El ruido del acero era el sonido favorito del capitán Tristán Dagger, rivalizando, quizá, solo con los gritos de placer y dolor que daban las prisioneras cada que las montaba. Tristán llevaba años en altamar, saqueando pequeños pueblos, secuestrando hombres y mujeres para que le sirvieran como esclavos, remeros y, en el caso de las mujeres, como simples putas y ampliando así, cada vez más su flota. Ahora, mientras levantaba su pesado mandoble de acero para dar el golpe mortal a su enemigo en cubierta, Tristán Dagger se imaginó por un momento que a quién mataba en realidad no era a un simple marinero, sino su hermano, el rey de Valle Verde y quien era el causante directo de su exilio en altamar. La batalla terminó pronto, había sido una victoria fácil para el capitán Tristán y su tripulación. Los pocos sobrevivientes del bando enemigo suplicaron piedad, pero el capit
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