Mantenía las manos en puños sobre las rodillas, siempre mirando al suelo, esperando con ansías a que mi padre se levantará y volviéramos a casa. Pero ese día, eso no pasó.
Mi padre lanzó una maldición y arrojó sus cartas sobre la mesa, furioso.
—¡Maldita sea!
El hombre con quién jugaba era maduro, alto y robusto, con una barba amplia y unos ojos maliciosos. No me gustaba.
—Vaya, amigo. Lo que te hace falta, es subir las apuestas. Con cantidades así, nunca ganaras.
Mi padre chasqueó la lengua y dijo.
—Lo sé, lo sé...
—A iniciado un nuevo siglo, la era del glamour, el dinero, el cine, las artes... Las mujeres —sentí sus ojos lascivos en mí—... Deberías apostar algo más valioso.
Mi padre lo miró.
—¿Más valioso que el dinero?
—Si, mucho más.
Sentí sus ojos posarse en mí, yo mantuve la vista abajo, ansiosa por irme de aquel sombrío lugar.
—Es más, ya que deseas ampliar tus horizontes en este mundo, yo puedo ayudarte. La epoca de oro te puede traer una fortuna mayor.
Mi padre se irguió con interés.
—Supongo que me pedirás algo a cambio...
Mis pensamientos se esparcieron cuando el hombre sobre mí coló una mano bajo mi blusa, acariciándome la piel. Entonces reaccioné y gritando por ayuda, coloqué una pierna contra su estómago.
Él sonrió, divertido.
—Vaya, eres interesante. Cualquier otra no se opondría.
Acunó mi rostro con una gran palma, una mano delgada y marcada por tendones y venas azuladas bajo la clara piel. Incluso tenía algunas cicatrices.
—Pero, verás, hoy no estoy de humor para jugar.
Deslizó la mano hasta mi garganta. Yo jadeé, quedándome sin aire en un instante.
—Así que sé complaciente, ¿entiendes?
Su mirada, algo perdida por el alcohol, bajo hasta mi pecho, donde mi corazón latía rápido y lleno de pánico.
—No... no lo haga... —le supliqué en voz baja—. N-no quiero...
Él me miró de nuevo a la cara, y con algunos mechones sueltos enmarcado sus atractivos rasgos, me mostró una pequeña sonrisa blanca.
—Es increíble que alguien como tú haya sobrevivido, mientras ella... —dejó el resto en el aire y se inclinó para besarme en el cuello.
Yo contuve la respiración, sintiendo sus labios recorrer mi piel, hasta subir por mi mandíbula. La mano que mantenía bajo mi blusa rozó mi sostén y su cuerpo se posó sobre el mío, acoplándose como una pieza perfecta. Entonces cerré los ojos y me tensé, a punto de llorar. No quería estar con él, era un extraño, un asesino que se había apropiado de mi vida.
Cuando mi cuerpo se estremeció por el llanto, él se alejó y me miró con fastidio e irritación.
—Eres una mocosa desesperante.
Yo le devolví una mirada llorosa, asustada.
—Por favor, déjeme ir... No quiero estar aquí. ¡Quiero volver...!
—¿Volver a casa? —completó por mí, hablando con dureza.
Hipé, sin saber qué responderle. ¿Ir a casa? En realidad, yo no...
—Bien, vete.
Y bajándose de mí, se acercó a la puerta y la abrió de par en par. Me hizo un gesto. Yo me levanté de la cama y lo miré con desconfianza, entonces él vino a mí y tomándome del brazo bueno, me sacó de la habitación. Me llevó por el infinito pasillo rojo, frente a las miradas de varias chicas sorprendidas, vestidas con atuendos que me hicieron enrojecer y antifaces negros de piel que ocultaban la mitad de sus rostros.
—Mi Señor, ¿qué ocurre? —preguntó Susan, acercándose.
Sin detenerse, él le respondió:
—Abre la puerta principal de Odisea.
Ella me miró preocupada.
—Pero...
—¡Hazlo ahora!
Susan dio un respingo y sin objetar más, corrió por el pasillo. Cuando llegamos a una gran puerta de metal, frente a una amplia sala llena de lujosos paneles oscuros y vacías mesas sofisticadas, Susan ya estaba allí.
—Ábrela y lárgate.
Ante la fría orden del Fundador, ella la abrió.
Sin mediar palabra, él me hizo cruzarla. Contuve un grito cuando la fría lluvia comenzó a empaparme.
Sin importarle la lluvia, él salió conmigo y me soltó en medio de la desolada calle.
—Bien, puedes irte.
