Gracias por leer y seguir Mi Señor.
¿Por qué me había comprado? ¿Por qué había gastado 15 millones de dólares en alguien como yo? Yo no era ni la mitad de atractiva que el resto de las chicas de Odisea, y a todas ellas les complacía servirle al Fundador. Pero yo... Yo apreté los labios cuando él me hizo girarme sobre el estómago y con una gran mano me presionó contra la cama, obligándome a colocarme en 4 patas. Jadeé sujetándome con las uñas a las sábanas rojas. —No... no me haga esto —le supliqué desesperada—. Por favor... Sin escucharme, él se inclinó sobre mi espalda y me tomó del cabello con una sola mano. Me obligó a erguir la cabeza. Entonces, todo el aire abandonó mis pulmones en una lenta exhalación. —¿Esperabas privacidad? —inquirió el señor Riva con burla. En ese momento, por primera vez en la noche, fui consciente de lo que era Odisea. Pues frente a mí, había un enorme y lujoso espejo que sustituía la cabecera de la cama. De la peor manera, me di cuenta de lo que significaba ser una chica de humo, y
Abracé a Susan por segunda vez esa mañana, como si abrazarla impidiera todo lo que iba a ocurrir conmigo de allí en adelante. —Te visitaré, sí el Señor lo permite. Si eso era un consuelo, no me hizo sentir mejor. Esos eran mis últimos minutos en Odisea, los últimos instantes que pasaba bajo la protección del burdel. —Te echaré de menos, Su —le dije hablando contra su hombro—. No quisiera irme. No quiero... Ella me palmeó la espalda. —¿Hay algo que pueda hacer por ti, Dulce? Cualquier cosa que necesites, lo que sea. Te ayudaré. Sonreí un poco. ¿Yo? ¿Qué podría necesitar alguien como yo? No tenía nada, ni nadie, estaba sola. Mi única amiga había muerto, y mi vida ya ni siquiera era mía. En realidad, nunca había tenido una vida propia. —Gracias, pero... —Piénsalo bien. Debe haber algo. Pero yo negué y me separé de ella sorbiendo por la nariz. No había nada que necesitara, porque ya no deseaba nada, me había resignado. Susan lo entendió y sin insistir, me llevó por los pasillos r
Mi mano permaneció extendida en dirección a Anna, mientras intentaba procesar el duro y sorpresivo golpe de sus palabras, hasta que finalmente me rendí. Isa, así que tu apellido era Bianchi, le dije a mi amiga en mi fuero interno, mirando a aquella fría mujer pelinegra frente a mí. Si, su personalidad sin corazón era igual a la del señor Riva. Es muy bonito, muy acorde a ti. Aunque... me hubiese gustado que tú me lo dijeras. Pero ella ya no estaba allí. Y tampoco podía defenderme. —Yo... yo no maté a Isa —le dije a la chica—. En verdad, no lo hice. Yo solo... Anna arqueó una oscura ceja. —¿Acaso me dirás que ella no te defendió de ese hombre al grado de morir por ti? ¿Me dirás que ese pervertido anciano no la mató a causa de ti? Y todo lo que pensaba decirle para probar mi inocencia, quedó reducido a nada. Frente a Alan, solo pude mirarla en silencio, aceptando la culpa. Sintiéndome miserable. —Ella no te conocía, cuidar de ti no era su responsabilidad y, aun así, murió
El día que conocí a Isabel, era un día tormentoso, cercano al invierno. El viento hacia estremecer los cristales de las ventanas, crujían las puertas viejas y el desgastado suelo de madera. El señor Fabian había permanecido más de un mes ausente, dejándome sola y con poca comida, así que cuando lo escuché entrar, salté de la cama y con cuidado miré por la oxidada barandilla de las escaleras. Era una niña de apenas 12 años, y de alguna forma esperaba algo de él, algo bueno. Pero cuando uno de sus hombros arrojó a una asustada mujer al interior de la casa, a los pies del señor Fabian, recordé quien era. Él no era un buen hombre. —¿Aun sigues creyendo que él te buscara? —preguntó con burla el señor Fabian. La mujer tembló a sus pies. Desde la distancia, pude ver que era muy atractiva, a pesar de su vestido sucio y su cabello desastroso. Era bonita, a pesar de los golpes y las marcas en su tostada piel. —¡Por favor, Fabian! ¡Te suplico que...! —De verdad eres una mujer tonta —l
