El operario del terminal guardó la maleta de Beatriz en el compartimiento lateral del bus. Ella miró una vez más el andén, como esperando ver a alguien que hubiera ido a despedirla. Había querido ir sola, así sería más fácil. No entendía la opresión que sentía en el pecho. No echar raíces era la historia de su vida, irse de un lugar era para ella como cambiarse de ropa. Tal vez, por un instante tan breve como el aleteo de una mariposa, pensó que ahora sería diferente.Ni modo, tenía mucho que hacer todavía para reconstruir su vida de las cenizas a la que se habían reducido sus sueños.Estaba abordando el bus cuando alguien la llamó.—¡Beatriz! ¡No te vayas!Una hora antes.—¡¿Cómo que Lucía no puede ser la esposa de Magnus? —preguntó Agustina—. Ellos son el uno para el otro, se aman y están ansiosos por formalizar su relación cuanto antes.Lucía asintió repetidas veces. Magnus ni respiraba, debía estar en shock.—Es imposible —dijo el abogado. Guardó su notebook con rapidez—. Su tarje
Bea llegó a la última hoja del contrato prenupcial que había firmado unas horas atrás y suspiró. El documento hablaba sobre temas económicos y cómo, de casarse con Magnus, no tendría más derechos sobre el patrimonio Grandón del que tenía ahora. Nada de eso le importaba. Sólo por firmar, Magnus le había dado un adelanto de su paga y la jugosa suma hacía ver muy bonita su cuenta bancaria. Destinaría parte de la suma a pagar una cuota de la deuda con su ex jefe, otra para mantenerse y ahorraría el resto. En cuanto todo acabara y se divorciara, retomaría sus estudios.Se durmió pensando en lo bella que volvería a ser su vida cuando el trabajo terminara.Justo debajo de la habitación de Bea, en el segundo piso, Agustina, Ale y Lucía urdían la nueva fase de su plan para quedarse con la fortuna Grandón y en la que cada uno de ellos tendría un objetivo bien definido.Fue a la hora del almuerzo cuando todos volvieron a estar reunidos en la mesa, ya que en la mañana Magnus había desayunado en s
—¡¿Por qué no nos dijeron desde un inicio que tendríamos que quedarnos aquí?! —reclamaba Magnus.Nada más entraron a la habitación donde pasarían la noche se quedó parado junto a la puerta, sin avanzar, sin moverse salvo para quejarse.—Habría traído mis sábanas, mi pijama, mi esponja para el baño, mi shampoo, mi jabón, mi toalla. ¡El cepillo de dientes! —Se aflojó la corbata.—A mí me preocupa que haya una sola cama —dijo Bea.Magnus la miró con horror.—Quédatela, yo no voy a moverme de aquí.—¿Y vas a dormir de pie, como los pájaros?Él no contestó, sólo se cruzó de brazos.Sentada en la cama, Bea se quitó los tacones, tan enormes e incómodos, ella era más de zapatillas. Magnus la vio dejar los zapatos junto al velador y luego pisar el mismo suelo con los pies descalzos. El suelo con la mugre que sus zapatos habían traído del exterior. Y caminó como si nada hasta el baño y luego alrededor de la cama, esparciendo la inmundicia por todas partes. Quiso gritar y salir corriendo.Se cu
—Bea, ¿cómo estás? Pasar tanto tiempo con Magnus debe ser agotador —dijo Ale.La había llamado por teléfono.—Algo así, no me lo tomo muy en serio. Hmm... qué rico.—¡¿Qué estás haciendo?!—Me están dando un masaje maravilloso. Ojalá y estuvieras aquí.Silencio.Bea se sobresaltó. Tan relajada estaba que las palabras se le escapaban sin pasar por el filtro mental de la vergüenza.—También me gustaría estar ahí —confesó Ale.—¡¿En serio?!Los dinosaurios. ¡Los dinosaurios!—Claro, ¿a quién no le gustan los masajes? Ya sé ¡A Magnus! Los dinosaurios se extinguieron. Ale reía jocosamente, pero a ella no le daba risa. Magnus se perdía de muchos placeres de la vida.Él seguía en su habitación. Había vencido su fobia para ir a orinar justo antes de hacerse encima. Estaba todo sudado por el esfuerzo y las tripas le sonaban.El teléfono vibró y se alejó de un brinco. No quería más instrucciones desde el infierno enviadas por su abuelo. El aparato siguió vibrando, era una llamada. Número desco
