ADORAME

Por orden expresa del Fundador, me quedé resguardada en esa habitación por días, siendo vigilada día y noche por un fornido hombre en la puerta. Solo después de dos días sin comunicación con el exterior, una chica poco mayor que yo entró una mañana.

A pesar de dolor de mi brazo, rápidamente salté de la cama y me refugié en el rincón opuesto a la puerta, lo más lejos posible de ella.

Al verme tan a la defensiva, ella meneó la cabeza y sonrió. Era bonita, de cabello claro y esbelto cuerpo; me recordó a Isabel.

—Tú debes de ser Dulce, ¿o me equivoco? —preguntó con suavidad, acercándose a mí con cuidado.

Sin saber qué pensar de ella, asentí. Pero me mantuve en el rincón.

—Genial, porque el Fundador me envió para revisar tu brazo —me mostró una pequeña caja que traía consigo.

Con algo de estupor, bajé la mirada a mi brazo. El yeso aun picaba, y no sabía si había mejorado o no. Así que, aun desconfiando de ella, dejé mi rincón y volví a la cama. Me senté en el borde mientras la chica se acercaba y con extrema delicadeza tomaba mi brazo entre sus manos.

Durante un minuto lo revisó con calma, luego notó mi curiosa mirada en ella y sonriendo dijo:

—Por cierto, yo me llamó Susan —no respondí—. Soy una chica de humo en Odisea desde hace 2 años.

Una prostituta, pensé mirándola.

—¿Por qué... las llamas Chicas de Humo? —le pregunté sin poder contenerme.

Ella esbozó una sonrisita ligera.

—Porque somos mujeres efimeras. Chicas de una sola noche. Chicas que llegan y se van como el humo.

Era una manera casi romantica de referirse a las prostititas. Relacionarlas a un momento breve, que al final de la noche, como el humo, desaparecen.

—Debo decir que no esperaba que fueses tan joven —añadió ante mi falta de comentarios—. Cuando el Fundador me llamó para atender a la chica que había rescatado de... ese tipo, no pensé que se tratará de alguien tan pequeña.

Con algo de vergüenza, fui consciente de mi figura diminuta en comparación a la altura de Susan; ella era alta y con curvas, mientras yo era bajita e insípida.

Es la edad, añadí para mí misma. Aún estoy desarrollándome, eso es todo. Algún día seré tan atractiva como Susan e Isabel.

—Supongo que le hiciste enfadar.

Salí de mis pensamientos para volver a mirarla. Ella revisaba el yeso de mi brazo con expresión concentrada.

—¿Yo? —inquirí con voz tímida.

Ella medio sonrió.

—Todas las chicas aquí hablan de ello. Dicen que por haberte descuidado unos minutos, estuviste a punto de huir, y que el Fundador se puso furioso. Nos reprendió a todas.

El solo hecho de pensar en los insensibles ojos negros de ese hombre, me llenaba de miedo. Y ahora que sabía que era el Fundador de ese lugar, se me hacía aún más atemorizante.

—El Fundador Rafael... ¿quién es? ¿Por qué es dueño de este... sitio?

Susan alzó unos sorprendidos ojos azul celeste y los fijo en los míos.

—¿No lo sabes? ¿Cómo es que estás aquí sin...? —se detuvo a media frase.

Yo desvié la vista y junté los tobillos.

—Él dice que ahora le pertenezco —musité—. No me salvó porque fuese buena persona, solo lo hizo por conveniencia. Para hacerme prostituta... de este sitio.

Con cuidado, Susan se sentó a mi lado y suspiró. Luego de un minuto en silencio, comenzó a hablar:

—No vuelvas a desafiarlo intentando huir, no lo tolerará de nuevo. Con solo 27 años, Rafael Riva es un miembro importante de la mafia.

La miré. Y me vino a la mente la imagen de mi antiguo amo arrodillado frente a él, temblando y asustado, hasta que él lo mató sin la menor vacilación.

—¿Un... miembro?

Susan me devolvió la mirada.

—Es el actual Jefe de la mafia, a los 22 tomó ese lugar apenas su padre murió. Así que, Dulce, por tu bien y el del resto de las chicas, no vuelvas a provocarlo. No sabes de lo que es capaz.

Si lo sabía, lo había visto dispararle a otro hombre sin mostrar sentimientos, y a pesar de haber acudido en busca de Isabel, no había mostrado pena ni dolor por su muerte.

Si, sin duda parecía un frio y cruel Jefe de la mafia.

—¿Por qué un Jefe de la mafia... fundaría un burdel? —inquirí en voz baja.

Ella se encogió de hombros, de repente despreocupada.

