DESEAME

Después de esa última vez, no lo volví a ver. No me buscó ni una vez, y yo lo agradecí en verdad. Porque, aunque esa noche no me había tocado, temía que el cualquier momento lo hiciera. Y yo no estaba lista para eso.

No quería ser utilizada así. Aunque no pudiera dejar Odisea, no quería ser una prostituta. Y mucho menos de un hombre como él.

Pero una semana después de que un médico viniera a quitarme el yeso del brazo, Susan entró a mí habitación con una gran bolsa. 

La miré con curiosidad.

—El Fundador me ha ordenado que te arreglé.

Me senté en la cama, mirando como ella sacaba un enorme y largo vestido rojo de la bolsa. Al verlo, comencé a temer lo peor. Quizás él iba a desquitarse conmigo por lo de esa última noche.

Trague fuerte.

—¿Para qué? —inquirí con creciente miedo.

Susan negó.

—No puedo decírtelo, lo siento. Solo sé que debes obedecer.

Con algo de renuencia, dejé que me metiera en una gran tina y me lavara el cabello. Y con miedo le permití ponerme el vestido, el cual era sumamente ajustado, con un escote recto y sin mangas, solo con unos largos guates de satín negro. La espalda estaba abierta casi hasta abajo.

Temí que, si me inclinaba, dejaría ver de más.

—¿Qué sucede, Su? —le pregunté con inquietud, mientras ella me colocaba unas sombras doradas y negras en los ojos, a juego con un llamativo labial rojo carmín.

Ella no me contestó, pero cuando comenzó a resaltar mi escote y clavículas con brillante polvo dorado, tomé su mano.

—Por favor, Su... —le rogué.

Susan parpadeó un par de veces antes de mirarme.

—Perdón, Dulce. Pero es orden del Fundador.

Y sacó un antifaz dorado, distinto a los de piel que usaban las chicas de humo, pero muy parecido a los de carnaval. Al verlo, todo el aire escapó de mis pulmones, al tiempo que mi rostro palidecía por completo.

Sin poder articular palabra, Susan me apartó el lacio cabello dorado de los hombros y cubrió mis ojos con el antifaz. Y después de hacerme subir a unos zapatos color plata increíblemente altos, me sonrió con tristeza y orgullo.

—Te ves hermosa, Dulce. Mucho mejor que las chicas de aquí. Lo harás bien.

Y acercándome un pequeño espejo, vi que tenía razón. Mi piel resplandecia, el ajustado vestido rojo enmarcaba mi cintura y las pocas curvas que apenas poseía, el cabello me caía en una brillante cascada larga y lacia, y mis ojos brillaban en reflejos azules, grises y negros bajo el antifaz.

Nunca me había visto tan atractiva. Apenas podía creer que esa chica fuese yo.

—Espero volver a verte.

La miré a través del espejo.

—¿Para quién? —pregunté en voz ahogada, temerosa—. ¿Para quién luzco así?

Sin decir nada, ella tomó mi mano y me llevó por el pasillo rojo de Odisea, hasta que entramos en una enorme sala muy parecida a los auditorios. Con inquietud, recorrí sus altos muros negros y pisos negros, y un amplio escenario vacío. 

Un escenario al que Susan me hizo subir, y donde soltó mi mano. 

—Su...

—Perdóname...

La miré desaparecer y dejarme sola en ese escenario. O creí estar sola, hasta que miré hacía el frente. Pues entonces vi con temor que, en lugar de asientos, había elegantes mesas blancas con hombres de trajes dorados y antifaces rojos en cada una. Frente a cada mesa, había una tarjeta con un numero 0 en letras rojas. Y al lado de cada mesa, como esperando ordenes, había una chica de Odisea con antifaz negro y vestido blanco.

Ante aquel público, di un paso atrás, asustada, porque, aunque no podía ver sus rostros, sentía sus ojos recorrerme con codicia y deseo. Pero antes de poder entender qué ocurría, un az de luz roja me iluminó por completo, deslumbrándome y haciéndome temblar. 

