Antes de que Isabela saliera de su conmoción, yo me di la vuelta y corrí al piso superior, con el llanto de mi bebé inquietándome el corazón. Cuando llegué a mi habitación, Kary ya lo tomaba en brazos y lo mecía con energía, intentando tranquilizarlo. Al verme entrar, de inmediato se acercó. —Lo siento, Madame. Se despertó con los gritos. Sin dudarlo tomé a mi bebé de sus brazos, y comencé a arrullarlo con suavidad. Paseé por la habitación, tratando de calmarlo. —Tranquilo, pequeño... No pasa nada. La escuché entrar, antes de voltear y mirarla. Pero Isabela no me veía a mí, sino al bebé que cargaba. Aun parecía sorprendida, más que eso, impresionada. Kary se colocó a mi lado, mirando a Isabela con los ojos bien abiertos. —Un niño... —murmuró Isabela, sujetándose al marco de la puerta. Estaba cada vez más pálida. —Un hijo secreto, ¿me equivoco? Este niño es lo que ocultas dentro de estos muros. Me sentí atrapada, mientras los ojos ausentes de Isabela subían lento, hasta que vo
La mano de Gustave raptó a mi cintura, mientras los ojos de mi marido se posaban en mi mirada. Pareció sorprendido al verme de repente, pero inmediatamente se mostró molesto e intrigado. ¿Estaba pensando en mis palabras de esa noche? ¿Se estaba preguntando cual era aquel secreto que ambos compartíamos? Yo aparté la vista de él en cuanto Isabela se abrazó su costado. —Señor Martin, parece que tenemos planes similares para esta noche —dijo con ánimo, aunque observándome a mí. Mi prometido asintió, devolviéndole una cordial sonrisa. —Así es, señorita Bianchi. A propósito, que magnifico auto tiene, señor Riva —dijo, mirando a mi esposo con supuesta admiración. Él asintió, aun mirándome, preguntándome en silencio acerca de aquella noche. —Gracias, es parte de la nueva colección de Mercedes. Lo adquirí en una subasta en Berlín hace algunos meses. Sin poder contenerme, mi atención volvió a él. ¿Mi esposo había estado en Berlín, igual que yo? Sin saberlo, habíamos estado en la misma su
Bajé los ojos hacia mi bebé, dormía plácidamente con los labios un poco abiertos. La mano de Rafael acarició mi mejilla, luego descendió por mi cuello y clavículas, hasta rozar de nuevo la cabeza de mi hijo. —Confiésalo, Dulce. Di que este niño es mío. Apreté ligeramente los labios, deseando no decir nada. Sin embargo, ¿quedaba otra salida? Resignada, alcé los ojos y los clavé en los de mi esposo. —¿Puedes... llevarnos a casa primero? Hace frio aquí. Rafael me miró un momento, y por fin notó que no traía más abrigo que ese delgado vestido de satín negro. Entonces asintió y apoyando una mano en mi espalda baja, me llevó hasta su importado auto alemán. Mientras me ayudaba a entrar y me ponía el cinturón de seguridad, le dijo a mi chofer: —Esperé a la señorita Karina y llévela a casa de Madame Campbell. No esperé al idiota de Gustave Martin. El chofer asintió, mirando cómo me iba con alguien que no era mi prometido. Durante el viaje, yo no dije nada, y Rafael tampoco, solo n
Al día que siguió, desperté con multitudes de periódicos y revistas esperándome. Cayeron como lluvia sobre mí, y en todas ellas aparecíamos Gustave y yo en el restaurante, con el pequeño bulto que era mi bebé. En todas esas notas, mi nombre resaltaba en grandes letras, junto a la frase: Próximo matrimonio e hijo secreto. — “Tuvieron un hijo en el extranjero y lo mantuvieron en secreto” —recitó Kary para mí, colocando un puñado de periódicos en mi cama—. “La famosa Madame Campbell y el señor Gustave son padres de un bebé varón”. Hizo una pelota con el periódico y me lo arrojó a las piernas. —¿Sabe que ahora está obligada a casarse rápido con ese idiota? —inquirió enfadada. En ese momento, entró una mujer de servicio con mi bebé en sus brazos. A pesar de la situación, sonreí y estiré los brazos, acogiéndolo en mi pecho. De solo sentir su calor y respirar esa fragancia de bebé en su piel, me sentí mejor, mucho mejor. Él era todo para mí, absolutamente todo. —Quiero ponerle un nombr