Luego de comer, darse un baño y ponerse ropas limpias, el humor de Magnus estuvo mucho mejor.Él y Bea esperaban en la habitación por las siguientes instrucciones.—Si te gusta Lucía, deberías casarte con ella —dijo Bea de pronto.La escena que acababa de presenciar la tenía con las ideas revueltas. Ella necesitaba el dinero que le pagaba Magnus, pero el amor era el amor, una fuerza invencible.—Ella no me gusta.—La estabas acariciando, a ella y a sus bacterias.—No tengo que darte explicaciones de mis actos. —Y no te las estoy pidiendo, sólo quiero lo mejor para todos. Si ella te gusta no quiero ser un estorbo.—Creí que me gustaba hasta que vi sus uñas repugnantes. —Se sacudió en un escalofrío.—¿Estaban sucias? —preguntó Bea, mirando disimuladamente las suyas, cortas y limpias.—Eran enormes, podría arrancarme los ojos con ellas. —Entiendo, las uñas largas son un problema. Siempre me he preguntado cómo se lavan el trasero las mujeres con esas uñas largas.Magnus se levantó, fue
A la llegada del auto de Magnus y Bea, los habitantes de la casona se apresuraron a ir a esperarlos a la entrada.La pareja de prometidos, que había estado tres días y sus respectivas noches fuera, llegaba como si de una luna de miel se tratara, sonrientes y muy animados.—¡Familia, buenos días! —los saludó Magnus—. Realmente los extrañé. Mi novia y yo nos divertimos mucho y estoy agotado. Nos vemos a la hora de almuerzo.El hombre, que tenía un parche en la cabeza, cruzó el umbral con sus zapatos, sin detenerse a ponerse las pantuflas. Siguió con ellos hasta la escalera y más allá. Y no llevaba los guantes puestos.—¿Y a este qué le pasó? —se preguntó Ale.—Es la magia del amor —supuso Elena, aplaudiendo.—Yo también estoy agotada, quiero dormir un año. —Bea anduvo hasta la cocina.Irene le preparó un té.—Cuéntamelo todo. ¿Qué le hiciste a Magnus? Se veía tan feliz y relajado, si hasta parecía que flotaba —dijo Elena.—¿No me digas que entre tú y el joven Magnus pasó algo? —pregunt
Agustina, Ale y Lucía avanzaban por los pasillos del hospital con la serena solemnidad de quien está de luto y se esfuerza por mantenerse estoico ante un dolor demoledor.La mujer, pilar de la familia desde la partida de su padre, se sentó junto a su hermana menor y la abrazó.—Elena querida, hay que ser fuertes. Todavía nos tenemos para apoyarnos.—Lo sé, lo sé —dijo Elena—, somos una familia pequeña, pero unida.—Y cada vez más pequeña. ¡Maldición! —dijo Ale, apretando su puño.—¿Cuándo nos entregarán el cuerpo de Magnus? —preguntó Lucía, con su voz dulce e inocente.Por extraño que fuera, deseaba hacer unas oraciones en su nombre.—¿Qué cuerpo? —preguntó Bea—. Magnus no está muerto, sólo le dio diarrea.La mala noticia que el médico había tenido que darles era el costo que tendría la atención por todos los cuidados especiales que Magnus había exigido en su precaria e incómoda situación. Era un paciente complicado y, en un hospital pequeño de pueblo, los insumos no abundaban. Sólo en
Magnus, envuelto en una manta, se acomodó en el asiento trasero del auto. Bea iba de copiloto, junto a Darío, el chofer. Luego de que Magnus recibiera el alta médica y se despedieran de la familia, partieron a la ciudad.Mientras tomara sus medicinas y siguiera las indicaciones del médico, Magnus mejoraría, aunque su expresión demacrada dijera lo contrario. Poco a poco se fue deslizando en el asiento y acabó acostado. Anhelaba estar en su cama, descansando en la seguridad de sus impecables sábanas.Se durmió pensando en las aves y en lo perfectas que debían ser sus vidas mientras estaban dentro de su cascarón. 〜✿〜Bea terminó de poner las sábanas de Magnus en la cama, sus fundas en las almohadas y él se acostó. Nuevamente estaban en la habitación de un hotel.—Yo dormiré en el sillón —dijo ella—. No quiero que me contagies tus bacterias.Magnus le sonrió de mala gana. Era una cínica desvergonzada de lo peor. —Quiero dormir, no hagas ruido —pidió él