La miré con lágrimas en los ojos. Me dolía mucho el brazo, y no tenía fuerzas para zafarme de su agarre.
—Por... por favor...
—¿Dulce? Te llamas Dulce, ¿verdad?
Asentí repetidas veces.
—Qué nombre tan lindo y adorable, tan acorde a ti. Eres bonita bajo esos golpes, sin duda a los clientes les gustaras.
Temblé y ella me sonrió con extrema dulzura.
—¿Qué edad tienes, Dulce? Debes ser muy joven, pareces una chiquilla.
—Tengo.... 19 años...
Sentí unas lágrimas rodar por mis mejillas. Y al ver esos ojos grises sin compasión, supe que yo no era libre, todo lo contrario. Mi destino sería peor que lo que acababa de dejar atrás.
—Bien, Dulce, te diré qué haces aquí y qué es este sitio. Estás aquí por qué ya no le servirás a Fabian, él esta muerto. Ahora eres propiedad de Odisea.
Ella pareció ver lo poco que yo entendía de todo eso, ya que agregó con orgullo:
—Odisea es un prestigioso y exclusivo burdel —declaró complacida—. Y tú serás una chica de humo. Tu trabajo será servirle a nuestros clientes VIP, hombres poderosos e influyentes.
Fruncí el entrecejó y con esfuerzo para hablar, pregunté con miedo:
—¿Chica de... humo? ¿Q-qué es eso?
Ella chaqueó la lengua con diversión.
—Qué ingenuidad... Verás, una chica de humo es una protituta. Serás una prostituta de Odisea.
¿Una prostituta? No, yo no podía serlo. Comencé a negar, pero ella me sujeto mas fuerte y añadió:
—Qué tierna, sin duda serás una atractiva novedad
En cuanto ella salió de la habitación, me limpié las lágrimas y, armándome de valor, me arranqué la intravenosa. Después bajé apresuradamente de la cama y tambaleándome debido a la debilidad, me acerqué a la puerta.
Apoyé la frente en ella y tomé varias respiraciones. No podía convertirme en una prostituta. No quería hacerlo. Isabel no había cuidado varios años de mí, para que al final mi vida terminara siendo propiedad de un burdel.
—No... no puedo quedarme aquí —suspiré tocando la perilla de la puerta con una temblorosa mano—. Debo irme...
Así que, con las pocas fuerzas que aún tenía, abrí la puerta cuidadosamente y después de cerciorarme de que no hubiera nadie cerca, me lancé fuera. Descalza comencé a recorrer un interminable pasillo rojo, con incandescentes luces blancas en lujosos candelabros y negras puertas de metal a cada costado. En algún momento, sentí curiosidad y me detuve frente a una, pegué el oído a ella.
Contuve en aliento, esperando oír algo espeluznante, pero de ella solo salieron ocasionales gemidos y gritos agudos. Con la cara completamente roja, me alejé de la puerta de golpe.
Después apresuré el paso, mirando a todos lados con inquietud. Tenía miedo de que en cualquier momento una de esas puertas se abriera y me atraparan. Pero recorrí el interminable pasillo y crucé a paso rápido algunas puertas, y nadie fue por mí.
No me encontré con nadie.
Hasta que identifiqué una salida de emergencia. Suspiré de alivio, lo había logrado. Iba a irme de allí. Conteniendo mi alegría, corrí hacía ella.
Abrí la pesada puerta y...
—¿Qué demonios haces?
Retrocedí dos pasos antes de caer al suelo. Mi brazo enyesado golpeó el piso, provocando que yo gritara de dolor.
—Eres una chiquilla problemática, ¿no es así?
Apreté los labios y contuve mi dolor cuando él se arrodilló frente a mí. Me miró con burla, ladeando ligeramente la cabeza; sus ojos eran dos pozos sin fondo, realzados por un atractivo rostro blanco de pómulos altos y afilados, con un cabello ligeramente largo y lacio, atado en una media coleta alta. A pesar de su aspecto, me atemorizó como la primera vez, porque recordé que no solo era un hombre joven y atractivo, sino también un asesino, y uno muy cruel.
