Muy temprano, Ingrid Muñoz salió de casa y saludó a su nuevo vecino, que regaba el pasto. Ya no estaba desempleada, así que no había tenido mucho tiempo para conocerlos. Era una pareja joven, sin hijos, como la anterior. Esperaba que no acabaran como la anterior. Al menos ya no tenía que recoger las hojas del árbol moribundo. La primavera había llegado y se había llenado de brotes. A tiempo había vendido Sara su casa y el resto de las plantas ya tenía quién las cuidara. La frescura de la estación se sentía en toda la ciudad. Entre medio de los gases de la combustión de los vehículos, las esencias de las flores se hacían espacio, un privilegio reservado para quienes gozaran naturalmente de mejor olfato. El polen del pasto era el aliento de la primavera, que exhalaban a raudales los parques y plazas. Le seguía la clorofila de los grandes árboles de hojas perennes, testigos de la estación pasada y sus horrores. Bajo la brillante luz del sol, todo parecía más brillante, más lleno de esp
Un pensamiento intrusivo es aquel que llega a tu mente sin que lo llames y no se va por mucho que lo desees. Te taladra los sesos y allí se instala o va y viene, como el revolotear de una mosca. Sea como fuere, es indeseado y se apodera de tu sentir y tus acciones. Y la cabeza deja de pertenecerte. Así mismo le ocurría a Misael con su celo. El cuerpo ya no le pertenecía y estaba siendo devorado por un montón de hormigas.—Disculpen, tengo un asunto urgente que atender —dijo, despidiéndose de los líderes empresariales con los que se había reunido en el hotel.Acababa de egresar hacía poco de la universidad y ya tenía muy buenas conexiones, pero seguía sin tener el control sobre su vida y su destino. Esperaba que el celo no se presentara cuando más ocupado estaba, cuando necesitaba de toda su concentración para seguir escalando, pero cada intento por controlarlo había fracasado. Encerrado en su habitación, se enfocó en vaciar su cabeza de todos los pensamientos intrusivos que su celo l
Misael terminó de revisar unos documentos, tecleó algunas correcciones y las envió a Clarisa. El silencio volvió a la oficina, sólo interrumpido por el tic tac de su reloj.El latido de un corazón agónico, así había descrito su sonido Sara. No era una idea nueva. Él debía haber tenido unos cinco años cuando, en una visita a la empresa de su padre, lo oyera por vez primera."¿Hay alguien viviendo en tu reloj?", le preguntó."Así es", le dijo su padre. "Una mujer malvada que fue castigada por sus crímenes".Desde ese momento, tuvo la idea fija de abrir la tapa y ver si dentro estaba su madre. En aquel entonces, él aún la añoraba. Y no la encontró dentro del reloj.Se reclinó en su asiento y cerró los ojos. Ese corazón que latía con el pasar de los minutos no era uno agónico, pero lo sería pronto. Era un corazón asediado por el miedo más absoluto e intenso que pudiera existir: el miedo a la muerte.Imaginaba que así se oiría el corazón de la bruja atada en la hoguera, sin ninguna posibi
—Eras una linda chica —dijo Max, sosteniendo una fotografía de Trinidad en la que se apreciaba el bello rostro que había tenido en vida.Trazó una línea desde la fotografía de Misael en su mural y la pegó allí.—Esto se pone cada vez peor, Rojas. La muerte ronda a tu magnate. ¿Será que el fantasma no está tan muerto como pensábamos? ¿Será que no era quien pensábamos?Al atardecer, el médico forense comprobó las sospechas que tenían. La causa de muerte había sido asfixia por estrangulación.—Hay varios huesos fracturados en el rostro, pero no hay señales de golpes contundentes —dijo el hombre.El cuerpo de Trinidad reposaba en la camilla metálica, con la Y en el torso desfigurando aún más su fisonomía.—¿Podría ser atribuible a una mordida? —preguntó Max.—La presión de una mordida explicaría las fracturas y concordarían con las marcas en su pecho —Señaló el que estaba desgarrado. Habían incisiones que bien podrían ser de colmillos—. El tamaño del hocico que tiene estos colmillos no es
