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Todos los capítulos de A la caza del lobo: Capítulo 11 - Capítulo 20
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XI Un respiro
La generosidad era una hermosa muestra del vínculo que unía desinteresadamente a algunos seres vivos. Y era una palabra que Misael Overon usaba a su antojo. —Me largo de aquí —dijo Sara, caminando en dirección a la puerta. Él se le interpuso. —No voy a dejarte sola si estás triste. —Estoy triste por tu causa. —Mayor razón para hacerme responsable, Sara. Hay algo que nos une, lo sabes, lo has sentido. Y es por esa razón que puedo hacerte sentir mejor. Déjame intentarlo. Él estaba en lo cierto, algo los unía, por eso él la había rechazado. Rechazaba atraerla como un imán, rechazaba desear lo que no amaba y, con el fin de romper ese vínculo, se había ido lejos. No importaba la distancia ni el olvido, ese algo seguía vivo y, tanto tiempo después, los llevaba uno junto al otro inevitablemente. —Sara ¿Por qué crees que fui a buscarte? ¿Cómo crees que te encontré? —De seguro le pagas a alguien para que me vigile. —No, Sara, no. El dolor que sientes yo también lo siento. Cuando te he
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XII Esencia natural
Un dulce aroma despertó a la nariz de Sara, luego a su estómago y luego a Sara. En la barra de la cocina había panqueques con mermelada y un vaso de leche con chocolate. —Tu novio te preparaba el desayuno —dijo Misael, parado junto al mesón. Su pulcra y recatada apariencia no daba luces de la bestia que había sido la noche anterior, entre las sábanas. Parecía que fueran dos entes diferentes. El Misael que tenía en frente estaba a años luz de distancia. —¿Lo preparaste tú? Él sonrió. —No, Sara. Yo no soy tu novio y no cocino. Traje a una sirvienta. Estará aquí por si necesitas comer.Ahora fue Sara la que sonrió. —¿Olvidas que sé cocinar? Y ya no soy una niña, ya no desayuno esto, pero lo comeré en agradecimiento a tu amabilidad. —Me gustan las personas educadas —dijo él, rodeándola de la cintura—. Vendré a verte más tarde, que tengas un buen día. Con un beso se despidió. Sara comió sus panqueques con una impropia sonrisa. Se suponía que tenía el corazón roto y que estaba destr
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XIII Balanza emocional
Notablemente incómoda, Sara rechazó el intrusivo toque. Apartó las manos del lobo, que se mantenía a corta distancia. —Te estaba esperando, Sara. Ya sabes para qué. —Pues no lo sé ni me interesa. —No es lo que pensabas el otro día. Estabas tan deseosa, Sara. Tan caliente y seductora. Tu aroma es embriagador, aunque esté manchado por otro. Yo soy mejor, déjame demostrártelo. Se le abalanzó como la presa que en ella veía, tan dispuesta a lo que él deseara. No logró su infame cometido, Sara interpuso su mano y sus bocas jamás se encontraron, pero la posición era comprometedora, la aplastaba con su cuerpo ardiente contra el auto. —No volveré a repetirlo, Rodolfo. No me interesas y no quiero nada contigo. No vuelvas a buscarme o te denunciaré y el acoso no se verá bien en tu expediente. —Pensé que serías más divertida. Me equivoqué. El lobo se alejó por el estacionamiento a paso lento, llevándose consigo la nube de feromonas que lo acompañaba como una sombra. Al menos en algo había
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XIV Fantasma
—¿Cómo te fue con los archivos? —preguntó Max. —No encontré algo similar en otras caídas a ríos. Tenías razón, se parece mucho más al de Cortés —dijo Sara. —Bien. Es una pista interesante, pero sigue sin llevarnos a nada. No hallé ninguna conexión entre ellos o con Reyes. —El informe de la autopsia indica que conducía bajo los efectos del alcohol, 1,9 gramos por mililitro. Estaba en las nubes. —Guarda todo en la carpeta y entrégasela a Karim. Nos asignaron otro caso. Partieron de inmediato hacia la escena del crimen. —Si ya teníamos un caso ¿Por qué nos asignaron otro? —preguntó ella. —Evidentemente hacemos una buena dupla y este es un caso gordo, Rojas. —¿La víctima es alguien importante? Todas las víctimas lo eran, pero algunas generaban más revuelo que otras: políticos, artistas, millonarios. La prensa estaría al pendiente de cada paso que dieran y entorpecerían bastante su labor, eso había aprendido en la academia. —Es uno de los nuestros, Rojas. Un compañero. No me han c
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XV Sospechosos
Con un catálogo de perfumes de sándalo, Sara fue a la perfumería más grande de la ciudad. No halló en venta ninguna fragancia que calzara con la de la escena del crimen. —También preparamos perfumes a gusto del cliente. Es un servicio exclusivo —dijo el encargado. No tenían muestras de ellos, pero sí un registro con los ingredientes. —¿Alguien ha pedido uno de sándalo? —Podría revisar, pero la información de nuestros clientes es confidencial. Para acceder a ella necesitaría una orden y, para que se la dieran, pruebas. Lo único que tenía era su olfato. Fue a una tienda de artículos de cuidado personal, la misma donde se abastecía de sus productos para lobos. Nada con aroma a sándalo. —Es suave, se desvanece muy rápido —dijo la dependienta. Volvió con Max a la estación, él había estado interrogando a testigos del edificio y compañeros de Rodolfo. El hombre no tenía novia, nadie sabía quién podía ser su acompañante.—Isaías dijo que se juntaba con putas, podría ser una. Sara frun