Inevitablemente, recordé lo que la mujer me había dicho sobre él:
"... ¿Quién es él? Solo puedo decirte que ahora le perteneces, y que no te conviene desobedecerle. Has cambiado de dueño, querida ..."
¿Era él a quién ahora yo le pertenecía? ¿Era él dueño de ese burdel?
Tragué fuerte e ignorando el dolor de mi brazo, intenté arrastrarme lejos de él. No obstante, antes de poder siquiera darme la vuelta, él me tomó del tobillo con una gran mano delgada, de dedos largos y finos.
—¿Qué estabas a punto de hacer? —inquirió con un peligroso tono bajo.
Con los ojos llorosos, miré la puerta abierta frente a mí. Más allá de ella, hacía un día muy bonito, soleado y sin nubes. Los días favoritos de Isabel.
Isabel... pensé con dolor. Luchamos tanto para ser libres, para tener una vida juntas. No puedo rendirme ahora. Debo intentarlo una vez más.
—Parece ser que mi reciente adquisición intenta huir —comentó sin enfado, pero con un controlado tono que me hizo estremecer.
Con un último gramo de coraje y fuerza, pateé su mano con el otro pie. Él solté una maldición y me soltó, en cuanto lo hizo me levanté lo más rápido que pude y corrí hacia la salida.
Pero él fue más rápido que yo, en un segundo me dio alcancé y con una de sus largas piernas cerró la puerta de una patada. Me tomó desde atrás por la cintura y alejó de la salida. Aun así, grité, le arañé los brazos y pataleé, intentando liberarme.
—¡Suélteme! ¡Déjeme ir!
—Detente ya —ordenó, arrastrándome lejos de la salida.
No lo escuché y me agité en sus brazos, luchando por liberarme.
—¡Suélteme!
Cuando estuve lejos de la puerta, él me soltó, pero solo lo hizo para poder estamparme de espaldas contra la pared. Solté un jadeo de dolor cuando repentinamente él me sujetó del rostro con una mano, obligándome a mirarlo.
—Te he dicho que te detengas.
Había una marcada y homicida ira en sus negros ojos. Me quedé quieta y contuve el aliento, completamente aterrada.
—Esta es la primera y última vez que haces esto, ¿entendido? —siseó a un palmo de mi rostro.
No fui capaz de decir nada, solo temblé bajo esos oscuros ojos.
—No quiero verte huir otra vez. Tampoco pienses en atacarme de nuevo.
Tragué fuerte cuando dio un paso hacía mí, acercando sus labios a mi oído.
—Si se te ocurre volver a portarte mal, haré que lo pagues —dijo con una controlada voz fría—. No creas que, porque te salvé de tu penosa existencia, seré compasivo contigo.
Palidecí ante sus palabras. ¿Él me mataría como había matado a mi amo? Si yo intentaba huir de nuevo, ¿moriría de la misma forma? No lo dude. Ese extraño me mataría.
Durante toda mi vida, yo había pertenecido a un hombre abusivo y cruel conmigo, y cuando él murió, llegué a pensar que quizás por fin tendría una vida propia.
No obstante, alguien peor que mi anterior dueño había ido a mi encuentro. Y quizás yo lo merecía.
—Lo... ¡lo lamento mucho! —sollocé, rompiéndome al fin—. Debí salir y ayudarla. Perdón, ella... ¡murió por mi culpa!
Él alejó los labios de mi oído y me miró a la cara con expresión intrigada. Repentinamente, ya no parecía molesto en absoluto.
—¿De qué hablas?
Lo miré entre lágrimas, temblando por el llanto.
—Ella me protegió, y por eso él la mató... —le confesé, sintiéndome más culpable que nunca—. Yo tuve la culpa.
