Las luces de los fuegos artificiales iluminaban el cielo nocturno. Las celebraciones por la boda de los príncipes durarían al menos una semana. Giselle, en estricto orden, aun una princesa, se había retirado a sus aposentos tan pronto como su padre se hubo descuidado. La estúpida de Maggie había querido acompañarla alegando que tenía un fuerte dolor de cabeza, pero Giselle se había negado, pues conocía las intenciones verdaderas de su hermana. Giselle era una mujer cauta y precavida y lo que menos quería era que alguien, aunque fuera un simple criado, empezara a sospechar que traía amoríos con su propia hermana. Muchas veces ya le había dicho a Maggie que no hiciera ningún tipo de insinuación en presencia de los criados, el resto de sus hermanas, y menos aún en presencia de los guardias y, por supuesto, del mismo rey. Pero Maggie era estúpida, una mujer hermos
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