—¡Damas y Caballeros! —exclamó una voz femenina desde alguna parte del teatro—. ¡Bienvenidos a esta subasta!

¿Una subasta? Me dije con confusión. ¿Por qué...?

—¡Apreciables clientes de Odisea, gracias por asistir a esta subasta tan especial! —vociferó la voz femenina.

Un momento después, una guapa chica con un vestido dorado de trasparencias y pedrería salió al escenario. Me miró un segundo a través de su glamuroso antifaz blanco. 

—¡Está noche yo seré su subastadora!

Hubo una ensordecera ola de aplausos.

—¡Y hoy 2 de marzo del año 1928, Odisea les da la bienvenida a la epoca dorada del burdel! —vociferó a través de un micrófono—. ¡El 3er aniversario de Odisea!

Al verme tan asustada, hubo un destello de diversión en sus ojos azules antes que devolviera su atención a los clientes. 

—¡Esta noche, el artículo es una pieza valiosa del burdel! ¡Es una pieza recién adquirida! —exclamó sonriendo, hablando igual que si fuese una presentadora de algún programa de concursos—. ¡Una pieza absolutamente intacta! ¡Algunos saben de ella como la Joya del viejo señor Fabian! ¡El hombre que por años se ocultó de la mafia luego de cometer multitud de fraudes y traición!

Lo último que dijo despertó un montón de murmullos interesados por todo el salón. Por mi parte, mis labios se entreabrieron mientras miraba a la chica con estupefacción y horror, pero incapaz de moverme. 

¿Yo era la pieza a subastar?

—La pieza es Dulce, de solo 19 años, ¡perteneciente al fallecido señor Fabian! ¡La chica que él adquirió hace años a través de un juego! ¡La única que sobrevivió a su locura por más de 7 años!

Ante esto, los murmullos se convirtieron en comentarios cada vez más altos, y sus miradas se volvieron mucho más interesadas y codiciosas. 

—¡Virgen en su totalidad, caballeros! ¡Pueden adquirir la única pieza valiosa que el señor Fabian dejó para saldar sus deudas de juego con ustedes! ¡Ella es su premio!

Aturdida, me giré hacía los participantes de la subasta, y vi como todos esos ojos, ocultos tras esos antifaces blancos, me observaban como si fuese una interesante pieza, tan rara como valiosa.

Temblé ante esos imponentes y misteriosos hombres. Sintiéndome perdida sobre ese oscuro escenario, estremeciéndome por completo. ¿Cómo es que algo así estaba pasándome? Yo no era un objeto.

Por inercia busqué algún rostro familiar, pero ninguna chica de humo estaba allí. Ni siquiera estaba el Fundador de Odisea, solo yo y un grupo de extraños que me codiciaban bajo sus mascaras.

Las manos me temblaron bajo los guantes de satín.

—Ahora, ¡preparen sus mejores ofertas! —exclamó la chica, casi con éxtasis—. ¡Postores y representantes, la subasta inicia con 200,000 dólares! ¡No se admite nada menor a 200,000!

Y con ello, las pujas comenzaron. Los números fueron mostrados sin que ningún postor alzara la voz, solo limitándose a mostrar sus pujas a través de los pequeños carteles sobre sus mesas.

Y la primera puja llegó. Un cliente en una de las mesas le hizo un gesto a una de las chicas de blanco y antifaz negro. Obediente, ella se acercó y cambio el 0 en rojo por una cifra descomunal.

—¡400,000 dólares!

Otro número comenzó a subir. Y yo rogué porque se detuviera. 

—¡500,000...!

Mi corazón se aceleró. Una pantalla en el centro de salón también subió de cifra.

—¡Vaya, 800, 000 dólares! —exclamó la subastadora—. ¡800, 000 a la una...!

Antes que pudiera terminar de hablar, otro postor aumentó su oferta.

—¡1 millón! ¡1 millón de dólares! ¡Maravilloso!

