—Dulce, ¿te gustaría estudiar?
Miré a quien consideraba más que mi hermana, y de inmediato asentí con entusiasmo.
—¡Sí, sí quiero! Me encantaría poder hacerlo.
Ella me sonrió, y vi en sus ojos ese brillo que rara vez me mostraba. Ese día también parecía feliz, aun cuando estaba por visitar al amo en su habitación.
—Bien, porque yo te enviaré a la escuela —declaró y yo me emocioné tanto que salté de la cama y me abracé a su delgada cintura.
Era tan esbelta que mis manos la rodearon por completo.
—¿En verdad, Isa? ¿Tú puedes hacer hago así?
Con ternura, me acarició la cabeza antes de volver la mirada al espejo frente a ella y seguir peinando su largo cabello castaño. Isa era admirable, hermosa, inteligente, y mucho más madura que yo. Mientras yo tenía apenas 15 años, ella ya había cumplido 25.
—Claro que puedo hacerlo. Cuando nos marchemos de aquí, haré todo eso para mí hermanita.
Abrazada a ella, alcé la cabeza y apoyé el mentón en su hombro. Le sonreí.
—Gracias.
Ella me devolvió una dulce mirada a través del espejo, entonces por un breve instante creí ver pena y dolor cruzar sus castaños ojos. Pero ese instante fue tan efímero que casi al momento me sonreía tan feliz como yo.
—Lo haré, pero tengo una condición.
—¿Cuál?
Su sonrisa se volvió inquieta. Yo misma sentí la sombra antes que Isa dijera:
—Solo lo haré si prometes no salir de la habitación en toda la noche. No importa si el amo viene a buscarte, no abras la puerta y espera hasta que yo vuelva. Tocaré 3 veces.
Siempre era la misma condición, la misma inquietud, la misma preocupación de que en algún momento el amo tuviera interés en mí y fuera a buscarme.
—¿Puedes prometerlo, Dulce? —me presionó con suavidad—. Hazlo y algún día te enviare a una buena escuela.
De nuevo emocionada, le sonreí a través del espejo y respondí lo de siempre.
—Lo prometo, lo prometo...
Desperté de golpe, con un pequeño sobresalto y el corazón latiendo rápido. Algo mareada, hice un leve gesto de dolor cuando moví el brazo derecho para taparme los ojos. Vi que lo tenía enyesado, picaba mucho.
¿Cómo es que...? Pensé con confusión, mirando el yeso.
Intenté rascarlo con la otra mano, pero solo emití un quejido bajo cuando vi y sentí la intravenosa. Entonces levanté la mirada y al fin observé a mi alrededor, cada vez más inquieta y confundida.
Me encontraba en una habitación tan diferente a la mía; llena de iluminación rojiza y olor a medicamentos, con paredes oscuras y sin ventanas a la vista. De inmediato comencé a inquietarme, no reconocía ese lugar.
—Parece que eres una chiquilla muy inquieta.
Rápidamente volví la mirada hacía la voz, lo hice tan deprisa que enseguida cerré los ojos por el repentino dolor de cabeza. Me encogí en la cama, sujetándome la cabeza.
—Qué chica tan desconfiada eres.
Con esfuerzo abrí un ojo, y cuando al fin pude quien me hablaba, me quedé sin habla. Se trataba de una mujer, una muy guapa recostada contra la puerta; tenía tersa piel bronceada y brillante cabello castaño Usaba un minivestido que de solo verlo me hizo enrojecer. Ella era hermosa, y desconocida.
Mi reacción natural fue replegarme lo más posible contra la cabecera de la cama, encogiendo las piernas bajo el cuerpo.
—No te preocupes, tu brazo sanara pronto —agregó ella con diversión—. Eres muy fuerte, niña.
Y avanzó hacía mi con las manos cruzadas bajos su busto de considerable tamaño, suspiró negando suavemente. La larga melena castaña le rozó su refinado rostro, pero ella no se molestó en apartarlo.
—¿Sabes? Fuiste todo un problema. Tuvimos que traer a un médico muy costoso para tratar tus heridas. Deberías corresponder a nuestro favor.
Se detuvo al lado de mi cama, mientras yo intentaba tragar saliva. Pero tenía la garganta seca y los labios agrietados. Sentía tanta sed.
