—Eras una linda chica —dijo Max, sosteniendo una fotografía de Trinidad en la que se apreciaba el bello rostro que había tenido en vida.Trazó una línea desde la fotografía de Misael en su mural y la pegó allí.—Esto se pone cada vez peor, Rojas. La muerte ronda a tu magnate. ¿Será que el fantasma no está tan muerto como pensábamos? ¿Será que no era quien pensábamos?Al atardecer, el médico forense comprobó las sospechas que tenían. La causa de muerte había sido asfixia por estrangulación.—Hay varios huesos fracturados en el rostro, pero no hay señales de golpes contundentes —dijo el hombre.El cuerpo de Trinidad reposaba en la camilla metálica, con la Y en el torso desfigurando aún más su fisonomía.—¿Podría ser atribuible a una mordida? —preguntó Max.—La presión de una mordida explicaría las fracturas y concordarían con las marcas en su pecho —Señaló el que estaba desgarrado. Habían incisiones que bien podrían ser de colmillos—. El tamaño del hocico que tiene estos colmillos no es
—¿Crees que fui yo, Sara? ¿Crees que yo lastimé a Trinidad? —preguntó Misael.Sara entró en la sala, oyendo el crepitar de las llamas. Se arrodilló frente a él y le apoyó la cabeza en una pierna.—Un mundo donde tú eres el villano es un lugar donde no valdría la pena vivir.La mano de Misael le acarició el cabello. Buscó sus ojos, necesitaba toda su atención.—Yo no lo hice, Sara. No quiero que haya ninguna duda al respecto. Haz lo que debas hacer, pero no dudes de mí.Sara asintió. Se sentó junto a él en el sillón.—¿Fue ella la que te rasguñó?—Yo le dije que se fuera, pero Trinidad regresó. Entró a mi despacho cuando me clavaba las uñas en el brazo. Estas marcas me las hice yo, Sara. Ella se asustó y trató de detenerme. Creo que puede haberme rasguñado en el forcejeo.—¿Qué pasó después?—Volví a pedirle que se fuera, le grité. Ella dijo que me ayudaría, dijo que lo entendía. Salió y volvió con un bolso. Trinidad estudiaba para ser veterinaria, fue ella la que me inyectó los tranqu
Los lobos olían de manera similar a los perros. Sin embargo, su esencia era más primitiva y agreste, más cercana a la noche y la luna. Sara supo que se encontraría con lobos antes de verlos. Jamás había visto a uno en persona. Por instantes, no quiso mirarlos.Agustín, el encargado del refugio, la presentó con Marcos. El hombre, bastante alto, dejó la pala y el chuzo que cargaba. Se sacó los guantes de cabritilla y le estrechó la mano. Tenía una mirada aguda, suspicaz y expresión de desenfado. Era joven, no aparentaba más de treinta años. Su aroma nada le dijo, era eclipsado por el de los lobos en su totalidad. Lobos, carne, desperdicios, nada más que analizar.A su espalda estaban las jaulas. Unas casetas, cada una con pequeñas puertas traseras abatibles. En una había dos lobos pegados a la reja, como si quisieran oír la conversación. ¿Extrañarían a Trinidad? Tal vez debía darle una leída al capítulo del libro de etología que ella tenía en su habitación.—No puede ser... ¡¿Cuándo pa
Con la vista fija en la pantalla, el aire no entraba al cuerpo de Sara. El estómago se le había subido como si estuviera en un ascensor. Estuvo segura de que el piso se movía bajo sus pies.En cuanto sus ojos se posaron en el teléfono sobre el escritorio, Max se le interpuso. —No te atrevas, Rojas.—¡Esto es un error, Max! Misael no lo hizo. Trinidad salió de la casa y él estuvo conmigo. Estuvo todo el fin de semana conmigo, no lo hizo. Max tomó el teléfono de Sara y cerró la puerta.—Siéntate, Rojas. Respira, bébete el té y piensa como la detective que eres. Sara se dejó caer sobre la silla. Sus pensamientos se habían detenido. 〜✿〜—Este negocio marcará un precedente, Misael. Te lo aseguro.—Si es así, nos veremos bastante seguido.El nuevo socio de empresas K&R se despidió de Misael y dejó su oficina con una sonrisa de satisfacción.—Señor Overon, lo busca el detective Benítez —dijo Clarisa.—Haz que pase.Max le estrechó la mano. Misael lo inv
