—Las drogas son malas —dijo Bea—. El alcohol, la hierba, son igual de malas.—Así es —dijo Magnus—. Nadie debería consumirlas para atreverse a hacer lo que no puede.Se habían besado en la piscina, si es que a lo que habían hecho podía llamársele beso. Tal vez no debió ella cerrar los ojos y dejarle la responsabilidad a Magnus, tal vez si hubiera sabido de la prácticamente nula experiencia del hombre en temas amorosos podría haber tomado la iniciativa y hacerlo mejor.Se habían dado un hocicazo. Magnus se acercó con mucho ímpetu, ella estaba pegada al borde de la piscina, chocaron los dientes, las narices, fue espantoso.Bea, acostada en el sillón, se acomodó la bolsa de hielo. Magnus usaba una igual. Tenían los labios hinchados, adoloridos y, cuando se les pasaran los efectos de los estupefacientes, también estarían avergonzados. Eso ocurrió a la mañana siguiente. Magnus estaba duchándose cuando Bea se despertó. En la soledad de la habitación ella tuvo tiempo de reflexionar. ¿Acaso
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