Por la noche, apenas la chica de servicio terminó de vendarme las heridas en las manos y se marchó, yo corrí detrás de ella y aseguré la puerta. Me encerré en la habitación de Isabel, temerosa de que el señor Riva fuera a buscarme y me castigará, o algo peor: que quisiera desquitarse tomándome de nuevo. Con inquietud, me dejé caer contra la puerta, sujetando mis vendadas manos. Esperé el sonido de sus pisadas, con el corazón en la boca, reprendiéndome por haberle hablado así. ¿Acaso no es el Jefe de la mafia? Me dije golpeándome la parte posterior de la cabeza con la puerta. ¡Tonta, tonta...! Él es el dueño y amo de Odisea, el Fundador del burdel más importante del país. Y tú, ¡tú...! Sacudí la cabeza y cerré los ojos. Durante varios minutos permanecí así, hasta que el suave golpe de unos tacones contra el suelo de madera me hizo abrir los parpados y mirar por la rendija bajo la puerta. Del otro lado, pude ver acercarse los blancos pies de una chica; usaba unos zapatos altos brilla
¿Iba a probar que yo era igual que él? No entendí qué quería decir con eso, hasta que, en esa habitación oscura, sin muebles o alguna vía de escape aparte de la puerta que él mismo bloqueaba, me tiró de espaldas sobre la alfombra y comenzó a desvestirme. Me sacó el vestido a la fuerza mientras yo pataleaba. —¡Basta! ¡No quiero...! Colocó un estomago sobre mi vientre y arrojó la prenda lejos de mi alcancé. Luego se inclinó sobre mí. —Pareces no conocer tu posición, chica de humo —dijo, llevándose una mano a la toalla anudada alrededor de su cintura—. Negarte no es un derecho, no aquí, no conmigo. Cerré los ojos cuando se la quitó, y los apreté fuerte cuando lo sentí apoyarse sobre mí. Sentí era parte de su cuerpo presionar mi vientre desnudo, a la vez que su aliento me acariciaba el cuello. Dejé de moverme. —¿Realmente crees que tú no eres cruel con Isabel? —inquirió, hablando contra la curva de mi cuello—. ¿Piensas que lo tuyo no es traición? ¿Sí luchaba contra él, logr
Apoyé la barbilla en la palma de la mano y, desde la barandilla de las escaleras, observé como el señor Riva dejaba la mansión para visitar Odisea, como rutinariamente hacía. Junto a él, estaba Anne. Solo vestida con una ligera bata de seda plateada, con el corto cabello cubierto por un gorro. —Estaré esperándolo despierta, mi Señor —le dijo con obediencia. Él se colocó el sombrero y tomó su abrigo de piel. Frente a la casa, un coche ya lo esperaba. —Sabes que te he permitido quedarte en la mansión por un solo motivo. Cúmplelo. Ella asintió. Y yo me pregunté qué era ese motivo. —Lo sé, y le prometo que su propiedad estará segura. Propiedad, ¿se refería a la mansión? —Eso espero. Permaneceré en Odisea un par de días, te avisaré cuando vuelva. Me mordí el labio. ¿Por qué un Jefe de la mafia había fundado un burdel? ¿Solo lo había hecho por capricho? ¿O realmente tenía otro motivo que nadie sabía? Era intrigante, y aun me lo preguntaba. —Que tenga un excelente día, m
En cuanto me soltó y se fue, yo me sentí sofocada allí, sobrepasada. Así que salí de la casa y recorrí los amplios jardines hasta que los aterrados latidos de mi corazón retomaron su ritmo habitual. Entonces me senté sobre el césped con las piernas cruzadas. Las manos aun me temblaban. Ella era aterradora. Anne aunque acida y mala conmigo, no era nada en comparación con Lila. La expresión dura y afilada de Anne no me intimidaba demasiado, podía soportarlo; pero, la mirada dulce y la actitud aparentemente agradable de Lila, me resultaban escalofriantes. ¿Quiénes eran ellas? Estaba claro que eran chicas de humo, del burdel Odisea. Pero antes de todo eso, ¿quiénes eran ellas? ¿También habían sido compradas por el señor Riva? Si era así, ¿por qué ellas eran libres de dejar la mansión y yo no? Sobre todo, ¿por qué ambas me veían como una amenaza? Igual que ellas, yo era solo una propiedad del señor Riva, y ese estatus no cambiaría. —¿Dulce? Alcé la cabeza con un sobresalto. Frente