Su mandíbula se tensó cuando apretó los dientes, y sin decir nada liberó mi rostro de su agarre. Yo de inmediato me cubrí la cara para que no viera el dolor en mí. Quizás me merecía todo eso, después de todo, por mi culpa había muerto alguien importante para él.
—Lo siento mucho... —me disculpé una y otra vez—. Lo siento, lo siento tanto...
A través de mi llanto, lo escuché pronunciar una maldición en voz baja. Luego dijo secamente:
—Si, tienes razón, Isabel está muerta. Olvidáte de ella, ya no importa. No la meciones nunca más.
Lo miré a través de mis dedos, sin comprender. Él había ido allí por ella, había enloquecido de ira por ella, había matado a nuestro amo por ella... Entonces, ¿por qué no parecía dolido por su muerte? ¿Por qué no parecía sufrir por ella como yo?
—No... no comprendo. Usted fue por ella...
Me lanzó una mirada casi homicida.
—Ella murió, lo demás no importa ya —me cortó tajante—. Y mis razones para buscarla no son algo que deban importarle a una chiquilla como tú, ¿comprendes?
Asentí, tragándome mi llanto ante su mirada intimidatoria. Si no había buscado a Isabel porque le importara, ¿por qué había acudido allí ese día? No lo entendía.
—Déjala atrás. No vuelvas a hablar sobre ella, lo que le pasó o quién fue, ya no importan.
Dicho esto, me tomó del brazo con fuerza y comenzó a arrastrarme por el pasillo; yo hice lo posible para seguirle el paso. Me llevó por todo el burdel, hasta la habitación donde esa mañana había despertado.
Y sin misericordia me arrojó dentro. Un mechón de cabello negro se soltó de su coleta y enmarcó su pálido rostro, oscureciendo su expresión aun más. Él no se molestó en apartarlo, solo frunció sus intensas y pobladas cejas oscuras, a juego con sus ojos.
—No tienes permiso para poner un pie fuera de esta habitación, ¿comprendes?
Su expresión enfadada, sus helados rasgos afilados, y la gélida mirada oscura con la que me observaba, me llenarón de tal miedo que me apoyé en la pared contraria. Quería alejarme lo más posible de él.
—Te quedarás aquí hasta que yo venga a buscarte —me ordenó con una implacable voz que me heló la sangre—. Si intentas volver a escapar, haré que nunca más desees hacerlo, ¿está claro?
Sorbí por la nariz, temblando de miedo. Y por fin hice la pregunta que de verdad importaba, la que debí hacer desde un comienzo.
—¿Quién es... usted? —musité con un hilillo de voz.
Él torció un lado de la boca, y eso gesto le hizo ver más atractivo y peligroso que nunca. En ese momento, me di cuenta de que estaba atrapada, y que mi vida ya no era mía, sino suya.
—Yo soy Rafael Riva, el fundador de los burdeles Odisea.
¿Qué relación había entre la dulce mujer que me había cuidado como una hija, y ese hombre frío a quién ahora le pertenecía mi vida?
Dejé escapar un suspiro, y lo miré con otros ojos. Ese atractivo desconocido de ojos oscuros y largo cabello negro, quien había matado a mí amo sin misericordia y me había "salvado" de esa vida, era el dueño de ese burdel.
—A partir de ahora, tú eres una prostituta aquí, y yo soy tu nuevo amo y señor.