Aun cuando ella se fue y cerró la puerta a sus espaldas, yo permanecí de pie en el interior, mirando a la nada, con la mente hecha un torbellino de pensamientos. Solo me moví cuando escuché a alguien más entrar y llamarme. —Caramel, ¿qué haces aquí? Me giré y vi a mi prometido a los ojos. Comencé a sentir esa rabia reprimida emerger. —¿Por qué lo hiciste? —le pregunté acercándome a él—. ¡¿Por qué le hiciste creer a Rafael que tú y yo estuvimos juntos en el extranjero! La expresión de Gustave cambio de golpe, y despacio cerró la puerta tras él. —Deberías bajar la voz, Dulce, alguien podría oírte. Quise reírme. —No me interesa quién escuche. ¡Solo quiero que me digas porqué lo hiciste! Rápidamente él colocó una mano en mi boca. Me miró con los labios apretados, indignado. —Todo mundo, nuestros amigos y personas importantes, ya suponían que tú y yo nos casaríamos. Pero sí tú, Madame Campbell, volvías a los brazos de ese mafioso, ¿Dónde quedaría yo? ¿Qué se diría de mí? Fruncí e
—¡Basta! ¡Solo esta vez deténgase! —le rogó ella entre llantos, aferrada a su pierna mientras su bata roja resbalaba de sus delgados hombros. La había visto. Un sonoro golpe de metal contra mi puerta me hizo apretar los ojos, a la vez que mis propios sollozos aterrados me ensordecían los oídos. Quería que parará, solo esa vez. Solo una última vez. —¡Déjela en paz! —volvió a suplicarle ella, su voz se oía ronca a causa de lo mucho que ya había gritado esa noche—. ¡Por favor, solo una vez más! ¡Solo esta vez...! —¡Suéltame ya, zorra! —le gritó él con una estruendosa voz grave—. ¡Me tienes harto! Posteriormente, escuché el seco impactó de la barra de metal contra algo blando, seguido de un desgarrador grito agonizante. —¡Isabel! Me giré rápidamente y con las dos manos me aferré a la perilla de la puerta, comencé a abrirla... —¡No! —exclamó ella—. ¡Quédate dentro, Dulce! ¡No salgas! A través de la pequeña rendija que había logrado abrir, la pude ver tendida en el suelo, a los pie
Descargó la barra de metal contra mi cuerpo, y yo apenas alcancé a cubrirme con los brazos antes de sentir el golpe. Grité de dolor a la vez que escuchaba mi brazo izquierdo romperse. Por milésima vez, deseé morir como mi hermana. Deseé que acabara conmigo rápido. —¡Vamos, ponte de pie, m*****a mocosa! Con sumo esfuerzo, intenté ponerme de rodillas, pero con un brazo roto y múltiples golpes, ya no tenía fuerzas para defenderme. Solo quería seguirla, a donde sea que ella e hubiese ido, quería ir tras ella. —Por favor, ya... ya... Él levantó de nuevo la barra y me amenazó con ella. Riéndose mientras yo temblaba a sus pies. —¡Qué pequeña tan miedosa! Deberías agradecer seguir viva. ¡Yo te permito vivir! ¡Tu vida es mía! Tensó los brazos y riendo a carcajadas, descargó la barra de nuevo. Yo cerré los ojos y me preparé para el golpe, para gritar y verlo disfrutar mi sufrimiento... Sin embargo, el golpe del metal contra mis costillas nunca llegó. Solo escuché un disparo y, p
—Dulce, ¿te gustaría estudiar? Miré a quien consideraba más que mi hermana, y de inmediato asentí con entusiasmo. —¡Sí, sí quiero! Me encantaría poder hacerlo. Ella me sonrió, y vi en sus ojos ese brillo que rara vez me mostraba. Ese día también parecía feliz, aun cuando estaba por visitar al amo en su habitación. —Bien, porque yo te enviaré a la escuela —declaró y yo me emocioné tanto que salté de la cama y me abracé a su delgada cintura. Era tan esbelta que mis manos la rodearon por completo. —¿En verdad, Isa? ¿Tú puedes hacer hago así? Con ternura, me acarició la cabeza antes de volver la mirada al espejo frente a ella y seguir peinando su largo cabello castaño. Isa era admirable, hermosa, inteligente, y mucho más madura que yo. Mientras yo tenía apenas 15 años, ella ya había cumplido 25. —Claro que puedo hacerlo. Cuando nos marchemos de aquí, haré todo eso para mí hermanita. Abrazada a ella, alcé la cabeza y apoyé el mentón en su hombro. Le sonreí. —Gracias. E