—Siéntate, Rojas. Respira, bébete el té y piensa como la detective que eres —le dijo Max.Hallar a la detective dentro de la conmocionada cabeza de Sara parecía una tarea imposible. La irrealidad se apoderó de ella los segundos posteriores a los resultados de la comparación de las muestras. El mundo era un sueño, una ilusión, una pesadilla.—Rojas. Sé que quieres llorar o gritar y habrá tiempo para que lo hagas, pero ahora te necesito aquí. ¿Entiendes?Sara parpadeó. Fue el inicio de la recuperación de sus facultades, su conciencia haciéndose presente y aceptando que no estaba soñando.La detective.Desesperadamente, buscó recuerdos de la academia como si hojeara un libro. Repasó aquellos momentos duros en que sus motivaciones relucían, doblegando al miedo y al desánimo y echó mano de ellas.Finalmente, inhaló y exhaló en profundidad varias veces.—Él no… Él no sería capaz, Max.—Las evidencias no mienten, Rojas. ¿De qué otro modo pudo llegar su semen allí?Sara volvió a mirar la pant
El mejor abogado penalista de la ciudad hizo un espacio en su ocupada agenda para representar a Misael. Sara había hecho un excelente trabajo convenciéndolo. Sara y su recientemente adquirida fortuna.En pocas horas y, con ayuda de ella, armó el caso. Efectivamente, mediante las grabaciones de seguridad de la casa de Misael, demostraron que él estuvo allí durante el ataque a Trinidad. Tendrían que ser sometidas a peritajes para comprobar que no habían sido alteradas, lo que tardaría bastante. Y el fiscal que llevaba el caso no tenía ninguna razón para que un hombre sin antecedentes policiales previos y tan respetable en la sociedad, esperara en la cárcel mientras tanto. Su identidad de lobo seguía siendo un secreto, pues él mismo no había hecho nada que lo revelara y sería tratado como humano hasta que saliera a la luz lo contrario.Misael Overon fue dejado en libertad con las medidas cautelares de arraigo nacional mientras duraran las investigaciones. Cuando dejaba la estación, los
Sara se estacionó en el jardín de la que parecía una hermosa mansión, con blancos muros estilizados y ventanas grandes y traslúcidas, que delineaban los cuatro pisos. Podría haber sido un hotel, ideal para pasar el verano cerca del mar, que rugía a la distancia. La casona estaba emplazada sobre un risco, bajo el que rompían las holas. Unos cuantos kilómetros hacia el sur estaba la casa en la playa de Misael. Tan increíblemente cerca y tan lejos a la vez.—Hola, buenas tardes. Soy la detective Rojas, hice una cita con el doctor Roa para ver a una paciente —le dijo Sara a la recepcionista.Hasta donde había visto del interior, el lugar le seguía pareciendo un hotel. Tal vez lo delatara el aroma, con un cierto toque químico y meloso, característico de los sedantes.—El doctor está en una reunión. Si gusta, puede tomar asiento para esperarlo.—Gracias.Los asientos de la recepción eran de cuero café, mullidos y cómodos. Dos enfermeras pasaron frente a ella.—Ha estado bastante tranquila ú
Eran pasadas las nueve de la noche cuando Sara cruzaba la sala de la casa de Misael camino a la escalera. El amargor del aroma a quemado la hizo desviarse a la cocina, donde el olor se mezclaba con el de la carne cocida y frutas de la estación. Encontró a Misael usando un mandil y guantes de cocina. El hombre sacó una fuente del horno y la dejó en la encimera. El olor a carne y frutas se intensificó. En el lavaplatos, una olla ennegrecida se remojaba bajo un hilo de agua.—¿Estás cocinando?—Ninguna mujer ha postulado al puesto de sirvienta y no quiero que la casa huela a otros hombres.Fuera del aroma de los alimentos, Sara distinguió las esencias de Ulises y Jong. Supuso que lo habrían ayudado con los quehaceres domésticos.—No fuiste a la empresa.—En la situación actual, mi presencia allí sólo la hundirá más. Las acciones ya están por el suelo, pero prefiero no pensar en eso. No quiero pensar en nada ahora, salvo en si añadí la sal suficiente o si le di el tiempo necesario en el