Descargó la barra de metal contra mi cuerpo, y yo apenas alcancé a cubrirme con los brazos antes de sentir el golpe. Grité de dolor a la vez que escuchaba mi brazo izquierdo romperse.
Por milésima vez, deseé morir como mi hermana. Deseé que acabara conmigo rápido.
—¡Vamos, ponte de pie, m*****a mocosa!
Con sumo esfuerzo, intenté ponerme de rodillas, pero con un brazo roto y múltiples golpes, ya no tenía fuerzas para defenderme. Solo quería seguirla, a donde sea que ella e hubiese ido, quería ir tras ella.
—Por favor, ya... ya...
Él levantó de nuevo la barra y me amenazó con ella. Riéndose mientras yo temblaba a sus pies.
—¡Qué pequeña tan miedosa! Deberías agradecer seguir viva. ¡Yo te permito vivir! ¡Tu vida es mía!
Tensó los brazos y riendo a carcajadas, descargó la barra de nuevo. Yo cerré los ojos y me preparé para el golpe, para gritar y verlo disfrutar mi sufrimiento... Sin embargo, el golpe del metal contra mis costillas nunca llegó.
Solo escuché un disparo y, posteriormente, el hombre sobre mí lanzó un agonizante alarido. Abrí los ojos y miré con estupor como dejaba caer la barra, antes de arrodillarse y sujetar su pierna con las dos manos.
A pesar de dolor en mi brazo roto, me replegué contra la pared lo más que pude, llena de miedo. Él estaba a escasos centímetros de mí, apretaba los dientes y...
—¡Vaya, Fabian! —exclamó una voz masculina tan repentinamente que tuve un sobresalto—. Qué buen escondite encontraste.
Con la mirada desorbitada de miedo dirigí mis ojos hacía la voz, y lo vi allí de pie, cerca de la puerta de la casa. Era un hombre alto, vestido con ropa deportiva oscura, de largos cabellos negros que casi le rozaban unos anchos hombros.
—Se...señor... —gruñó mi amo con esfuerzo, sudando de dolor.
Y bajo ese negro cabello, unas espesas y marcadas cejas oscuras realzaban un par de ojos de brillante negro, tan oscuros como la noche; una murada tan asesina, a pesar del humor de su voz, que tragué saliva y me pegué más a la pared.
¿Quién era él? Jamás había visitado a mi amo.
—Señor, yo... yo no...
El hombre se llevó un largo dedo a los labios, y mi amo calló de golpe. Con un andar desenfadado comenzó a acercarse, sus largas piernas cubrieron la distancia entre él y nosotros en pocos pasos.
Al pasar por mi lado, me echó una vaga mirada de reojo. Chasqueó la lengua antes de arrodillarse frente a mi amo.
—Qué desastre has hecho estos últimos años —le dijo con voz decepcionada, mientras depositaba su arma en el piso, entre ambos—. Debiste ser más cuidadoso.
Mi amo apretaba los dientes, y su cara se volvía más roja conforme su sangre escapaba de su cuerpo y se esparcía por el suelo.
—No sabes el fastidio que ha supuesto tu asquerosa existencia en mi vida —agregó, de repente en tono afilado, peligroso—. Has sido un problema, Fabian.
En ese momento varios hombres armados hasta los dientes comenzaron a ingresar a la casa, yo contuve el aliento y me hice pequeña en ese rincón, asustada.
—Señor, no huía de usted. Le juro... —comenzó a suplicarle mi amo, pero al desconocido apenas le importó.
Con una peligrosa sonrisa lo tomó del grasiento cabello y empujó su robusto rostro hacía el piso, hizo mirar al suelo. Mi amo jadeó de dolor, pero no peleó, no intentó golpearlo como a mí.
¿Quién era él y por qué mi amo parecía temerle?
—Solo dime dónde está ella.
Mi amo tembló, su regordete rostro comenzó a sudar más.
—¿E-ella? Fue un accidente...
Grité cuando repentinamente el desconocido tiró de él y lo estampó de lleno en el piso. Mi amo aulló de dolor y comenzó a sangrar del labio y nariz.
—Explica a qué jodido accidente te refieres.
El desconocido ladeó ligeramente el rostro, y vi que era muy atractivo; tenía una mandíbula bien definida, unos labios ni tan delgados ni tan gruesos, y unos marcados pómulos afilados, además de una recta nariz que armonizaba con el resto de su aspecto.