Lo miré de pie frente a mí, con el cabello goteando de agua, pero mirándome sin emoción alguna. Temblando de pies a cabeza, me giré hacia la carretera, y sin querer retrocedí un paso.
—¿Ahora lo ves? —inquirió secamente—. No tienes a donde ir. No hay un hogar al que puedas volver. Isabel está muerta, y tu antiguo Señor también. No hay nada esperando por ti, más que Odisea.
Con la ropa empapada de agua, miré la vacía ruta, las luces de las farolas, y entendí cuánta razón tenía él. Estaba ansiosa por irme de allí, pero, ¿A dónde iría? No había nada ni nadie buscándome. Mi padre se había desechó de mí y llevaba años sin saber nada de él.
No tenía a nadie ahora que Isabel ya no existía.
—Ahora, resígnate, niña. No hay lugar para ti fuera de aquí.
Bajé la vista a mis pies descalzos, y aunque logré contener los sollozos que se acumulaban en mi pecho, si derramé algunas lágrimas. Sin Isabel, sin mi padre... Realmente estaba sola.
Soy tan tonta, me reprendí mirando al suelo. No hay nadie esperando por mí. Y, aun así, aun así, me aferro a una vida fuera de aquí. Si tan solo supiera sobre mi papá.
Alejé esos inútiles sueños y posteriormente, luego de permanecer más de un minuto bajo la lluvia, me volví hacia él.
Alcé la mirada y con todo el dolor que suponía, me arrodillé frente al Fundador de Odisea.
—Discúlpeme, mi Señor. No debí... —desear algo así, completé por dentro, nunca.
Él me miró por un eterno instante, luego exhaló con cansancio y tomándome por sorpresa, me alzó en brazos. Cuando volvió adentro conmigo, Susan ya no estaba. Y sin decir nada, me sentó sobre una mesa de cristal y me sacó la empapada blusa.
A pesar de estar temblando de frio, me puse algo roja e intenté cubrirme con las manos. Pero antes de poder hacerlo, él me detuvo y me lanzó una mirada de advertencia.
—No se te ocurra. No en mi presencia.
Tragué fuerte y bajé las manos. Sin apartar la mirada de la mía, él llevó una mano a mi espalda y con los dedos, soltó el broche de mi sujetador. Inspiré hondo cuando la preda resbaló y mostró mis pechos.
Jadeé cuando él tomó uno con una cálida mano, a la vez que pegaba su cuerpo al mío.
—Estás helada —susurró en mi oído, acariciando mi pezón con los dedos.
No respondí, me temblaban los labios y mi capacidad de pensar estaba desapareciendo. Tenía frio, me congelaba. Estaba atrapada en esa vida.
—Mi Señor...
Él rozó mi mejilla con sus labios, su aliento cálido me hizo estremecer.
—No te preocupes, no dejaré que mueras congelada. Aun no.
Miré sus ojos negros, mientras su mano me acariciaba sin que yo pudiera oponerme.
—Tus labios están azules.
Y sin decir más, me besó repetidamente. Lo hizo con suavidad, mientras apoyaba una mano en mi espalda desnuda y me atraía hacia él. El contacto entre mi piel helada y su cuerpo cálido, de inmediato disminuyó los temblores en mi cuerpo.
Por instinto de supervivencia me pegué aún más a él, y aunque no quería hacerlo, dejé que me besara.
—¿Por qué...? —pregunté apoyando una mano en su pecho, sonrojada a pesar del frio—. ¿Por qué me mantiene aquí? No soy suficiente para pertenecer a Odisea —yo no era sumamente hermosa, no al nivel de una chica de humo.
Él tiró de mi labio inferior antes de dar un paso atrás. Me miró estremecerme de frio sobre la mesa, asustada y con los labios entreabiertos.
—Tienes razón. No tienes las cualidades necesarias para estar aquí.
Ladeó ligeramente la cabeza, apreciándome mejor. Algunos negros cabellos húmedos cayeron sobre su atractivo rostro de ojos oscuros y piel clara, pero él apenas les prestó atención.
—En realidad, me intriga ver qué fue lo que impulsó a Isabel a dar su vida por una chiquilla como tú.
Escuchar su nombre estrujó mi corazón al punto que sentí las lágrimas acumularse en mis ojos, y de nuevo me sentí culpable por su muerte. Pero antes de poder disculparme, el señor Riva me miró fijamente y se llevó ambas manos al doblez de su playera.
Se la quitó frente a mí. Mostrando un cuerpo disciplinado, definido por el ejercicio pero sin llegar al exceso. Con una mirada conmocionada, seguí las líneas de las caderas, los hombros anchos, el abdomen marcado...
