XLIV Celo

Muy temprano, Ingrid Muñoz salió de casa y saludó a su nuevo vecino, que regaba el pasto. Ya no estaba desempleada, así que no había tenido mucho tiempo para conocerlos. Era una pareja joven, sin hijos, como la anterior. Esperaba que no acabaran como la anterior. Al menos ya no tenía que recoger las hojas del árbol moribundo. La primavera había llegado y se había llenado de brotes. A tiempo había vendido Sara su casa y el resto de las plantas ya tenía quién las cuidara.

La frescura de la estación se sentía en toda la ciudad. Entre medio de los gases de la combustión de los vehículos, las esencias de las flores se hacían espacio, un privilegio reservado para quienes gozaran naturalmente de mejor olfato.

El polen del pasto era el aliento de la primavera, que exhalaban a raudales los parques y plazas. Le seguía la clorofila de los grandes árboles de hojas perennes, testigos de la estación pasada y sus horrores. Bajo la brillante luz del sol, todo parecía más brillante, más lleno de esp
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