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Todos los capítulos de Hasta que tus fobias nos separen: Capítulo 21 - Capítulo 30
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XX El gran día
Vestido con el elegante traje de novio que le habían dado y completando el atuendo con sus guantes negros, Magnus entró al salón y avanzó por la alfombra roja que lo llevaría al altar.Los arreglos florales y sus esencias inundaban el lugar y se le revolvió el estómago. A flores olían los funerales, así era en la familia Grandón, así estaba en sus memorias. Y este evento sería el anticipo del funeral de Magnus.—Se supone que yo debía llegar primero —le reclamó a Bea.Esperando frente a la mesa, la mujer se había esmerado bastante en lucir impecable. Parecía un ser humano decente, limpio e inmaculado entre tantos velos blancos.—Da igual. Quiero que esta farsa acabe pronto —dijo Bea.Además de ellos, los únicos en el salón eran la jueza, el abogado y un tipo en el rincón encargado de la música.La jueza los saludó y dio inicio a la ceremonia.—El matrimonio, como institución, es la base de la sociedad civilizada. En su seno confluyen tanto las responsabilidades de fundar una familia c
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XXI Condena
Ale se removió en la cama. Estiró el brazo para alcanzar su teléfono.—¡No puede ser! Son las ocho y media. Le dije a Bea que iría por ella a las seis.—Dile que estuviste haciendo mucho ejercicio y que te quedaste dormido —sugirió Lucía—. Es la verdad después de todo. Ale la llamó. Bea no contestó.—Tal vez se enfadó. Ya es tarde, mañana intentaré hablar con ella. —Se acomodó junto a Lucía para seguir durmiendo.—Intenta dándole chocolates y de paso compras unos para mí también.—Eso haré, preciosa. Mañana el compromiso de Bea y Magnus se acabará y será tu turno de brillar. 〜✿〜Bea se despertó a las tres de la tarde. Todavía llevaba el vestido de novia puesto.No hubo rastros de Magnus hasta que llegó minutos después. Vestía traje y corbata.—Por favor, date un baño y cámbiate. Este lugar apesta a champagne y encierro.Abrió las ventanas. Bea seguía sentada en la cama, algo aturdida.—¡¿Te vomitaste encima?!Ella tenía el vestido sucio a la
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XXII Conversaciones nocturnas
—Ya son las diez, apaga la luz.Bea obedeció las palabras de Magnus desde el sofá cama que le había conseguido al otro extremo de la habitación. Incluso el hombre había instalado un biombo en el medio, para no tener que verla.Bea cerró los ojos. No estaba acostumbrada a dormirse tan temprano, mucho menos con tantas ideas en su cabeza y la sensación de los labios de Ale todavía sobre los suyos. Vaya beso le había dado, jamás la habían besado con tanta pasión y maestría. El hombre era un experto, que hasta había logrado revivir a los dinosaurios con su talentosa boca.Y Bea era fanática del cine, había visto todas las películas de Jurassic park y sabía perfectamente lo que ocurría cuando alguien revivía a los dinosaurios.—¿Magnus? ¿Magnus, estás despierto?—Sí.—¿Estabas despierto o te desperté?—Da igual, ¿qué quieres?—No puedo dormir.—¿Y por qué me lo dices? ¿Qué esperas que haga?—No acostumbro a ir tan temprano a la cama y no tengo sueño. ¿Puedo abrir la ventana? Tal vez el aire
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XXIII Sus verdaderas caras
—¿Debería usar la corbata azul o la gris? —preguntó Ale.—La gris —dijo Lucía—. Me recuerda a esa película que vimos hace tiempo. —¿La de los mafiosos?—¡No! La del tipo que ataba a la chica con la corbata. Yo también quiero jugar a eso, Ale.—Tal vez después de la cena, cuando celebremos mi nombramiento como CEO de empresas Grandón.Lucía lo abrazó y giraron, brincando entre risitas.—Era de esperarse de alguien como el abuelo, martiriza a Magnus y a mí me premia. Te conté que para una navidad, a Magnus le llenó la ropa de polvo picapica mientras la mía la llenaba de billetes. Billetes gordos en cada bolsillo, fue maravilloso.—Pobrecillo Magnus.—Tiene muchas historias divertidas para contarle a sus nietos, si es que algún día logra tener hijos. ¿Crees que así me veo como un CEO? —preguntó, arqueando una ceja.—Te ves como un actor de cine.—¿Uno que interpreta a un hombre joven, guapo y millonario, que tiene todo lo que quiere?—Tú siempre te has visto así, Ale, por eso empecé a s
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XXIV Cuidado con los tiburones
Descubierta en su desdicha, el llanto de Bea se volvió más intenso. Magnus no supo qué decirle, sospechaba que ya había hablado lo suficiente. La envolvió bien en su chaqueta y la aferró. No era un abrazo, él intentaba llevársela antes de que alguien más la viera y le preguntara el porqué de su llanto. No quería dar explicaciones. Bea se le refugió en el pecho y tuvo escalofríos. El reflejo natural de su cuerpo era apartar a cualquiera que se acercara tanto y ella no era la excepción. Se aseguró de que la chaqueta le sirviera de barrera y le dejó las manos dentro de ella, así no lo tocaría. Ni intento hizo Bea de moverse, sólo le apoyó la cabeza en el pecho.Temblaba igual que en la cabaña, pero esta vez no era de frío. De todos modos, Magnus la abrazó como si su vida dependiera de ello, tal como entonces.—Vámonos de aquí —le susurró, encaminándose a los estacionamientos.En el auto ella no se apartó de él. Poco a poco el llanto fue menguando en el acogedor espacio y Bea incluso se
