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Todos los capítulos de A la caza del lobo: Capítulo 41 - Capítulo 50
78 chapters
XLI Regreso
Un día le faltaba a Max para que terminara su "descanso". Tras lo ocurrido con Iván Reyes, le habían dado unos días para que se relajara y así evitar que se levantara el polvo. La historia que él y el jefe habían contado era simple y nadie podría contradecirla: luego de que Reyes los contactara, lo habían convencido de entregarse. Max lo acompañaría. Así quedaban limpios de la infamia del prófugo que pasó sus últimos minutos de agonía en el jardín.Leyó una vez más el informe que había conseguido sobre el perfume de sándalo. Era concluyente. La formulación estaba destinada a suprimir feromonas y neutralizar aromas corporales. En términos simples, era un perfume para convertirte en fantasma.¿Era Jay Castañeda el fantasma?Con un marcador trazó una equis sobre la fotografía de Iván Reyes en el muro de su sótano. Él y su supuesta víctima estaban conectados con Misael Overon, el magnate con Rojas y ella con Jay. Ahí se cerraba el círculo. Sin embargo, todavía tenía al menos tres homicidi
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XLII Posesión
Max se bebió su café deseando que fuera un Vodka bien fuerte, que se sintiera como un electrochoque en medio de sus aturdidos sesos. Sara le había relatado con lujo de detalles su plan de liberación y el inesperado desenlace, confiando en su hermética discreción.—No creas que te juzgo, Rojas, pero luces bastante bien para prácticamente haber visto morir al que fue tu novio por tres años. —Me duele lo que le ocurrió, pero fue el camino que Jay eligió. Yo intenté salvarlo a pesar de todo.—Fue bastante conveniente que muriera, igual que Iván Reyes.—Esta vez no fueron los militares, sino él. Jay trabajaba en diseño y construcción. Sabía usar explosivos para demoler edificios. Atentó contra Misael, le hizo explotar el auto.Una señal de alerta brilló en los ojos de Max. —No. No te atrevas a pensar algo así —dijo Sara, evidenciando una potente habilidad telepática—. Vi a Jay a los ojos cuando dijo que haría volar la casa. Lo hizo a plena conciencia, nadie lo presionó. Imagino que no pu
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XLIII Expectativas
Los ojos de Sara se abrieron a la claridad de la mañana y lo primero que vio fue a Misael, acostado a su lado, piel con piel.—¿Estamos en tu cama o en la mía? —preguntó ella.—En la mía.—Entonces tal vez sí estaba un poco ebria. No recuerdo haber venido.—Llegaste de madrugada y prácticamente me violaste. Ni siquiera te importó cuánto me resistiera. Sara sonrió.—Quiero que algo quede claro, Misael. No necesito tu permiso para salir a beber con mis compañeros si se me da la gana, ya no eres mi tutor legal. Soy una mujer independiente y no aceptaré tus escenas de crío berrinchudo.Estaba preparada mentalmente para ver la ira relucir en esos ojos oscuros y seguir firme en su postura. Había cosas que no se transaban ni siquiera por amor y una de ellas era su autonomía.—Lo lamento. Actué como un tonto, no volverá a pasar.Definitivamente lo que había ocurrido durante la noche debía haber estado muy bueno, pensó Sara. Misael la miraba como un cachorrito y sus palabras eran suaves y ate
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XLIV Celo
Muy temprano, Ingrid Muñoz salió de casa y saludó a su nuevo vecino, que regaba el pasto. Ya no estaba desempleada, así que no había tenido mucho tiempo para conocerlos. Era una pareja joven, sin hijos, como la anterior. Esperaba que no acabaran como la anterior. Al menos ya no tenía que recoger las hojas del árbol moribundo. La primavera había llegado y se había llenado de brotes. A tiempo había vendido Sara su casa y el resto de las plantas ya tenía quién las cuidara. La frescura de la estación se sentía en toda la ciudad. Entre medio de los gases de la combustión de los vehículos, las esencias de las flores se hacían espacio, un privilegio reservado para quienes gozaran naturalmente de mejor olfato. El polen del pasto era el aliento de la primavera, que exhalaban a raudales los parques y plazas. Le seguía la clorofila de los grandes árboles de hojas perennes, testigos de la estación pasada y sus horrores. Bajo la brillante luz del sol, todo parecía más brillante, más lleno de esp
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XLV Furia contenida
Un pensamiento intrusivo es aquel que llega a tu mente sin que lo llames y no se va por mucho que lo desees. Te taladra los sesos y allí se instala o va y viene, como el revolotear de una mosca. Sea como fuere, es indeseado y se apodera de tu sentir y tus acciones. Y la cabeza deja de pertenecerte. Así mismo le ocurría a Misael con su celo. El cuerpo ya no le pertenecía y estaba siendo devorado por un montón de hormigas.—Disculpen, tengo un asunto urgente que atender —dijo, despidiéndose de los líderes empresariales con los que se había reunido en el hotel.Acababa de egresar hacía poco de la universidad y ya tenía muy buenas conexiones, pero seguía sin tener el control sobre su vida y su destino. Esperaba que el celo no se presentara cuando más ocupado estaba, cuando necesitaba de toda su concentración para seguir escalando, pero cada intento por controlarlo había fracasado. Encerrado en su habitación, se enfocó en vaciar su cabeza de todos los pensamientos intrusivos que su celo l