—¿Co-rresponder? —balbuceé con voz pastosa por la falta de uso—. ¿Cómo...?
Ella me señaló con un gesto desenfadado y, al bajar la mirada, vi a qué se refería. Mi cuerpo estaba cubierto por una delgada y pequeña bata de hospital, y tanto mis piernas como brazos estaban al desnudo. En ellas, los hematomas y golpes eran visibles, no había un trozo de piel que no estuviera rojo o violeta.
Bajo la bata, pude sentir mis costillas trasluciéndose bajo mi piel. Igualmente, pude sentir mi estomago contraerse de hambre.
—Traerte aquí fue difícil, pero, aun así, él no quiso dejarte en esa casa para que la policía te encontrará.
¿Dejarme? Alcé la mirada y más confundida que nunca, la fijé en esa perfecta extraña. No entendía lo qué pasaba, tampoco qué hacía yo allí.
—¿Traerme? ¿Por qué dice...?
Ella me interrumpió para soltar un bufido fastidiado.
—Lo que quiero que me digas, es tu relación con Isabel. No me interesa nada más que eso.
Al escucharle pronunciar el nombre de ella, todos mis más recientes recuerdos salieron a flote, inundándome en un océano de crudas emociones. La vi de nuevo tirada en el corredor, vi la sangre manando de su cabeza, vi su expresión...
Y con un agonizante y repentino golpe de dolor, recordé su último grito, su última mirada...
¿Ella... se había ido realmente? ¿Me había dejado? ¿Ya nunca volveríamos a vernos?
Me tembló el labio inferior y cerré los ojos para que ella no viera las lágrimas en ellos. No estaba lista para llorarle, hacerlo sería lo mismo a despedirme de ella, y no estaba preparada para hacerlo.
—¿Por qué... quiere saber sobre ella? —le pregunté en voz baja.
La escuché suspirar con molestia.
—Eso no te interesa, solo dime qué hacía ella con ese repugnante viejo.
Estaba acostumbrada a ese tipo de trato, así que después de contener mi dolor, me tragué mis lágrimas y volví a mirarla.
—Ella llegó unos años después que yo, fue comprada, como yo. El amo la adquirió en una subasta, eso me dijo ella —confesé jugando con mis manos para no llorar—. Isabel fue mi... mi hermana. Me protegió siempre, cuidó de mí, me ayudó y evitó que él me... me tocará.
Cuando terminé, creí que me haría más preguntas, pero no lo hizo, solo permaneció en silencio largo rato, mirándome sin expresión y estudiando la manera en que me dolía todo eso. Yo me sentí tan intimidada que bajé la cabeza y esperé.
Aun no sabía quién era ella, tampoco sabía porque estaba tan interesada en mi amiga.
En realidad, ni siquiera sabía porque yo estaba allí. ¿Por qué me habían rescatado?¿Por qué el hombre que había matado al amo, no me había dejado rendirme y morir con Isabel?
—Ella...murió, ¿no es así? —inquirí en un débil susurro, rogando para que dijera que no, que Isabel seguía viva y que la vería pronto
No obstante, la atractiva mujer suspiró y fijó sus ojos en el techo.
—Si, Isabel está muerta —dijo sin importarle—. Tuvo una contusión severa que la llevó a la muerte. No pudimos ayudarla.
Al oírla, contuve el aliento y apreté la sabana ligeramente entre mis lastimados dedos. En el fondo, quería llorar hasta quedarme afónica, ir a buscarla, decirle que lo sentía, que me perdonara por no haber salido a ayudarla.
Deseé disculparme por ser una cobarde asustadiza.
—Yo... lo lamento. Debí... debí estar con ella. Lo siento...
Ante mi disculpa, la mujer bajó la mirada y la fijó en mí. Fruncía el entrecejo.
—Un hombre fue a buscarla —expliqué—. Ella debió... significar mucho para él.
La mujer alzó las cejas, luego negó suavemente.
—Eres una chiquilla muy aguda, ¿no es así?
Aunque sonó a cumplido, hubo un matiz de advertencia en sus palabras. Yo miré mis manos y permanecí en silencio mientras ella se sentaba al borde de la cama.