Ese día, Susan permaneció conmigo, pero cuando comenzó a ponerse el sol, se despidió y prometió volver pronto, con noticias de mi padre. Yo la despedí en la puerta de la mansión, luego, cuando Alan se la llevó en coche, yo me dirigí a mi habitación.Pero cuando estaba a mitad de las escaleras, la voz de Anne me llamó desde abajo.—Así que tu apellido es Campbell.La miré con intriga; estaba a los pies de las escaleras, bebiendo whiskey. ¿Me había escuchado decírselo a Susan? No era posible, ella no estaba en los jardines. ¿Entonces, como lo sabía?Con delicadeza se acomodó un negro mechón de su corto cabello tras la oreja, antes de girar con elegancia en dirección al comedor.—¿Sabes? Me suena familiar. Tu apellido... cosquillea en mi mente... Creo que lo he escuchado antes. Pero... —chasqueó la lengua antes de desaparecer tras una puerta—… no sé...Aunque lo había dicho como si no tuviese importancia, a mí si me afectó. No sabía sí era bueno que ella lo supiera o no, pero la id
Ese día, en cuanto digerí lo qué pasaba, me solté de sus brazos y después de bajarme apresuradamente la falda, hui de la escena. Me oculté en mi habitación el resto del día, avergonzada por completo, y humillada aún más. Sí la había visto aparecer, ¿por qué no se había detenido? ¿Acaso no le importaba lo humillante que era eso para ambas?Dos días después de ese penoso acontecimiento, apenas terminé de darme un largo y reflexivo baño, una chica del servicio entró en mi habitación con una gran bolsa consigo.—El Señor desea que la preparé para esta noche —dijo, sacando un largo y negro vestido de la bolsa.Con algo de desconfianza toqué la tela. Era satín.—¿Por qué? —pregunté con recelo.La chica miró a la puerta, estaba cerrada por completo.—Eso sobre la invitación que recibió a su llegada. Es una especie de baile —me informó, a la vez que me tomaba de la mano y me sentaba frente a un espejo.Comenzó a arreglarme el cabello, a ondularlo y acomodarlo delicadamente en un sofist
La había visto sangrar frente a mí, desvaneciéndose poco a poco. La había visto mirarme una última vez, tirada en el suelo de esa casa en ruinas. Había visto exhalar su último aliento. Había muerto mientras yo la llamaba y el señor Fabian me arrastraba lejos de ella. Había gritado su nombre y llorado por ella. Así que, la mujer frente a mí, no podía ser Isabel. Era imposible que Isabel estuviera allí, de pie sonriente frente al señor Riva. —He estado esperando verte —le dijo entre una sonrisa y otra. Aun muda y cerca del shock, la observé con aterrada incredulidad. Esa noche, usaba un vestido negro, ya que parecía ser una fiesta cuyo único color era permitido, ninguna dama o caballero usaba algo distinto al negro. Su vestido era sobrio y sofisticado, de cintura caída, con flequillos finos en la falda y adornado con brillante pedrería negra. Sobre sus finos hombros, usaba un abrigador chal de perlas y joyas. Se veía como una verdadera dama de alto estatus social, igual a como la h
Lo miré conversar y reír a la distancia, preguntándome sí de verdad me creía muerta. Además, él se había casado, y no con cualquier mujer, sino con la hermana gemela de Isabel. ¿Acaso no sabía que yo había pasado los últimos años atrapada con la hermana de su esposa, hasta que el señor Riva llegó y de alguna forma me salvó? —Estás pálida —comentó de repente. Como anonadada, volteé la mirada y fijé mis ojos en mi atractivo y distante acompañante. Él, como yo, también observaba a la pareja, pero con una especie de rencor en su oscura mirada. —Creíste que era ella, ¿no es así? —preguntó al notar mis ojos en él. Tragué fuerte cuando apretó mi mano, como si quisiese desquitarse conmigo otra vez. —Lo pensé... —acepté suspirando, mirando bailar a la alegre gemela de Isabel con mi padre—. Durante un segundo, llegué a creer que había sobrevivido, y que usted me había mentido sobre su muerte. Soltó una risita seca por lo bajo. —Ella no podría serlo. A diferencia de Isabel, su gemela Isab