—Nadie lo sabe, quizás solo lo hizo por aburrimiento, tal vez para lavar dinero, o quizás tuvo un motivo especial.

¿Un motivo especial? Me pregunté. ¿Qué motivos especiales tendría un mafioso para fundar un lugar así?

—Sea como sea, el Odisea se ha vuelto un popular lugar de exclusividad, erotismo y belleza. Cuando se habla de placer y glamour sexual, Odisea es la casa favorita de millonarios empresarios y peligrosos mafiosos. Tambien de miembros del Ejercito.

Me estremecí por dentro, a la vez que recordaba lo que esa mujer me había dicho antes de escapar: “... Odisea es un prestigioso y exclusivo burdel. Y tú serás una chica de humo. Tu trabajo será servirle a nuestros clientes más poderosos e influyentes...” 

Temblando me abracé a mí misma y las lágrimas me había logrado contener toda la mañana, comenzaron a fluir. No quería ser una prostituta, quería una vida en libertad. La sola idea de verme sirviéndole a un hombre, me llenaba de pánico.

Al verme llorar tan repentinamente, Susan me abrazó.

—Lo siento mucho, Dulce. Pero no tienes opción, no puedes elegir.

Apreté los parpados, rogando porque todo eso fuese una pesadilla, deseaba despertar de una vez y ver a mis padres de nuevo. Rogué porque todo eso fuese un mal sueño.

No obstante, cuando la puerta se abrió de repente y yo miré a la persona en ella, toda esperanza se esfumó. Palidecí al tiempo que Susan me soltaba y se ponía en pie.

—Mi Señor —saludó con obediencia, mirando al suelo.

El hombre en la puerta la miró brevemente, soltó una breve risita entre dientes y luego le hizo un leve gesto de cabeza.

—Sal de aquí.

Susan me miró de reojo, pero le obedeció. En cuanto ella cerró la puerta detrás suyo y me dejó a solas con él, yo contuve el aliento y bajé la cabeza. El Fundador de Odisea dio un paso hacía mí y cruzó los brazos sobre el pecho; como cuando lo conocí, vestía ropa deportiva, unos sencillos pantalones negros y una playera gris.

Ladeó la cabeza, mirándome con una intensidad que me congeló el corazón.

—Has mejorado mucho, parece ser —comentó sin matices en su profunda voz—. No eres nada fea.

Mantuve la mirada abajo, asustada, y pensé que se burlaba de mí. Porque mientras el hombre frente a mí era atractivo y poseía el físico de un nadador profesional; yo era todo lo contrario, estaba llena de golpes y con un brazo roto, mi aspecto era tan inhumano que me sentí avergonzada.

Apreté la mano sana en fuerte un puño.

—Mi señor, por favor...

—Levanta la mirada y mírame —me ordenó, cortante.

Con temor, obedecí. Levante la cabeza y fijé mi mirada en la suya. Él mostró un asomo de burlona sonrisa.

—Qué llamativos ojos. Supongo que son tu principal atractivo, y la razón por la que el viejo de Fabian te compró.

Contuve en aliento cuando se aproximó más, hasta llegar a mí e inclinarse para tomar mi mentón entre sus fríos dedos. De cerca, pude ver que realmente sus ojos eran absolutamente negros, no había ninguna diferencia entre el iris y la pupila.

Aunque, también pude notar que era incluso más atractivo de lo que había pensado. Sus pestañas eran largas y rizadas, y sus labios carnosos y llenos de malicia.

—Si, veo que no me equivoqué contigo. Eres hermosa.

No supe cómo reaccionar cuando acercó su rostro al mío y rozó mi boca con sus labios. Esa era la primera vez que yo experimentaba ese tipo de contacto.

—Niña, parece que no eres consciente de tu propio aspecto...

No fui capaz de moverme, ni siquiera cuando llevó una mano a mi nuca y me atrajo hacía sí. Delineó mis labios con los suyos, antes de besarme con una intensidad que me hizo contener el aliento, y por primera vez en mi vida, probé el sabor del whisky.

Nunca me había sentido más asustada y aturdida.

—A juzgar por esta adorable reacción, supongo que él nunca te tocó.

Sonrió maliciosamente contra mis labios, consciente de mi inexperiencia. Entonces vi refulgir un brillo peligroso en el negro de su mirada, pero antes de adivinar sus intenciones, me tomó por la cintura y me hizo caer sobre la cama.

En un parpadeo se colocó sobre mí y me tomó del rostro con una poderosa mano, arrancándome un jadeo.

—En ese caso, será un honor ser el primero, chica de humo.

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