—Aunque tienes razón. Él conocía a Isabel, y llevaba muchos años buscándola. Lástima que nuestra ayuda no llegó a tiempo, ella murió y tú, niña...
Hizo una pausa para acercar una mano a mi cabello y apartarlo cuidadosamente de mi rostro. Sonrió.
—Vaya, ya entiendo porque te trajo aquí. Bajo esos golpes y moretones, eres algo bonita —comentó, mirándome como si fuese un objeto recién descubierto—. Supongo que por eso Fabian te conservó tantos años, a pesar de no poder tocarte un solo cabello gracias a Isabel. Debió ser frustrante para él.
Sin querer parecer descortés, alejé mi rostro de su mano, a la vez que le hacía la pregunta que tanto había esperado hacer.
—Yo... ¿por qué estoy aquí? Si buscaban a Isabel, ¿por qué me trajeron...?
Ella ladeó ligeramente la cabeza y sin importarle mi negación, me sujetó por la mandíbula y comenzó a mirarme a detalle. Sus largas uñas se clavaron en mi piel.
Hice un gesto de dolor.
—Por favor...
La mujer acercó su rostro al mío y me miró a los ojos.
—Tienes una mirada impresionante, ¿lo sabías?
No contesté, ella me sujetaba tan fuerte que no podía hablar. Comenzaba a inquietarme, a temerle. ¿Qué hacía yo allí? ¿Qué era ese lugar?
—Son unos ojos preciosos y, sobre todo, únicos en su tipo. Son una atractiva mezcla entre el negro más profundo y un intenso azul cobalto, tan profundo que roza el plateado —agregó con un brillo codicioso en sus ojos.
Me miraba como si yo fuese una novedad, algo valioso.
—Sin duda serás un buen producto, uno excelente y muy solicitado. Él seguro lo supo y por eso te trajo aquí. Nunca trae a nadie sin un buen motivo.
De golpe me soltó y se puso en pie. Yo me llevé una mano a la cara, mirándola más confundida y asustada que antes. ¿Quién era ella? Más importante, ¿por qué me llamaba producto?
—¿Él...? —pregunté con timidez, pensando en el desconocido que había matado a mi amo y que me había librado de esa vida—. ¿Quién es Él? ¿Es el hombre que me salvó?
Ella me sonrió.
—"¿Quién es Él?" Ya lo sabrás despues, solo puedo decirte que ahora le perteneces, y que no te conviene desobedecerle. Has cambiado de dueño, querida.
¿Pertenecerle? ¿Dueño? No comprendía nada, y comenzaba a asustarme,
—¿De qué...? ¿De qué habla? —inquirí a media voz, temiendo la respuesta.
La mujer miró en torno y frunció los labios, pensativa.
—¿Debería colocar paneles de cristal para intensificar las escenas? Sería agradable verte reflejada con el cliente.
Seguí su mirada, pero allí solo había negras paredes.
—Yo... no la entiendo —dije y fijé mis ojos otra vez en ella. Una especie de pánico comenzaba a dominarme—. Solo... por favor, dígame qué hago yo aquí. ¿Qué es este sitio?
Ella exhaló hondo y me miró de nuevo.
—¿Aun no te das cuenta? —inquirió con irritado escepticismo—. Niña tonta, ¿crees que él te salvó solo porque sí? ¿Acaso no sabes cómo funciona el mundo? Nadie hace nada sin saber que obtendrá algo a cambio.
Repentinamente, se inclinó sobre mí y sujetó con fuerza mi brazo enyesado. Contuve un grito de dolor.
—Si no tuvieras esos ojos y esa belleza potencial, él te habría abandonado y dejado morir allí. Así de simple. No creas que él salvó tu patetica vida por humanidad, lo hizo solo porque tiene planes para ti, pequeña.
La miré con lágrimas en los ojos. Me dolía mucho el brazo, y no tenía fuerzas para zafarme de su agarre.