Era atractivo, demasiado para que me agradará.
—Señor, ella...
El desconocido apretó los dientes y su oscura mirada refulgió de rabia.
—¡Dónde está Isabel!
Palidecí, mientras mi amo exclamaba llorando:
—¡Fue un accidente, señor! ¡Ella... ella resbaló...!
No alcanzó a terminar, en ese momento un hombre armado bajó y atrajo la atención del desconocido.
—Ella está arriba. Debería venir.
Él se levantó y después de mirar a mi amo con desprecio, tomó su arma del suelo y subió las escaleras de dos en dos. Durante el corto tiempo que estuvo arriba, yo cerré los ojos y lloré en silencio, sujetándome el brazo roto y encogiendo las piernas bajo el cuerpo.
Lo supe. Lo supe antes de escucharlo gritar con desesperación y dolor.
Cerca de mí, mi amo maldijo y lo escuché levantarse e intentar huir. Abrí los ojos justo a tiempo para ver como el desconocido bajaba y sin vacilar le disparaba en la otra pierna.
Mi amo cayó al suelo gritando y retorciéndose de agonía, sujetándose la pierna. Pero sin importarle nada, el desconocido se acercó a él y lo pateó en la cara. Escuché la fractura de su nariz seguida de un agónico aullido.
Todos los vellos de mi cuerpo se erizaron y mi corazón comenzó a latir rápido, nunca me sentí más asustada que en ese momento.
—¡¿Qué demonios le hiciste?!
Ante la repentina ira del desconocido, solo pude contener el aliento e intentar no llorar. Intenté no ver como estampaba su bota en la cara de mi abusivo amo una y otra vez, como el piso de madera se teñía de rojo, como mi propio dolor se intensificaba.
—¡Por favor... deténgase! —le rogaba el hombre en el suelo—. ¡Fue un accidente! ¡Perdóneme! ¡Ella... ella...!
Pero sin escucharlo, el desconocido siguió golpeándolo, haciéndolo gritar... Hasta que su agresiva mirada cayó de nuevo en mí; en mí apoyada en un remoto rincón, abrazando mi brazo roto y cubriéndome la boca con una mano mientras lloraba y temblaba en silencio.
Sus ataques se detuvieron mientras una especie de doloroso entendimiento cruzaba sus facciones.
—Fue por esta niña, ¿no es así? —inquirió con una exhalación.
Con un ojo inflamado, mi amo me miró, y de inmediato asintió.
—Sí, sí, sí. Esta mocosa la asesi...
—Por ella la mataste —lo cortó él con una contenida voz asesina.
Mi amo negó una y otra vez, tan aterrado como yo.
—No, señor, no fue así. Esta chiquilla...
—La defendió de ti, por eso la mataste.
En la mano que sostenía el arma, sus tendones y venas se marcaron cuando apretó el puño, mirándome con sus oscuros ojos llenos de una violenta ira. Volví a cerrar los ojos y me preparé para que me disparará. En realidad, una parte de mi lo deseó. Si yo moría, me encontraría con Isabel, la volvería a ver.
Pero nunca me mató, en ese instante, la voz de mi amo resonó suplicante por toda la casa.
—¿Le gusta? Se la entregó. Puede tenerla. Sé que no es igual a la otra, pero puede servirle...
A media frase, escuché el estallido del disparo ensordecer mis tímpanos, y mi amo dejó de hablar. Con la palma de la mano contra mi boca y los ojos fuertemente cerrados, contuve un grito e intenté desaparecer en ese rincón.
Él estaba muerto, lo supe sin tener que ver su cuerpo. El hombre violento y cruel a quien le había pertenecido mi vida durante varios años, al fin ya nunca intentaría tocarme o lastimarme. Ya nunca tendría que huir de él mientras Isabel le suplicaba dejarme en paz una vez más... solo una vez más.
—Vamos, niña, levántate. Vendrás conmigo.
Bajo la insensible mirada de ese desconocido, me pregunté sí mi vida acababa o empezaba allí. Yo había nacido a principios del siglo 20, pero no había tenido la oportunidad de vivir realmente, y me pregunté sí a mis 19 años al fin saldría de allí para ser libre o para vivir otra reclusión.