Por la noche, apenas la chica de servicio terminó de vendarme las heridas en las manos y se marchó, yo corrí detrás de ella y aseguré la puerta. Me encerré en la habitación de Isabel, temerosa de que el señor Riva fuera a buscarme y me castigará, o algo peor: que quisiera desquitarse tomándome de nuevo. Con inquietud, me dejé caer contra la puerta, sujetando mis vendadas manos. Esperé el sonido de sus pisadas, con el corazón en la boca, reprendiéndome por haberle hablado así. ¿Acaso no es el Jefe de la mafia? Me dije golpeándome la parte posterior de la cabeza con la puerta. ¡Tonta, tonta...! Él es el dueño y amo de Odisea, el Fundador del burdel más importante del país. Y tú, ¡tú...! Sacudí la cabeza y cerré los ojos. Durante varios minutos permanecí así, hasta que el suave golpe de unos tacones contra el suelo de madera me hizo abrir los parpados y mirar por la rendija bajo la puerta. Del otro lado, pude ver acercarse los blancos pies de una chica; usaba unos zapatos altos brilla
¿Iba a probar que yo era igual que él? No entendí qué quería decir con eso, hasta que, en esa habitación oscura, sin muebles o alguna vía de escape aparte de la puerta que él mismo bloqueaba, me tiró de espaldas sobre la alfombra y comenzó a desvestirme. Me sacó el vestido a la fuerza mientras yo pataleaba. —¡Basta! ¡No quiero...! Colocó un estomago sobre mi vientre y arrojó la prenda lejos de mi alcancé. Luego se inclinó sobre mí. —Pareces no conocer tu posición, chica de humo —dijo, llevándose una mano a la toalla anudada alrededor de su cintura—. Negarte no es un derecho, no aquí, no conmigo. Cerré los ojos cuando se la quitó, y los apreté fuerte cuando lo sentí apoyarse sobre mí. Sentí era parte de su cuerpo presionar mi vientre desnudo, a la vez que su aliento me acariciaba el cuello. Dejé de moverme. —¿Realmente crees que tú no eres cruel con Isabel? —inquirió, hablando contra la curva de mi cuello—. ¿Piensas que lo tuyo no es traición? ¿Sí luchaba contra él, logr
Apoyé la barbilla en la palma de la mano y, desde la barandilla de las escaleras, observé como el señor Riva dejaba la mansión para visitar Odisea, como rutinariamente hacía. Junto a él, estaba Anne. Solo vestida con una ligera bata de seda plateada, con el corto cabello cubierto por un gorro. —Estaré esperándolo despierta, mi Señor —le dijo con obediencia. Él se colocó el sombrero y tomó su abrigo de piel. Frente a la casa, un coche ya lo esperaba. —Sabes que te he permitido quedarte en la mansión por un solo motivo. Cúmplelo. Ella asintió. Y yo me pregunté qué era ese motivo. —Lo sé, y le prometo que su propiedad estará segura. Propiedad, ¿se refería a la mansión? —Eso espero. Permaneceré en Odisea un par de días, te avisaré cuando vuelva. Me mordí el labio. ¿Por qué un Jefe de la mafia había fundado un burdel? ¿Solo lo había hecho por capricho? ¿O realmente tenía otro motivo que nadie sabía? Era intrigante, y aun me lo preguntaba. —Que tenga un excelente día, m
En cuanto me soltó y se fue, yo me sentí sofocada allí, sobrepasada. Así que salí de la casa y recorrí los amplios jardines hasta que los aterrados latidos de mi corazón retomaron su ritmo habitual. Entonces me senté sobre el césped con las piernas cruzadas. Las manos aun me temblaban. Ella era aterradora. Anne aunque acida y mala conmigo, no era nada en comparación con Lila. La expresión dura y afilada de Anne no me intimidaba demasiado, podía soportarlo; pero, la mirada dulce y la actitud aparentemente agradable de Lila, me resultaban escalofriantes. ¿Quiénes eran ellas? Estaba claro que eran chicas de humo, del burdel Odisea. Pero antes de todo eso, ¿quiénes eran ellas? ¿También habían sido compradas por el señor Riva? Si era así, ¿por qué ellas eran libres de dejar la mansión y yo no? Sobre todo, ¿por qué ambas me veían como una amenaza? Igual que ellas, yo era solo una propiedad del señor Riva, y ese estatus no cambiaría. —¿Dulce? Alcé la cabeza con un sobresalto. Frente