Mantenía las manos en puños sobre las rodillas, siempre mirando al suelo, esperando con ansías a que mi padre se levantará y volviéramos a casa. Pero ese día, eso no pasó. Mi padre lanzó una maldición y arrojó sus cartas sobre la mesa, furioso. —¡Maldita sea! El hombre con quién jugaba era maduro, alto y robusto, con una barba amplia y unos ojos maliciosos. No me gustaba. —Vaya, amigo. Lo que te hace falta, es subir las apuestas. Con cantidades así, nunca ganaras. Mi padre chasqueó la lengua y dijo. —Lo sé, lo sé... —A iniciado un nuevo siglo, la era del glamour, el dinero, el cine, las artes... Las mujeres —sentí sus ojos lascivos en mí—... Deberías apostar algo más valioso. Mi padre lo miró. —¿Más valioso que el dinero? —Si, mucho más. Sentí sus ojos posarse en mí, yo mantuve la vista abajo, ansiosa por irme de aquel sombrío lugar. —Es más, ya que deseas ampliar tus horizontes en este mundo, yo puedo ayudarte. La epoca de oro te puede traer una fortuna mayor.
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