Sara corría por la avenida. El autobús se había retrasado y llegaría tarde a una importante conferencia de un reconocido experto en comportamiento criminal en la academia. Si se la perdía, no descubriría cómo pensaban los psicópatas. Y no sabría reconocer a uno en cuanto lo viera.—¡Espera! —la llamó un chico—. Creo que se te cayó esto.El hombre, sonriente bajo un alocado cabello rubio, le extendió su billetera.—¡Gracias! —exclamó ella, sorprendida por su grata muestra de honestidad.En la billetera no sólo tenía su dinero, sino también la credencial para entrar a la academia. —No es nada, parece que tienes prisa. Soy nuevo en la ciudad, pero por lo que veo, todos la tienen. Les hacen falta relojes.Sin estar muy segura de la razón, Sara sonrió. Los ojos claros del hombre eran muy agradables de mirar y no quería dejar de hacerlo, así que allí se quedó.—Me llamo Jay —dijo él—. Iba saliendo de la tienda cuando vi que se te cayó la billetera. Mi auto está aquí cerca, podría llevarte.
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