—¿Crees que fui yo, Sara? ¿Crees que yo lastimé a Trinidad? —preguntó Misael.Sara entró en la sala, oyendo el crepitar de las llamas. Se arrodilló frente a él y le apoyó la cabeza en una pierna.—Un mundo donde tú eres el villano es un lugar donde no valdría la pena vivir.La mano de Misael le acarició el cabello. Buscó sus ojos, necesitaba toda su atención.—Yo no lo hice, Sara. No quiero que haya ninguna duda al respecto. Haz lo que debas hacer, pero no dudes de mí.Sara asintió. Se sentó junto a él en el sillón.—¿Fue ella la que te rasguñó?—Yo le dije que se fuera, pero Trinidad regresó. Entró a mi despacho cuando me clavaba las uñas en el brazo. Estas marcas me las hice yo, Sara. Ella se asustó y trató de detenerme. Creo que puede haberme rasguñado en el forcejeo.—¿Qué pasó después?—Volví a pedirle que se fuera, le grité. Ella dijo que me ayudaría, dijo que lo entendía. Salió y volvió con un bolso. Trinidad estudiaba para ser veterinaria, fue ella la que me inyectó los tranqu
Los lobos olían de manera similar a los perros. Sin embargo, su esencia era más primitiva y agreste, más cercana a la noche y la luna. Sara supo que se encontraría con lobos antes de verlos. Jamás había visto a uno en persona. Por instantes, no quiso mirarlos.Agustín, el encargado del refugio, la presentó con Marcos. El hombre, bastante alto, dejó la pala y el chuzo que cargaba. Se sacó los guantes de cabritilla y le estrechó la mano. Tenía una mirada aguda, suspicaz y expresión de desenfado. Era joven, no aparentaba más de treinta años. Su aroma nada le dijo, era eclipsado por el de los lobos en su totalidad. Lobos, carne, desperdicios, nada más que analizar.A su espalda estaban las jaulas. Unas casetas, cada una con pequeñas puertas traseras abatibles. En una había dos lobos pegados a la reja, como si quisieran oír la conversación. ¿Extrañarían a Trinidad? Tal vez debía darle una leída al capítulo del libro de etología que ella tenía en su habitación.—No puede ser... ¡¿Cuándo pa
Con la vista fija en la pantalla, el aire no entraba al cuerpo de Sara. El estómago se le había subido como si estuviera en un ascensor. Estuvo segura de que el piso se movía bajo sus pies.En cuanto sus ojos se posaron en el teléfono sobre el escritorio, Max se le interpuso. —No te atrevas, Rojas.—¡Esto es un error, Max! Misael no lo hizo. Trinidad salió de la casa y él estuvo conmigo. Estuvo todo el fin de semana conmigo, no lo hizo. Max tomó el teléfono de Sara y cerró la puerta.—Siéntate, Rojas. Respira, bébete el té y piensa como la detective que eres. Sara se dejó caer sobre la silla. Sus pensamientos se habían detenido. 〜✿〜—Este negocio marcará un precedente, Misael. Te lo aseguro.—Si es así, nos veremos bastante seguido.El nuevo socio de empresas K&R se despidió de Misael y dejó su oficina con una sonrisa de satisfacción.—Señor Overon, lo busca el detective Benítez —dijo Clarisa.—Haz que pase.Max le estrechó la mano. Misael lo inv
—Siéntate, Rojas. Respira, bébete el té y piensa como la detective que eres —le dijo Max.Hallar a la detective dentro de la conmocionada cabeza de Sara parecía una tarea imposible. La irrealidad se apoderó de ella los segundos posteriores a los resultados de la comparación de las muestras. El mundo era un sueño, una ilusión, una pesadilla.—Rojas. Sé que quieres llorar o gritar y habrá tiempo para que lo hagas, pero ahora te necesito aquí. ¿Entiendes?Sara parpadeó. Fue el inicio de la recuperación de sus facultades, su conciencia haciéndose presente y aceptando que no estaba soñando.La detective.Desesperadamente, buscó recuerdos de la academia como si hojeara un libro. Repasó aquellos momentos duros en que sus motivaciones relucían, doblegando al miedo y al desánimo y echó mano de ellas.Finalmente, inhaló y exhaló en profundidad varias veces.—Él no… Él no sería capaz, Max.—Las evidencias no mienten, Rojas. ¿De qué otro modo pudo llegar su semen allí?Sara volvió a mirar la pant