Por orden expresa del Fundador, me quedé resguardada en esa habitación por días, siendo vigilada día y noche por un fornido hombre en la puerta. Solo después de dos días sin comunicación con el exterior, una chica poco mayor que yo entró una mañana. A pesar de dolor de mi brazo, rápidamente salté de la cama y me refugié en el rincón opuesto a la puerta, lo más lejos posible de ella. Al verme tan a la defensiva, ella meneó la cabeza y sonrió. Era bonita, de cabello claro y esbelto cuerpo; me recordó a Isabel. —Tú debes de ser Dulce, ¿o me equivoco? —preguntó con suavidad, acercándose a mí con cuidado. Sin saber qué pensar de ella, asentí. Pero me mantuve en el rincón. —Genial, porque el Fundador me envió para revisar tu brazo —me mostró una pequeña caja que traía consigo. Con algo de estupor, bajé la mirada a mi brazo. El yeso aun picaba, y no sabía si había mejorado o no. Así que, aun desconfiando de ella, dejé mi rincón y volví a la cama. Me senté en el borde mientras la
Mantenía las manos en puños sobre las rodillas, siempre mirando al suelo, esperando con ansías a que mi padre se levantará y volviéramos a casa. Pero ese día, eso no pasó. Mi padre lanzó una maldición y arrojó sus cartas sobre la mesa, furioso. —¡Maldita sea! El hombre con quién jugaba era maduro, alto y robusto, con una barba amplia y unos ojos maliciosos. No me gustaba. —Vaya, amigo. Lo que te hace falta, es subir las apuestas. Con cantidades así, nunca ganaras. Mi padre chasqueó la lengua y dijo. —Lo sé, lo sé... —A iniciado un nuevo siglo, la era del glamour, el dinero, el cine, las artes... Las mujeres —sentí sus ojos lascivos en mí—... Deberías apostar algo más valioso. Mi padre lo miró. —¿Más valioso que el dinero? —Si, mucho más. Sentí sus ojos posarse en mí, yo mantuve la vista abajo, ansiosa por irme de aquel sombrío lugar. —Es más, ya que deseas ampliar tus horizontes en este mundo, yo puedo ayudarte. La epoca de oro te puede traer una fortuna mayor.
Después de esa última vez, no lo volví a ver. No me buscó ni una vez, y yo lo agradecí en verdad. Porque, aunque esa noche no me había tocado, temía que el cualquier momento lo hiciera. Y yo no estaba lista para eso. No quería ser utilizada así. Aunque no pudiera dejar Odisea, no quería ser una prostituta. Y mucho menos de un hombre como él. Pero una semana después de que un médico viniera a quitarme el yeso del brazo, Susan entró a mí habitación con una gran bolsa. La miré con curiosidad. —El Fundador me ha ordenado que te arreglé. Me senté en la cama, mirando como ella sacaba un enorme y largo vestido rojo de la bolsa. Al verlo, comencé a temer lo peor. Quizás él iba a desquitarse conmigo por lo de esa última noche. Trague fuerte. —¿Para qué? —inquirí con creciente miedo. Susan negó. —No puedo decírtelo, lo siento. Solo sé que debes obedecer. Con algo de renuencia, dejé que me metiera en una gran tina y me lavara el cabello. Y con miedo le permití ponerme el vest
Esa misma noche, después de concluir la subasta, fui arrastrada hasta una pequeña habitación. Donde una chica me sacó el vestido con rapidez, para después pasarme un extraño conjunto de encaje. Miré los diminutos trozos de tela en mis manos. Luego alcé la mirada. —¿Qué...? Ella me colocó un bata negra encima, y con un gesto impaciente, abrió la puerta. —Póntelo. El comprador te espera. Apresúrate o te arrepentirás. Cuando salió, yo me senté sobre una silla y miré el conjunto. Enrojecí. Era lencería erótica de encaje color rojo, o al menos, los tres pequeños trozos en mis manos lo parecían. —No... no puedo ponerme esto... El conjunto se trataba de un sujetador, un liguero y lo que parecía una diminuta tanga, todos casi trasparentes. Además, también incluía una especie de gargantilla que se conectaba al resto de las piezas a través de unos delgados tirantes negros. Suspiré, llena de vergüenza. No era capaz ni de imaginarme vestida con eso. —¡Apresúrate! Escondí la ca