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XVI Visita inesperada
Empresas K&R era uno de los mejores lugares para trabajar en la ciudad, así lo había dicho una prestigiosa revista de negocios el año pasado, y el anterior. Con un empleado asesinado, otro revelándose como lobo y posible culpable, policías yendo y viniendo interrogando a todo el mundo, difícilmente mantendrían el lugar este año. El efecto ya se dejaba ver en la caída del precio de sus acciones. Y ligeramente en su humor. "Podría ser mucho peor", le habían dicho los analistas, "podríamos tener la soga al cuello". Misael Overon se aflojó la corbata. —Hazlos pasar, Clarisa. —No están aquí, señor. Me llamó Adela, están en su casa. Adela era su ama de llaves. Una mujer de unos cincuenta años, diligente y con expresión severa. —¿Por qué me avisan a mí que ellos están allá y no a ellos que estoy acá? Se aflojó más la corbata. —Adela se los dijo, pero insisten en verlo allá. Misael suspiró pesadamente, mirando una vez más el reloj. —Díganles que me desocuparé en tres horas, tengo mu
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XVII Conexión
—Estaba completamente ebrio —dijo Max—, Rodolfo podría hasta haberse caído solo. Sara revisaba el informe de sustancias químicas. El de la autopsia estaría por la tarde. Un toque en la puerta. El oficial de los retratos hablados tenía listo el de la mujer. —Una belleza —dijo Max—. No le doy más de treinta años. Por ahora enfoquémonos en encontrarla a ella, Rojas. El fantasma sigue estando sólo en tu nariz. Iré con los de narcóticos, tal vez alguno la conozca. Tú espera aquí por novedades del laboratorio. Sara leyó una vez más el informe. Se dio una vuelta por el laboratorio, intentando ver las posibilidades de soborno. Estaban atestados de trabajo. —Trajimos unas muestras de cabello humano y también pelos que creemos puedan ser de animal —le dijo ella a uno de los forenses. —Hay un catálogo de pelos animales, puedes compararlo. ¿Sabes usar los equipos? Sara asintió. Evitó decir las excelentes calificaciones que había tenido en laboratorio forense. Si quería que dejaran de trata
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XVIII Roedores esperanzados
Luego de dar aviso a Max, Sara se dirigió a la ubicación que Aníbal le había enviado. Siguiendo las indicaciones de la aplicación de navegación GPS, llegó a un barrio residencial en los suburbios. La calle, solitaria, estaba iluminada a intervalos por los focos de anaranjada luz artificial. Por cada uno bueno había dos malos. La casa en cuestión estaba en una de esas manchas sombrías, que daban el aspecto de estarlo observando todo a través de gruesos barrotes. Nadie había por allí a esas horas, salvo un gato, que cruzaba tranquilamente la calle aprovechando la soledad. Se contactó con la central para averiguar algo respecto a la casa y sus ocupantes. No tardaron en decirle que el dueño tenía cargos por receptación y robo. La idea de ir y pedirle amablemente que le entregara el teléfono fue bastante breve. Sin embargo, la serie de eventos burocráticos que le permitirían hacerse con el aparato ya había iniciado. Dos horas estuvo esperando hasta conseguir una orden para allanar y poli
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XIX Bajo el agua
—¡¿Me escuchas, Rojas?! Pasado el estupor de la dramática confesión que habían presenciado, Max acompañaba a Sara en la enfermería. —¡¿Me escuchas?! —Sí... un poco despacio... Hay un pitido. —No se aprecia trumatismo interno —dijo el oficial médico de turno, revisándole los oídos—. Si el tinnitus continúa mañana, tendrás que ir a un hospital. Sara leyó en sus labios "hospital". El resto habían sido murmullos por debajo del pitido. Max le acercó su teléfono. Había escrito lo dicho por el médico.—¿Qué es tinnitus? —preguntó ella. "Ese pitido que escuchas".Sara asintió. Era bastante molesto. Se sentía como un televisor viejo que no acababa de sintonizar un canal. Emitían un sonido similar que pocos oían. "¿Cómo lo hacías en las prácticas de tiro?", escribió él. —Uso tapones. Además, en lugares abiertos el sonido se dispersa. Esto de ahora fue una explosión. Y vaya que lo había sido. Los sesos del hombre habían decorado gran parte de la pared del costado y del escritorio de Max
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XX Obsesionándose
En una fría mañana gris de otoño, el segundo disparo retumbó hasta desvanecerse entre las nubes. Las ramas de los árboles se agitaron cuando las aves emprendieron raudas el vuelo. Un disparo más y silencio. Los oficiales, elegantemente uniformados y de rostros entrenados para mantenerse inexpresivos, bajaron sus armas. Sara se quitó los tapones. Aun con ellos puestos había oído los tiros, lejanos y tenues, seguidos una vez más de la cabeza del Álvarez volando por los aires. Al menos así lo había hecho la mitad de arriba. En la de abajo, que siguió pegada al resto del cuerpo, su lengua moribunda se agitaba como una babosa a la que han tirado un puñado de sal. Tal vez pronunciaba palabras mudas. Sus recuerdos involuntarios retrocedían unos segundos, antes de que el cañón centelleara contra la sien. Ella lo miraba a los ojos, esos que no parpadeaban y que se habían teñidos de rojo. Estaban fijos, muy fijos en un punto que no había sido su rostro ni el de su compañero. Y de pronto, cua
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