Quería hacer algo para evitar esas cifras, pero no podía mover un musculo. Solo podía observar con creciente pánico cómo me vendían, como lucraban con mi vida.

—¡Increíble, 2 millones por Dulce! ¡2 millones por la Joya del viejo Fabian! ¡2 millones a la una, 2 millones a las dos...!

El postor de esa puja me miró y sonrió, y aunque su rostro permanecía oculto bajo un antifaz blanco; su cuerpo no, era un tipo robusto y bajito, con una prostituta a cada lado suyo. 

Sentí náuseas y miedo, tanto miedo que mi corazón comenzó a acelerarse.

—¡2 millones a las 3...!

Y sin más, una cifra ubicada sobre una mesa negra cerca del escenario, comenzó a subir drásticamente su oferta. En un instante, pasó de 0 pesos, a 2 millones, a 5 millones, a 8 millones...

Hubo un silencio expectante en todo el salón, mientras los números seguían cambiando en esa particular mesa, subiendo más y más. 

Con el corazón en un hilo, fijé mis ojos en el postor; era un hombre delgado y alto, con un impactante antifaz dorado que escondía unos brillantes ojos azules. 

Al ver que lo miraba con estupefacción, él me sonrió sin abrir los labios. 

—¡Maravilloso! —aclamó la subastadora, y yo rápidamente volví a fijar mis ojos en la cifra.

Al ver el número definitivo en la mesa, un suspiro escapó de mis labios a la vez que mi rostro se tornaba blanco. Vi mi condena, y supe que ya todo estaba definido.

—¡15 millones de dólares han sido ofrecidos por la ultima chica del viejo Fabian! ¡15 millones por Dulce, la Joya que el estafador Fabian mantuvo oculta por años!

Un interminable murmullo impresionado lleno el salón, pero yo solo continué mirando con estupor la ridícula cifra en esa mesa. ¿Eso valía mi vida? ¿Ese era el precio que el Fundador le había puesto a mi existencia? Estabamos cerca de la mitad del siglo XX, en los dorados y revolucionarios años 30, pero yo seguía siendo tratada como una esclava, no como una persona.

Yo seguía perteneciendo a un siglo anterior, a la epoca medieval.

—¡15 millones a la una!

El hombre en la mesa amplió su sonrisa, claramente complacido. Y yo me pregunté sí mi vida terminaría perteneciéndole a él.

—¡15 millones a las dos!

No, no puede ser, me dije a la vez que apretaba los puños, de nuevo consciente de lo qué pasaba allí. No pueden venderme. Soy una persona, ¡no soy un objeto...!

—¡15 millones a las tres! ¡Vendida!

Mientras todos aplaudían, el hombre en la mesa volteó ligeramente la cabeza y miró un punto lejano y oscuro de la sala, asintió con obediencia. 

Yo sentí las piernas débiles y la garganta cerrada. Bajo mi antifaz, algunas lágrimas se derramaron por mis mejillas. Acababa de ser subastada como un objeto, y a nadie le había importado.

Deseé sentarme en el suelo y llorar, pero ni siquiera tenía fuerzas para eso.

Mientras todos aplaudían, el hombre en la mesa se puso de pie y le hizo un gesto a la subastadora. Ella se acercó a él, y cuando él le susurró algo al oído, ella apretó los dientes. Al erguirse, me miró con intriga y sorpresa.

Luego les sonrió a los clientes.

—¡La última preciada posesión de Fabián, ha sido vendida a un cliente secreto! —anunció la subastadora—. ¡El comprador mantendrá su anonimato! ¡Gracias por asistir al 3 aniversario del burdel Odisea!

Con incredulidad, miré al hombre, él me sonrió con calidez y calma. Entonces entendí porque la subastadora había dicho “postores y representantes”. Él no era el real postor, solo era un representante. El verdadero comprador no estaba allí.

Tatty G.H

Próximo capitulo DESEAME. Gracias por leer esta historia.

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