—Dulce, ¿te gustaría estudiar? Miré a quien consideraba más que mi hermana, y de inmediato asentí con entusiasmo. —¡Sí, sí quiero! Me encantaría poder hacerlo. Ella me sonrió, y vi en sus ojos ese brillo que rara vez me mostraba. Ese día también parecía feliz, aun cuando estaba por visitar al amo en su habitación. —Bien, porque yo te enviaré a la escuela —declaró y yo me emocioné tanto que salté de la cama y me abracé a su delgada cintura. Era tan esbelta que mis manos la rodearon por completo. —¿En verdad, Isa? ¿Tú puedes hacer hago así? Con ternura, me acarició la cabeza antes de volver la mirada al espejo frente a ella y seguir peinando su largo cabello castaño. Isa era admirable, hermosa, inteligente, y mucho más madura que yo. Mientras yo tenía apenas 15 años, ella ya había cumplido 25. —Claro que puedo hacerlo. Cuando nos marchemos de aquí, haré todo eso para mí hermanita. Abrazada a ella, alcé la cabeza y apoyé el mentón en su hombro. Le sonreí. —Gracias. E
La miré con lágrimas en los ojos. Me dolía mucho el brazo, y no tenía fuerzas para zafarme de su agarre. —Por... por favor... —¿Dulce? Te llamas Dulce, ¿verdad? Asentí repetidas veces. —Qué nombre tan lindo y adorable, tan acorde a ti. Eres bonita bajo esos golpes, sin duda a los clientes les gustaras. Temblé y ella me sonrió con extrema dulzura. —¿Qué edad tienes, Dulce? Debes ser muy joven, pareces una chiquilla. —Tengo.... 19 años... Sentí unas lágrimas rodar por mis mejillas. Y al ver esos ojos grises sin compasión, supe que yo no era libre, todo lo contrario. Mi destino sería peor que lo que acababa de dejar atrás. —Bien, Dulce, te diré qué haces aquí y qué es este sitio. Estás aquí por qué ya no le servirás a Fabian, él esta muerto. Ahora eres propiedad de Odisea. Ella pareció ver lo poco que yo entendía de todo eso, ya que agregó con orgullo: —Odisea es un prestigioso y exclusivo burdel —declaró complacida—. Y tú serás una chica de humo. Tu trabajo será servir
Por orden expresa del Fundador, me quedé resguardada en esa habitación por días, siendo vigilada día y noche por un fornido hombre en la puerta. Solo después de dos días sin comunicación con el exterior, una chica poco mayor que yo entró una mañana. A pesar de dolor de mi brazo, rápidamente salté de la cama y me refugié en el rincón opuesto a la puerta, lo más lejos posible de ella. Al verme tan a la defensiva, ella meneó la cabeza y sonrió. Era bonita, de cabello claro y esbelto cuerpo; me recordó a Isabel. —Tú debes de ser Dulce, ¿o me equivoco? —preguntó con suavidad, acercándose a mí con cuidado. Sin saber qué pensar de ella, asentí. Pero me mantuve en el rincón. —Genial, porque el Fundador me envió para revisar tu brazo —me mostró una pequeña caja que traía consigo. Con algo de estupor, bajé la mirada a mi brazo. El yeso aun picaba, y no sabía si había mejorado o no. Así que, aun desconfiando de ella, dejé mi rincón y volví a la cama. Me senté en el borde mientras la
Mantenía las manos en puños sobre las rodillas, siempre mirando al suelo, esperando con ansías a que mi padre se levantará y volviéramos a casa. Pero ese día, eso no pasó. Mi padre lanzó una maldición y arrojó sus cartas sobre la mesa, furioso. —¡Maldita sea! El hombre con quién jugaba era maduro, alto y robusto, con una barba amplia y unos ojos maliciosos. No me gustaba. —Vaya, amigo. Lo que te hace falta, es subir las apuestas. Con cantidades así, nunca ganaras. Mi padre chasqueó la lengua y dijo. —Lo sé, lo sé... —A iniciado un nuevo siglo, la era del glamour, el dinero, el cine, las artes... Las mujeres —sentí sus ojos lascivos en mí—... Deberías apostar algo más valioso. Mi padre lo miró. —¿Más valioso que el dinero? —Si, mucho más. Sentí sus ojos posarse en mí, yo mantuve la vista abajo, ansiosa por irme de aquel sombrío lugar. —Es más, ya que deseas ampliar tus horizontes en este mundo, yo puedo ayudarte. La epoca de oro te puede traer una fortuna mayor.
