—¡¿Por qué no nos dijeron desde un inicio que tendríamos que quedarnos aquí?! —reclamaba Magnus.Nada más entraron a la habitación donde pasarían la noche se quedó parado junto a la puerta, sin avanzar, sin moverse salvo para quejarse.—Habría traído mis sábanas, mi pijama, mi esponja para el baño, mi shampoo, mi jabón, mi toalla. ¡El cepillo de dientes! —Se aflojó la corbata.—A mí me preocupa que haya una sola cama —dijo Bea.Magnus la miró con horror.—Quédatela, yo no voy a moverme de aquí.—¿Y vas a dormir de pie, como los pájaros?Él no contestó, sólo se cruzó de brazos.Sentada en la cama, Bea se quitó los tacones, tan enormes e incómodos, ella era más de zapatillas. Magnus la vio dejar los zapatos junto al velador y luego pisar el mismo suelo con los pies descalzos. El suelo con la mugre que sus zapatos habían traído del exterior. Y caminó como si nada hasta el baño y luego alrededor de la cama, esparciendo la inmundicia por todas partes. Quiso gritar y salir corriendo.Se cu
Leer más