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XLVI Respirar fuego
Misael terminó de revisar unos documentos, tecleó algunas correcciones y las envió a Clarisa. El silencio volvió a la oficina, sólo interrumpido por el tic tac de su reloj.El latido de un corazón agónico, así había descrito su sonido Sara. No era una idea nueva. Él debía haber tenido unos cinco años cuando, en una visita a la empresa de su padre, lo oyera por vez primera."¿Hay alguien viviendo en tu reloj?", le preguntó."Así es", le dijo su padre. "Una mujer malvada que fue castigada por sus crímenes".Desde ese momento, tuvo la idea fija de abrir la tapa y ver si dentro estaba su madre. En aquel entonces, él aún la añoraba. Y no la encontró dentro del reloj.Se reclinó en su asiento y cerró los ojos. Ese corazón que latía con el pasar de los minutos no era uno agónico, pero lo sería pronto. Era un corazón asediado por el miedo más absoluto e intenso que pudiera existir: el miedo a la muerte.Imaginaba que así se oiría el corazón de la bruja atada en la hoguera, sin ninguna posibi
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XLVII Déjà vu
—Eras una linda chica —dijo Max, sosteniendo una fotografía de Trinidad en la que se apreciaba el bello rostro que había tenido en vida.Trazó una línea desde la fotografía de Misael en su mural y la pegó allí.—Esto se pone cada vez peor, Rojas. La muerte ronda a tu magnate. ¿Será que el fantasma no está tan muerto como pensábamos? ¿Será que no era quien pensábamos?Al atardecer, el médico forense comprobó las sospechas que tenían. La causa de muerte había sido asfixia por estrangulación.—Hay varios huesos fracturados en el rostro, pero no hay señales de golpes contundentes —dijo el hombre.El cuerpo de Trinidad reposaba en la camilla metálica, con la Y en el torso desfigurando aún más su fisonomía.—¿Podría ser atribuible a una mordida? —preguntó Max.—La presión de una mordida explicaría las fracturas y concordarían con las marcas en su pecho —Señaló el que estaba desgarrado. Habían incisiones que bien podrían ser de colmillos—. El tamaño del hocico que tiene estos colmillos no es
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XLVIII Búsqueda
—¿Crees que fui yo, Sara? ¿Crees que yo lastimé a Trinidad? —preguntó Misael.Sara entró en la sala, oyendo el crepitar de las llamas. Se arrodilló frente a él y le apoyó la cabeza en una pierna.—Un mundo donde tú eres el villano es un lugar donde no valdría la pena vivir.La mano de Misael le acarició el cabello. Buscó sus ojos, necesitaba toda su atención.—Yo no lo hice, Sara. No quiero que haya ninguna duda al respecto. Haz lo que debas hacer, pero no dudes de mí.Sara asintió. Se sentó junto a él en el sillón.—¿Fue ella la que te rasguñó?—Yo le dije que se fuera, pero Trinidad regresó. Entró a mi despacho cuando me clavaba las uñas en el brazo. Estas marcas me las hice yo, Sara. Ella se asustó y trató de detenerme. Creo que puede haberme rasguñado en el forcejeo.—¿Qué pasó después?—Volví a pedirle que se fuera, le grité. Ella dijo que me ayudaría, dijo que lo entendía. Salió y volvió con un bolso. Trinidad estudiaba para ser veterinaria, fue ella la que me inyectó los tranqu
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XLIX Lobos malditos
Los lobos olían de manera similar a los perros. Sin embargo, su esencia era más primitiva y agreste, más cercana a la noche y la luna. Sara supo que se encontraría con lobos antes de verlos. Jamás había visto a uno en persona. Por instantes, no quiso mirarlos.Agustín, el encargado del refugio, la presentó con Marcos. El hombre, bastante alto, dejó la pala y el chuzo que cargaba. Se sacó los guantes de cabritilla y le estrechó la mano. Tenía una mirada aguda, suspicaz y expresión de desenfado. Era joven, no aparentaba más de treinta años. Su aroma nada le dijo, era eclipsado por el de los lobos en su totalidad. Lobos, carne, desperdicios, nada más que analizar.A su espalda estaban las jaulas. Unas casetas, cada una con pequeñas puertas traseras abatibles. En una había dos lobos pegados a la reja, como si quisieran oír la conversación. ¿Extrañarían a Trinidad? Tal vez debía darle una leída al capítulo del libro de etología que ella tenía en su habitación.—No puede ser... ¡¿Cuándo pa
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L El trato
Con la vista fija en la pantalla, el aire no entraba al cuerpo de Sara. El estómago se le había subido como si estuviera en un ascensor. Estuvo segura de que el piso se movía bajo sus pies.En cuanto sus ojos se posaron en el teléfono sobre el escritorio, Max se le interpuso. —No te atrevas, Rojas.—¡Esto es un error, Max! Misael no lo hizo. Trinidad salió de la casa y él estuvo conmigo. Estuvo todo el fin de semana conmigo, no lo hizo. Max tomó el teléfono de Sara y cerró la puerta.—Siéntate, Rojas. Respira, bébete el té y piensa como la detective que eres. Sara se dejó caer sobre la silla. Sus pensamientos se habían detenido. 〜✿〜—Este negocio marcará un precedente, Misael. Te lo aseguro.—Si es así, nos veremos bastante seguido.El nuevo socio de empresas K&R se despidió de Misael y dejó su oficina con una sonrisa de satisfacción.—Señor Overon, lo busca el detective Benítez —dijo Clarisa.—Haz que pase.Max le estrechó la mano. Misael lo inv
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