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XXV Magnus empoderado
—Las drogas son malas —dijo Bea—. El alcohol, la hierba, son igual de malas.—Así es —dijo Magnus—. Nadie debería consumirlas para atreverse a hacer lo que no puede.Se habían besado en la piscina, si es que a lo que habían hecho podía llamársele beso. Tal vez no debió ella cerrar los ojos y dejarle la responsabilidad a Magnus, tal vez si hubiera sabido de la prácticamente nula experiencia del hombre en temas amorosos podría haber tomado la iniciativa y hacerlo mejor.Se habían dado un hocicazo. Magnus se acercó con mucho ímpetu, ella estaba pegada al borde de la piscina, chocaron los dientes, las narices, fue espantoso.Bea, acostada en el sillón, se acomodó la bolsa de hielo. Magnus usaba una igual. Tenían los labios hinchados, adoloridos y, cuando se les pasaran los efectos de los estupefacientes, también estarían avergonzados. Eso ocurrió a la mañana siguiente. Magnus estaba duchándose cuando Bea se despertó. En la soledad de la habitación ella tuvo tiempo de reflexionar. ¿Acaso
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XXVI Mala influencia
"Te necesito", le había dicho Magnus. Era la segunda vez que un Grandón le decía aquello. La primera vez fue Ale para pedirle que se casara con Magnus, una decepción que se sintió como una patada en el vientre.Ella no estaba enamorada de Magnus, por muy cómoda que se sintiera entre sus brazos, por muy guapo que le pareciera a la luz de la luna, por muy rico que fuera el bamboleo del agua, que la llevaba a pegarse a su cuerpo a intervalos regulares, por muchas ganas que tuviera de besarlo como correspondía, sin hocicazos. No, no estaba enamorada. Todavía.Esta vez iba a mantener la cabeza fría, sí señor. No iba a ilusionarse tan fácilmente.—¿Me necesitas?—Sí —jadeó él, viéndola como un náufrago a la tierra firme, como un hambriento a una mesa llena de comida, como un ratón a un oloroso trozo de queso.¿Cómo evitar ilusionarse ante esa mirada?Bea tragó saliva. Magnus la imitó y suspiró. ¡Vaya suspiro! De pronto la hizo desear oírlo gemir. ¿Se oiría tan agradable? ¿Tan irresistible?
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XXVII Perdidos en la jungla
La acrofobia, el miedo a las alturas, no estaba entre la lista de las fobias de Magnus. Y mientras más lejos del suelo, más lejos estaba también de las bacterias, virus, hongos y protozoos patógenos que tanto le preocupaban. Descubrió que, en las alturas, hasta más liviano se sentía.—Es una vista hermosa, ¿no lo crees? —dijo Bea, con el cabello al viento.—Sí —respondió Magnus. No miraba él los montes que sobrevolaban, ni el mar a lo lejos. No miraba el cielo en todo su esplendor o la bandada de patos que pasó cerca de ellos, él miraba a Bea.—¡Un niño nos está saludando! —Ella sacudió la mano—. Salúdalo, Magnus.Él no vio nada, pero igual saludó.El hombre que los llevaba les explicó el funcionamiento del globo y les enseñ&
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XXVIII El mejor lugar
Montar la tienda no fue problema, Bea lo hizo en un abrir y cerrar de ojos. El problema sería compartirla, con lo pequeña que era.—Yo no voy a dormir afuera, Magnus.—Tampoco vas a dormir adentro sin darte un baño. Nadie va a ir a dormir sin darse un baño. Caminamos todo el día y estamos sudados. Mi piel se irrita con el sudor, ya empiezo a tener comezón.Bea miró a su alrededor. El río no era muy profundo, pero más arriba había una fosa donde el agua se acumulaba hasta rebalsar y caer un una pequeña cascada.—No voy a meterme ahí, puede haber sanguijuelas.—Es el sudor o las sanguijuelas, Magnus. No se lo puede tener todo en la vida. Magnus inhaló profundamente y exhaló con lentitud. Repitió la maniobra. Bea veía en él un volcán a punto de hacer erupción.—Ya sé —dijo ella—. La carpa será del que se bañe.Se quitó la ropa frente a un aturdido Magnus y se lanzó al agua sólo en lencería.—¿Vas a dormir a la intemperie con los mosquitos y las serpientes, Magnus? —le dijo Bea, juguetea
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XXIX La miel que se amarga
La luna de miel llegó a su fin y los flamantes novios regresaron a la casona en las montañas. —Cuéntanoslo todo, Bea. ¿Fue muy difícil lidiar con Magnus? —preguntó Elena.—Logramos entendernos. ¿Cómo han estado ustedes?—Pero dinos qué hicieron, a dónde fueron ¿Durmieron juntos? —insistió la mujer.—Hicimos muchas cosas. Estoy hambrienta, necesito algo de comida casera.Bea se dispuso a comer. Con la boca llena no hablaría de más, así que tragó y tragó en medio del interrogatorio de Elena y su madre. A veces respondía con algún balbuceo inentendible.—Pero él y tú se llevan mejor ¿o no? —preguntó Irene.—Claro. Somos... somos algo así como amigos.—¡Eso es maravilloso! Magnus no tiene ningún amigo. Ya no estará solo en su cumpleaños —celebró Elena.—Genial. Creo que comí mucho, tengo que ir al baño, nos vemos.Bea huyó de la cocina y de cualquiera que quisiera sacarle información. Agustina, Ale y Lucía no estaban. La casa se sentía muy vacía y silenciosa.Al entrar a la habitación, M
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