La miré con lágrimas en los ojos. Me dolía mucho el brazo, y no tenía fuerzas para zafarme de su agarre. —Por... por favor... —¿Dulce? Te llamas Dulce, ¿verdad? Asentí repetidas veces. —Qué nombre tan lindo y adorable, tan acorde a ti. Eres bonita bajo esos golpes, sin duda a los clientes les gustaras. Temblé y ella me sonrió con extrema dulzura. —¿Qué edad tienes, Dulce? Debes ser muy joven, pareces una chiquilla. —Tengo.... 19 años... Sentí unas lágrimas rodar por mis mejillas. Y al ver esos ojos grises sin compasión, supe que yo no era libre, todo lo contrario. Mi destino sería peor que lo que acababa de dejar atrás. —Bien, Dulce, te diré qué haces aquí y qué es este sitio. Estás aquí por qué ya no le servirás a Fabian, él esta muerto. Ahora eres propiedad de Odisea. Ella pareció ver lo poco que yo entendía de todo eso, ya que agregó con orgullo: —Odisea es un prestigioso y exclusivo burdel —declaró complacida—. Y tú serás una chica de humo. Tu trabajo será servir
Por orden expresa del Fundador, me quedé resguardada en esa habitación por días, siendo vigilada día y noche por un fornido hombre en la puerta. Solo después de dos días sin comunicación con el exterior, una chica poco mayor que yo entró una mañana. A pesar de dolor de mi brazo, rápidamente salté de la cama y me refugié en el rincón opuesto a la puerta, lo más lejos posible de ella. Al verme tan a la defensiva, ella meneó la cabeza y sonrió. Era bonita, de cabello claro y esbelto cuerpo; me recordó a Isabel. —Tú debes de ser Dulce, ¿o me equivoco? —preguntó con suavidad, acercándose a mí con cuidado. Sin saber qué pensar de ella, asentí. Pero me mantuve en el rincón. —Genial, porque el Fundador me envió para revisar tu brazo —me mostró una pequeña caja que traía consigo. Con algo de estupor, bajé la mirada a mi brazo. El yeso aun picaba, y no sabía si había mejorado o no. Así que, aun desconfiando de ella, dejé mi rincón y volví a la cama. Me senté en el borde mientras la
Mantenía las manos en puños sobre las rodillas, siempre mirando al suelo, esperando con ansías a que mi padre se levantará y volviéramos a casa. Pero ese día, eso no pasó. Mi padre lanzó una maldición y arrojó sus cartas sobre la mesa, furioso. —¡Maldita sea! El hombre con quién jugaba era maduro, alto y robusto, con una barba amplia y unos ojos maliciosos. No me gustaba. —Vaya, amigo. Lo que te hace falta, es subir las apuestas. Con cantidades así, nunca ganaras. Mi padre chasqueó la lengua y dijo. —Lo sé, lo sé... —A iniciado un nuevo siglo, la era del glamour, el dinero, el cine, las artes... Las mujeres —sentí sus ojos lascivos en mí—... Deberías apostar algo más valioso. Mi padre lo miró. —¿Más valioso que el dinero? —Si, mucho más. Sentí sus ojos posarse en mí, yo mantuve la vista abajo, ansiosa por irme de aquel sombrío lugar. —Es más, ya que deseas ampliar tus horizontes en este mundo, yo puedo ayudarte. La epoca de oro te puede traer una fortuna mayor.