Después de esa última vez, no lo volví a ver. No me buscó ni una vez, y yo lo agradecí en verdad. Porque, aunque esa noche no me había tocado, temía que el cualquier momento lo hiciera. Y yo no estaba lista para eso. No quería ser utilizada así. Aunque no pudiera dejar Odisea, no quería ser una prostituta. Y mucho menos de un hombre como él. Pero una semana después de que un médico viniera a quitarme el yeso del brazo, Susan entró a mí habitación con una gran bolsa. La miré con curiosidad. —El Fundador me ha ordenado que te arreglé. Me senté en la cama, mirando como ella sacaba un enorme y largo vestido rojo de la bolsa. Al verlo, comencé a temer lo peor. Quizás él iba a desquitarse conmigo por lo de esa última noche. Trague fuerte. —¿Para qué? —inquirí con creciente miedo. Susan negó. —No puedo decírtelo, lo siento. Solo sé que debes obedecer. Con algo de renuencia, dejé que me metiera en una gran tina y me lavara el cabello. Y con miedo le permití ponerme el vest
Esa misma noche, después de concluir la subasta, fui arrastrada hasta una pequeña habitación. Donde una chica me sacó el vestido con rapidez, para después pasarme un extraño conjunto de encaje. Miré los diminutos trozos de tela en mis manos. Luego alcé la mirada. —¿Qué...? Ella me colocó un bata negra encima, y con un gesto impaciente, abrió la puerta. —Póntelo. El comprador te espera. Apresúrate o te arrepentirás. Cuando salió, yo me senté sobre una silla y miré el conjunto. Enrojecí. Era lencería erótica de encaje color rojo, o al menos, los tres pequeños trozos en mis manos lo parecían. —No... no puedo ponerme esto... El conjunto se trataba de un sujetador, un liguero y lo que parecía una diminuta tanga, todos casi trasparentes. Además, también incluía una especie de gargantilla que se conectaba al resto de las piezas a través de unos delgados tirantes negros. Suspiré, llena de vergüenza. No era capaz ni de imaginarme vestida con eso. —¡Apresúrate! Escondí la ca
¿Por qué me había comprado? ¿Por qué había gastado 15 millones de dólares en alguien como yo? Yo no era ni la mitad de atractiva que el resto de las chicas de Odisea, y a todas ellas les complacía servirle al Fundador. Pero yo... Yo apreté los labios cuando él me hizo girarme sobre el estómago y con una gran mano me presionó contra la cama, obligándome a colocarme en 4 patas. Jadeé sujetándome con las uñas a las sábanas rojas. —No... no me haga esto —le supliqué desesperada—. Por favor... Sin escucharme, él se inclinó sobre mi espalda y me tomó del cabello con una sola mano. Me obligó a erguir la cabeza. Entonces, todo el aire abandonó mis pulmones en una lenta exhalación. —¿Esperabas privacidad? —inquirió el señor Riva con burla. En ese momento, por primera vez en la noche, fui consciente de lo que era Odisea. Pues frente a mí, había un enorme y lujoso espejo que sustituía la cabecera de la cama. De la peor manera, me di cuenta de lo que significaba ser una chica de humo, y
Abracé a Susan por segunda vez esa mañana, como si abrazarla impidiera todo lo que iba a ocurrir conmigo de allí en adelante. —Te visitaré, sí el Señor lo permite. Si eso era un consuelo, no me hizo sentir mejor. Esos eran mis últimos minutos en Odisea, los últimos instantes que pasaba bajo la protección del burdel. —Te echaré de menos, Su —le dije hablando contra su hombro—. No quisiera irme. No quiero... Ella me palmeó la espalda. —¿Hay algo que pueda hacer por ti, Dulce? Cualquier cosa que necesites, lo que sea. Te ayudaré. Sonreí un poco. ¿Yo? ¿Qué podría necesitar alguien como yo? No tenía nada, ni nadie, estaba sola. Mi única amiga había muerto, y mi vida ya ni siquiera era mía. En realidad, nunca había tenido una vida propia. —Gracias, pero... —Piénsalo bien. Debe haber algo. Pero yo negué y me separé de ella sorbiendo por la nariz. No había nada que necesitara, porque ya no deseaba nada, me había resignado. Susan lo entendió y sin insistir, me llevó por los pasillos r