—He leído los informes de los especialistas. Vas bastante bien, Sara —dijo Alexander Schulz, sentado frente a ella en la mesa de la biblioteca de Misael.Tal como Sara le había solicitado a Amanda Fernández, el hombre aceptó ir a visitarla.—No he sentido algo así como la "influencia maligna" de Jay, lo único que me agobia es todo lo que he perdido por su causa, mi trabajo, por ejemplo. Igual que usted, decidí dedicar mi vida a servir al país y a su gente. Quiero recuperar eso.—Me alegra oírte hablar así, pero no basta con que lo desees.—Lo tengo bastante claro. El médico dijo que podía intentar dejar de tomar mis supresores. Si llegado mi celo, no corro a los brazos de Jay, significaría que el vínculo de la marca se ha debilitado.—Eso se oye repugnante.Y la forma en que él decía repugnante también lo era. Aunque en sus ojos no hubiera una pizca de desprecio, Sara lo sentía. Sentía que eran diferentes y que ella caminaba por el borde de un abismo. —He pensado mucho y hay un modo
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