¿Por qué me había comprado? ¿Por qué había gastado 15 millones de dólares en alguien como yo? Yo no era ni la mitad de atractiva que el resto de las chicas de Odisea, y a todas ellas les complacía servirle al Fundador. Pero yo... Yo apreté los labios cuando él me hizo girarme sobre el estómago y con una gran mano me presionó contra la cama, obligándome a colocarme en 4 patas. Jadeé sujetándome con las uñas a las sábanas rojas. —No... no me haga esto —le supliqué desesperada—. Por favor... Sin escucharme, él se inclinó sobre mi espalda y me tomó del cabello con una sola mano. Me obligó a erguir la cabeza. Entonces, todo el aire abandonó mis pulmones en una lenta exhalación. —¿Esperabas privacidad? —inquirió el señor Riva con burla. En ese momento, por primera vez en la noche, fui consciente de lo que era Odisea. Pues frente a mí, había un enorme y lujoso espejo que sustituía la cabecera de la cama. De la peor manera, me di cuenta de lo que significaba ser una chica de humo, y
Abracé a Susan por segunda vez esa mañana, como si abrazarla impidiera todo lo que iba a ocurrir conmigo de allí en adelante. —Te visitaré, sí el Señor lo permite. Si eso era un consuelo, no me hizo sentir mejor. Esos eran mis últimos minutos en Odisea, los últimos instantes que pasaba bajo la protección del burdel. —Te echaré de menos, Su —le dije hablando contra su hombro—. No quisiera irme. No quiero... Ella me palmeó la espalda. —¿Hay algo que pueda hacer por ti, Dulce? Cualquier cosa que necesites, lo que sea. Te ayudaré. Sonreí un poco. ¿Yo? ¿Qué podría necesitar alguien como yo? No tenía nada, ni nadie, estaba sola. Mi única amiga había muerto, y mi vida ya ni siquiera era mía. En realidad, nunca había tenido una vida propia. —Gracias, pero... —Piénsalo bien. Debe haber algo. Pero yo negué y me separé de ella sorbiendo por la nariz. No había nada que necesitara, porque ya no deseaba nada, me había resignado. Susan lo entendió y sin insistir, me llevó por los pasillos r
Mi mano permaneció extendida en dirección a Anna, mientras intentaba procesar el duro y sorpresivo golpe de sus palabras, hasta que finalmente me rendí. Isa, así que tu apellido era Bianchi, le dije a mi amiga en mi fuero interno, mirando a aquella fría mujer pelinegra frente a mí. Si, su personalidad sin corazón era igual a la del señor Riva. Es muy bonito, muy acorde a ti. Aunque... me hubiese gustado que tú me lo dijeras. Pero ella ya no estaba allí. Y tampoco podía defenderme. —Yo... yo no maté a Isa —le dije a la chica—. En verdad, no lo hice. Yo solo... Anna arqueó una oscura ceja. —¿Acaso me dirás que ella no te defendió de ese hombre al grado de morir por ti? ¿Me dirás que ese pervertido anciano no la mató a causa de ti? Y todo lo que pensaba decirle para probar mi inocencia, quedó reducido a nada. Frente a Alan, solo pude mirarla en silencio, aceptando la culpa. Sintiéndome miserable. —Ella no te conocía, cuidar de ti no era su responsabilidad y, aun así, murió
El día que conocí a Isabel, era un día tormentoso, cercano al invierno. El viento hacia estremecer los cristales de las ventanas, crujían las puertas viejas y el desgastado suelo de madera. El señor Fabian había permanecido más de un mes ausente, dejándome sola y con poca comida, así que cuando lo escuché entrar, salté de la cama y con cuidado miré por la oxidada barandilla de las escaleras. Era una niña de apenas 12 años, y de alguna forma esperaba algo de él, algo bueno. Pero cuando uno de sus hombros arrojó a una asustada mujer al interior de la casa, a los pies del señor Fabian, recordé quien era. Él no era un buen hombre. —¿Aun sigues creyendo que él te buscara? —preguntó con burla el señor Fabian. La mujer tembló a sus pies. Desde la distancia, pude ver que era muy atractiva, a pesar de su vestido sucio y su cabello desastroso. Era bonita, a pesar de los golpes y las marcas en su tostada piel. —¡Por favor, Fabian! ¡Te suplico que...! —De verdad eres una mujer tonta —l