No obstante, antes de tener oportunidad de asustarme de nuevo, él se acercó y luego de ponerme su playera, me quitó los mojados cabellos del rostro y dijo:
—Quiero ver si lo que vio ella en ti vale la pena... —miró mis labios temblorosos y se le ensombreció la mirada—… o si murió por nada.
En el fondo y aunque me dolió aceptarlo, yo también me pregunté lo mismo: ¿Hay algo en mí que Isabel creyó que merecía vivir más que ella?
Próximo capitulo DESEAME. Gracias por leer esta historia.
Después de esa última vez, no lo volví a ver. No me buscó ni una vez, y yo lo agradecí en verdad. Porque, aunque esa noche no me había tocado, temía que el cualquier momento lo hiciera. Y yo no estaba lista para eso. No quería ser utilizada así. Aunque no pudiera dejar Odisea, no quería ser una prostituta. Y mucho menos de un hombre como él. Pero una semana después de que un médico viniera a quitarme el yeso del brazo, Susan entró a mí habitación con una gran bolsa. La miré con curiosidad. —El Fundador me ha ordenado que te arreglé. Me senté en la cama, mirando como ella sacaba un enorme y largo vestido rojo de la bolsa. Al verlo, comencé a temer lo peor. Quizás él iba a desquitarse conmigo por lo de esa última noche. Trague fuerte. —¿Para qué? —inquirí con creciente miedo. Susan negó. —No puedo decírtelo, lo siento. Solo sé que debes obedecer. Con algo de renuencia, dejé que me metiera en una gran tina y me lavara el cabello. Y con miedo le permití ponerme el vest
Esa misma noche, después de concluir la subasta, fui arrastrada hasta una pequeña habitación. Donde una chica me sacó el vestido con rapidez, para después pasarme un extraño conjunto de encaje. Miré los diminutos trozos de tela en mis manos. Luego alcé la mirada. —¿Qué...? Ella me colocó un bata negra encima, y con un gesto impaciente, abrió la puerta. —Póntelo. El comprador te espera. Apresúrate o te arrepentirás. Cuando salió, yo me senté sobre una silla y miré el conjunto. Enrojecí. Era lencería erótica de encaje color rojo, o al menos, los tres pequeños trozos en mis manos lo parecían. —No... no puedo ponerme esto... El conjunto se trataba de un sujetador, un liguero y lo que parecía una diminuta tanga, todos casi trasparentes. Además, también incluía una especie de gargantilla que se conectaba al resto de las piezas a través de unos delgados tirantes negros. Suspiré, llena de vergüenza. No era capaz ni de imaginarme vestida con eso. —¡Apresúrate! Escondí la ca
¿Por qué me había comprado? ¿Por qué había gastado 15 millones de dólares en alguien como yo? Yo no era ni la mitad de atractiva que el resto de las chicas de Odisea, y a todas ellas les complacía servirle al Fundador. Pero yo... Yo apreté los labios cuando él me hizo girarme sobre el estómago y con una gran mano me presionó contra la cama, obligándome a colocarme en 4 patas. Jadeé sujetándome con las uñas a las sábanas rojas. —No... no me haga esto —le supliqué desesperada—. Por favor... Sin escucharme, él se inclinó sobre mi espalda y me tomó del cabello con una sola mano. Me obligó a erguir la cabeza. Entonces, todo el aire abandonó mis pulmones en una lenta exhalación. —¿Esperabas privacidad? —inquirió el señor Riva con burla. En ese momento, por primera vez en la noche, fui consciente de lo que era Odisea. Pues frente a mí, había un enorme y lujoso espejo que sustituía la cabecera de la cama. De la peor manera, me di cuenta de lo que significaba ser una chica de humo, y
Abracé a Susan por segunda vez esa mañana, como si abrazarla impidiera todo lo que iba a ocurrir conmigo de allí en adelante. —Te visitaré, sí el Señor lo permite. Si eso era un consuelo, no me hizo sentir mejor. Esos eran mis últimos minutos en Odisea, los últimos instantes que pasaba bajo la protección del burdel. —Te echaré de menos, Su —le dije hablando contra su hombro—. No quisiera irme. No quiero... Ella me palmeó la espalda. —¿Hay algo que pueda hacer por ti, Dulce? Cualquier cosa que necesites, lo que sea. Te ayudaré. Sonreí un poco. ¿Yo? ¿Qué podría necesitar alguien como yo? No tenía nada, ni nadie, estaba sola. Mi única amiga había muerto, y mi vida ya ni siquiera era mía. En realidad, nunca había tenido una vida propia. —Gracias, pero... —Piénsalo bien. Debe haber algo. Pero yo negué y me separé de ella sorbiendo por la nariz. No había nada que necesitara, porque ya no deseaba nada, me había resignado. Susan lo entendió y sin insistir, me llevó por los pasillos r