Después de esa última vez, no lo volví a ver. No me buscó ni una vez, y yo lo agradecí en verdad. Porque, aunque esa noche no me había tocado, temía que el cualquier momento lo hiciera. Y yo no estaba lista para eso. No quería ser utilizada así. Aunque no pudiera dejar Odisea, no quería ser una prostituta. Y mucho menos de un hombre como él. Pero una semana después de que un médico viniera a quitarme el yeso del brazo, Susan entró a mí habitación con una gran bolsa. La miré con curiosidad. —El Fundador me ha ordenado que te arreglé. Me senté en la cama, mirando como ella sacaba un enorme y largo vestido rojo de la bolsa. Al verlo, comencé a temer lo peor. Quizás él iba a desquitarse conmigo por lo de esa última noche. Trague fuerte. —¿Para qué? —inquirí con creciente miedo. Susan negó. —No puedo decírtelo, lo siento. Solo sé que debes obedecer. Con algo de renuencia, dejé que me metiera en una gran tina y me lavara el cabello. Y con miedo le permití ponerme el vest
Esa misma noche, después de concluir la subasta, fui arrastrada hasta una pequeña habitación. Donde una chica me sacó el vestido con rapidez, para después pasarme un extraño conjunto de encaje. Miré los diminutos trozos de tela en mis manos. Luego alcé la mirada. —¿Qué...? Ella me colocó un bata negra encima, y con un gesto impaciente, abrió la puerta. —Póntelo. El comprador te espera. Apresúrate o te arrepentirás. Cuando salió, yo me senté sobre una silla y miré el conjunto. Enrojecí. Era lencería erótica de encaje color rojo, o al menos, los tres pequeños trozos en mis manos lo parecían. —No... no puedo ponerme esto... El conjunto se trataba de un sujetador, un liguero y lo que parecía una diminuta tanga, todos casi trasparentes. Además, también incluía una especie de gargantilla que se conectaba al resto de las piezas a través de unos delgados tirantes negros. Suspiré, llena de vergüenza. No era capaz ni de imaginarme vestida con eso. —¡Apresúrate! Escondí la ca
¿Por qué me había comprado? ¿Por qué había gastado 15 millones de dólares en alguien como yo? Yo no era ni la mitad de atractiva que el resto de las chicas de Odisea, y a todas ellas les complacía servirle al Fundador. Pero yo... Yo apreté los labios cuando él me hizo girarme sobre el estómago y con una gran mano me presionó contra la cama, obligándome a colocarme en 4 patas. Jadeé sujetándome con las uñas a las sábanas rojas. —No... no me haga esto —le supliqué desesperada—. Por favor... Sin escucharme, él se inclinó sobre mi espalda y me tomó del cabello con una sola mano. Me obligó a erguir la cabeza. Entonces, todo el aire abandonó mis pulmones en una lenta exhalación. —¿Esperabas privacidad? —inquirió el señor Riva con burla. En ese momento, por primera vez en la noche, fui consciente de lo que era Odisea. Pues frente a mí, había un enorme y lujoso espejo que sustituía la cabecera de la cama. De la peor manera, me di cuenta de lo que significaba ser una chica de humo, y
Abracé a Susan por segunda vez esa mañana, como si abrazarla impidiera todo lo que iba a ocurrir conmigo de allí en adelante. —Te visitaré, sí el Señor lo permite. Si eso era un consuelo, no me hizo sentir mejor. Esos eran mis últimos minutos en Odisea, los últimos instantes que pasaba bajo la protección del burdel. —Te echaré de menos, Su —le dije hablando contra su hombro—. No quisiera irme. No quiero... Ella me palmeó la espalda. —¿Hay algo que pueda hacer por ti, Dulce? Cualquier cosa que necesites, lo que sea. Te ayudaré. Sonreí un poco. ¿Yo? ¿Qué podría necesitar alguien como yo? No tenía nada, ni nadie, estaba sola. Mi única amiga había muerto, y mi vida ya ni siquiera era mía. En realidad, nunca había tenido una vida propia. —Gracias, pero... —Piénsalo bien. Debe haber algo. Pero yo negué y me separé de ella sorbiendo por la nariz. No había nada que necesitara, porque ya no deseaba nada, me había resignado. Susan lo entendió y sin insistir, me llevó por los pasillos r
Mi mano permaneció extendida en dirección a Anna, mientras intentaba procesar el duro y sorpresivo golpe de sus palabras, hasta que finalmente me rendí. Isa, así que tu apellido era Bianchi, le dije a mi amiga en mi fuero interno, mirando a aquella fría mujer pelinegra frente a mí. Si, su personalidad sin corazón era igual a la del señor Riva. Es muy bonito, muy acorde a ti. Aunque... me hubiese gustado que tú me lo dijeras. Pero ella ya no estaba allí. Y tampoco podía defenderme. —Yo... yo no maté a Isa —le dije a la chica—. En verdad, no lo hice. Yo solo... Anna arqueó una oscura ceja. —¿Acaso me dirás que ella no te defendió de ese hombre al grado de morir por ti? ¿Me dirás que ese pervertido anciano no la mató a causa de ti? Y todo lo que pensaba decirle para probar mi inocencia, quedó reducido a nada. Frente a Alan, solo pude mirarla en silencio, aceptando la culpa. Sintiéndome miserable. —Ella no te conocía, cuidar de ti no era su responsabilidad y, aun así, murió