Helena sonreía a las cámaras, pese a que empezaban a dolerle las mejillas. En verdad que se estaba cansando de esa vida. La conversación con Marcia, aunque corta, fue, como todas con ella, sustanciosa y le reveló lo que en verdad estaba considerando. Desde los trece años, cuando comenzó a tener el cuerpo de una mujer, se vio asediada no solo por pretendientes, algunos incluso adultos de treinta años o más, sino también por publicistas. De estos últimos, sus padres atendieron a sus llamados y, en menos de un mes, estaba en una agencia, tenía un representante y varias ofertas como estrella infantil de televisión. El día en que su padre, como su tutor legal, firmó el primer contrato, para Helena se acabó la privacidad y empezó a añorar lo que era, como Marcia dijo, salir a un centro comercial a comerse un helado sin que nadie girara para verla, pedirle un autógrafo o una selfie. —Creo que es él —dijo Mauricio—. Vaya, pero si casi debe tener mi edad. Helen
Mauricio llevó a Helena a una bodega de enseres y trastos de limpieza, a donde el ruido del evento llegaba como un eco lejano. —Te he extrañado —dijo Mauricio cuando estuvo seguro de estar en el lugar al que había querido llevar a Helena—. Los últimos quince días han sido los más largos de mi vida. Esa tarde Mauricio había regresado de un viaje de negocios por el Sudeste Asiático, en donde había cumplido algunos compromisos encargados por su hermano. Fue un viaje largo, de casi dos semanas. —Sé lo que quieres y yo también te he extrañado, amor, ¿pero qué ocurriría si alguien nos viera?Mauricio pareció no atender a las palabras de Helena y empezó a besar su cuello. —Amor, es en serio, no. Hay mucha prensa y hasta youtubers. Seguro que alguno nos vio venir hasta acá.—Pero mi vida, va a ser algo rápido, cosa de diez minutos y, ¿viste todos los pasillos por los que pasamos? Es imposible que lleguen hasta acá. Helena no quería ser ruda con Mauricio, no cuando estaban a una hora de c
El Ferrari de León atravesó las calles de la ciudad con la velocidad de quien se siente no solo perseguido, sino por perder algo muy preciado en caso de ser alcanzado. Cuando la autopista se lo permitía, giraba la vista uno o dos segundos para admirar a Helena, sentada a su lado. Cuando se sentía observada por León, Helena sonreía y, al verlo a él también sonreírle, volvía a confiar en que lo que estaba haciendo era lo correcto, pero, a medida que se acercaban al aeropuerto, a donde sabía Helena que se estaban dirigiendo, volvía a sentir en el pecho la opresión y el vacío que le generaban el miedo. Estiró la mano y alcanzó su bolso. —Es mejor si no lo hicieras —dijo León cuando la vio abrir la cartera.—Necesito saber —contestó Helena sacando su celular. León no iba a actuar como un tirano a escasos minutos de conocer y convencer a Helena de irse con él. La vio revisando sus redes sociales. Ya retumbaban los trinos preguntándose dónde estaba Helena y hasta empezaba a circular un ví
El evento de celebración de los cuarenta años del conglomerado empresarial Missos fue calificado, en el más optimista y mejor de los adjetivos, como “lamentable”. Los peores diría que fue un desastre total, el comienzo del fin del liderazgo sin tachaduras del imperio de Fabricio Menón. Al terminar el evento, Fabricio convocó una reunión de urgencia para el día siguiente, al mediodía, en el edificio central de Missos, una torre empresarial de setenta pisos que señalaba el corazón de la ciudad.A las once y media de la mañana, en la sala de juntas, ya estaban sentados los representantes, presidentes, CEO´s y directores del conglomerado Missos, una especie de federación empresarial, bursátil y financiera que tenía como cabeza al hombre más rico y poderoso entre ellos: Fabricio Menón, que ocupaba la cabecera de la larga mesa de roble.—La situación es más grave de lo que parece —dijo Fabricio, dando comienzo, así, a la reunión—. Las acciones del grupo Missos cayeron más de diez puntos es
Casi una hora después de haber aterrizado, la camioneta ingresó por una portería de altos y gruesos muros blancos. Luego ascendió, a través de una carretera pavimentada, por una colina cubierta de un frondoso bosque tropical. Atravesó un amplio puente, bajo el que Helena pudo contemplar el paso de un río, no muy ancho, alimentado por una cascada a la que en ese momento surcaba un arcoiris. Sin importar hacia donde se dirigieran sus ojos, veía aves de diversos tamaños y colores, monos traviesos que saltaban entre las ramas, como si quisieran seguir el vehículo para espiar a sus ocupantes.—Es muy hermoso —dijo Helena sin dejar de mirar por la ventana—. Es como si esta colina no hubiera sido tocada por la mano del hombre, salvo para hacer esta carretera.—Y a
Caminaron por un conjunto de pasillos que a Helena le parecieron laberínticos y se detuvieron frente a otra puerta doble, similar a la del lector biométrico, solo que esta vez León presionó el botón de un comunicador. En una pequeña pantalla apareció el rostro de una mujer de unos treinta años, blanca, el rostro cubierto de pecas y cabello rojizo.—¿León? —preguntó la mujer— Creíamos que llegarías hasta mañana.—Bueno, cuñada, ya ves que me adelanté.Sonó la cerradura de la puerta y León la empujó, dejando pasar a Helena.—Es muy bella —dijo Helena. Tres lujosos Mercedes AMG aparcaron en la constructora Echandía Asociados, propiedad de Darío Echandía, el padrino de Helena, y los hombres que los conducían fueron recibidos por dos jóvenes secretarias que parecían competir por el cabello más rizado, el perfume más costoso y por la que llevase la falda más alta sin pasar por vulgar.—¿Cómo podemos colaborarles, caballeros? —preguntó la secretaria de cabello rubio cuando vio salir del ascensor a los tres empresarios.—Buscamos a Darío —contestó quien parecía guiar a sus otros dos compañeros, un hombre alto, de tez morena y cuerpo robusto—. Mi nombre es Diomedes Peña.—Lo lamento, señores, pero eUn viejo y sordomudo contador
Cuando León habló de ir al pueblo, Helena no se imaginó que se tratara de una pequeña ciudad tan opulenta. Al recorrer sus calles, se sintió inmersa en un barrio de Mónaco, con tiendas de moda de las mejores y más costosas marcas del mundo, lo mismo que joyerías, tiendas de calzado, perfumerías, restaurantes, bancos y hasta casinos, aparte de los edificios empresariales y las altas torres de reconocidos grupos financieros. —¿A esto te referías cuando hablaste de ir “el pueblo”? —preguntó mientras se acercaban al puerto, en donde predominaban los yates y otras embarcaciones de lujo. —Bueno, es que es una ciudad pequeña —contestó León—, por eso le decimos así, y como tampoco tiene un nombre oficial, solo le decimos “el pueblo”. Helena no terminaba de sorprenderse. Último capítulo