Mi mano permaneció extendida en dirección a Anna, mientras intentaba procesar el duro y sorpresivo golpe de sus palabras, hasta que finalmente me rendí. Isa, así que tu apellido era Bianchi, le dije a mi amiga en mi fuero interno, mirando a aquella fría mujer pelinegra frente a mí. Si, su personalidad sin corazón era igual a la del señor Riva. Es muy bonito, muy acorde a ti. Aunque... me hubiese gustado que tú me lo dijeras. Pero ella ya no estaba allí. Y tampoco podía defenderme. —Yo... yo no maté a Isa —le dije a la chica—. En verdad, no lo hice. Yo solo... Anna arqueó una oscura ceja. —¿Acaso me dirás que ella no te defendió de ese hombre al grado de morir por ti? ¿Me dirás que ese pervertido anciano no la mató a causa de ti? Y todo lo que pensaba decirle para probar mi inocencia, quedó reducido a nada. Frente a Alan, solo pude mirarla en silencio, aceptando la culpa. Sintiéndome miserable. —Ella no te conocía, cuidar de ti no era su responsabilidad y, aun así, murió
El día que conocí a Isabel, era un día tormentoso, cercano al invierno. El viento hacia estremecer los cristales de las ventanas, crujían las puertas viejas y el desgastado suelo de madera. El señor Fabian había permanecido más de un mes ausente, dejándome sola y con poca comida, así que cuando lo escuché entrar, salté de la cama y con cuidado miré por la oxidada barandilla de las escaleras. Era una niña de apenas 12 años, y de alguna forma esperaba algo de él, algo bueno. Pero cuando uno de sus hombros arrojó a una asustada mujer al interior de la casa, a los pies del señor Fabian, recordé quien era. Él no era un buen hombre. —¿Aun sigues creyendo que él te buscara? —preguntó con burla el señor Fabian. La mujer tembló a sus pies. Desde la distancia, pude ver que era muy atractiva, a pesar de su vestido sucio y su cabello desastroso. Era bonita, a pesar de los golpes y las marcas en su tostada piel. —¡Por favor, Fabian! ¡Te suplico que...! —De verdad eres una mujer tonta —l
Por la noche, apenas la chica de servicio terminó de vendarme las heridas en las manos y se marchó, yo corrí detrás de ella y aseguré la puerta. Me encerré en la habitación de Isabel, temerosa de que el señor Riva fuera a buscarme y me castigará, o algo peor: que quisiera desquitarse tomándome de nuevo. Con inquietud, me dejé caer contra la puerta, sujetando mis vendadas manos. Esperé el sonido de sus pisadas, con el corazón en la boca, reprendiéndome por haberle hablado así. ¿Acaso no es el Jefe de la mafia? Me dije golpeándome la parte posterior de la cabeza con la puerta. ¡Tonta, tonta...! Él es el dueño y amo de Odisea, el Fundador del burdel más importante del país. Y tú, ¡tú...! Sacudí la cabeza y cerré los ojos. Durante varios minutos permanecí así, hasta que el suave golpe de unos tacones contra el suelo de madera me hizo abrir los parpados y mirar por la rendija bajo la puerta. Del otro lado, pude ver acercarse los blancos pies de una chica; usaba unos zapatos altos brilla
¿Iba a probar que yo era igual que él? No entendí qué quería decir con eso, hasta que, en esa habitación oscura, sin muebles o alguna vía de escape aparte de la puerta que él mismo bloqueaba, me tiró de espaldas sobre la alfombra y comenzó a desvestirme. Me sacó el vestido a la fuerza mientras yo pataleaba. —¡Basta! ¡No quiero...! Colocó un estomago sobre mi vientre y arrojó la prenda lejos de mi alcancé. Luego se inclinó sobre mí. —Pareces no conocer tu posición, chica de humo —dijo, llevándose una mano a la toalla anudada alrededor de su cintura—. Negarte no es un derecho, no aquí, no conmigo. Cerré los ojos cuando se la quitó, y los apreté fuerte cuando lo sentí apoyarse sobre mí. Sentí era parte de su cuerpo presionar mi vientre desnudo, a la vez que su aliento me acariciaba el cuello. Dejé de moverme. —¿Realmente crees que tú no eres cruel con Isabel? —inquirió, hablando contra la curva de mi cuello—. ¿Piensas que lo tuyo no es traición? ¿Sí luchaba contra él, logr