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Todos los capítulos de Imperio: Capítulo 21 - Capítulo 30
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TRISTÁN (4)
Era la primera vez en mucho tiempo que el capitán volvía a subir a un barco. Hacía cuatro largos años, las galeras de las que tan orgulloso se había sentido habían encallado y, para ser más específicos habían quedado reducidas a escombros. Sus naves junto a casi toda su tripulación de aquel entonces murieron, y los pocos que sobrevivieron murieron de la terrible enfermedad que los nativos de la isla les habían contagiado durante el combate. A los pocos días tan solo el capitán y un puñado de sus hombres aun vivían y, fue entonces, cuando el maestro Luc hizo un pacto con el ente que él llamaba “Dios rojo” gracias a eso y a la ignorancia de los desgraciados hombres, el capitán Tristán Dagger pudo sobrevivir a la enfermedad hemorrágica de las islas rocosas.Su recuperación había sido lenta y dolorosa, pero más lento
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JANE (1)
Jane Valois estaba harta de las historias de sobremesa de su padre a la hora de cenar. Su padre, Al Valois, era un simple peón con aires de grandeza. El viejo Al hablaba siempre qué podía (y de hecho siempre podía) de lo genial que sería que la monarquía en Valle Verde llegará a su fin. Al Valois en otro tiempo había sido un hombre respetado y hasta cierto punto, temido y admirado, y no solo por su facilidad para hacer dinero, montar a caballo y engendrar hijos con casi cualquier criada del pequeño pueblo donde vivía, sino porque, en realidad, en sus venas corría algo de sangre real.La casa Valois había sido en el pasado una de las más poderosas y respetadas, las historias a menudo hacían especial énfasis en que, hacia doscientos a trescientos años, la casa Valois hubiera podido gobernar el continente, por encima, incluso, de los Dagger. Palabras más, palabr
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IVÁN (7)
La segunda reunión del consejo había sido especialmente larga y extenuante. Luego de la lectura de la carta (también por segunda vez) por parte del maestro Raymond y las posteriores discusiones por parte de todos los miembros del consejo, que, en está ocasión, además del comandante de la guardia real y el maestro Raymond, incluían al consejero de la moneda, al capitán de la flota naval, a un representante del clero y a un par de soldados que garantizaran que nadie interrumpiera la reunión.Iván escuchó durante tres largas y agotadoras horas las ideas de cada uno. El maestro Raymond y el comandante eran partidarios de la solución de conflictos más tradicional: la guerra, decían, cada uno a su modo, que ningún reino estaba libre de enemigos y traidores. El resto del consejo apoyaba este plan con algunas reservas y solo el representante de la iglesia (un hombre calvo, delgado
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TRISTÁN (5)
 El viento aullaba como un lobo gigantesco a la luna llena. Las velas de los barcos se agitaban con tal fuerza en el muelle, que creaban un sonido parecido al de un enorme dragón batiendo las alas. A estos sonidos, ya de por si un tanto inquietantes y amenazadores, se unían los gritos, las suplicas y una que otra maldición por parte de los nuevos esclavos que eran conducidos al interior de los navíos. Leonardo Ojo de Pez y el gordo capitán de la Venganza supervisaban la tarea. Cada tanto uno de los esclavos se ponía lo suficientemente rebelde para hacerse acreedor a una veintena de latigazos. El hombre encargado de proporcionarlos era un negro alto, musculoso y con una piel repleta de cicatrices. La fuerza con la que su implacable látigo golpeaba la espalda de los rebeldes esclavos era tal, que casi siempre los hacia sangrar al primer golpe, al tercero o cuarto la mayoría gritaba tan fuerte que Tr
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GISELLE (3)
Las tierras de Sanlúcar en el norte del continente eran ricas en minerales, cosechas, mujeres hermosas y, además, eran las tierras por excelencia de los mejores guerreros. En la ciudad había normas estrictas que todo hombre y mujer debía seguir hasta el día de su muerte mientras viviera allí. El código, escrito y distribuido a lo largo de una docena de tomos, tenía páginas y páginas enteras dedicadas a la formación y entrenamiento militar para los niños mayores de ocho años, edad en la que todos los varones, sin excepción debían comenzar una estricta formación en el manejo de la espada y el arco. Al año siguiente, a los nueve, se les enseñaba a cabalgar, y para cuando cumplían diez comenzaba su instrucción en altamar. Los niños pasaban una luna entera aprendiendo en los barcos, desde la estimación de su ubicación usando las
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IVÁN (8)
Iván contemplaba a los recién llegados. El más pequeño de los dos temblaba como si en la sala estuviera nevando, el otro, el mayor, miraba de un lado a otro como si escuchara voces en su cabeza y estuviera intentando determinar de donde provenían.Iván y el maestro Raymond los habían escuchado hablar. La historia que aquellos hombres, que por su parecido físico y edades similares bien podían ser primos o hermanos, habían contado era difícil de creer. No solo por lo descabellada que sonaba en sí, sino porque los hombres hablaban de los invasores como si fueran criaturas mitológicas salidas del océano. Iván quería creer que lo que los hombres acababan de contar era mera fantasía, pero algo en su cabeza le decía que no era así. Para empezar, el miedo que se reflejaba en los pálidos rostros de los hombres era autentico y casi contagioso y, ad
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SASCHA (6)
La noticia corrió como pólvora por todo el palacio. Sascha supo que algo andaba mal desde antes que se lo dijeran. Aquella mañana estaba en la habitación de sus hijos, cepillando el rizado cabello de María, mientras Ivanna arrullaba al pequeño Zak para que se durmiera, pues el niño había pasado mala noche. Tres toques firmes e insistentes en la puerta hicieron que las hermanas intercambiaran miradas. Ivanna se encogió de hombros y fue a abrir. Al otro lado de la puerta estaba el rostro asustado y, de un tiempo a la fecha, muy envejecido de Madame Fritz. La institutriz llevaba el pelo alborotado, y las arrugas de su rostro formaban retorcidos caminos en un área considerable. Madame Fritz no estaba sola pues inmediatamente detrás estaba el Capitán Marko (con su armadura de combate puesta), la princesa Maggie (La única de las eternas doncellas que aún vivía en el palacio) y la princ
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TRISTÁN (6)
El agua de la bahía estaba agitada y revuelta; En todas direcciones se oían los cuernos de guerra como si fueran bestias furiosas que bramaran desde el fondo del océano; Los tambores acompañaban con sus potentes redobles la sinfonía de guerra y los hombres lanzaban gritos de batalla y hacían chocar sus espadas contra los escudos de hierro que le habían quitado a los guerreros de la Isla Primavera.Tristán contempló con orgullo la totalidad de su flota. El sol naciente iluminaba las aguas con destellos dorados y las espadas de todos los guerreros reflejaban el brillo del astro rey haciéndolas parecer verdaderas antorchas de luz. A lo lejos, en la costa, los enemigos se movían en todas direcciones como si fueran hormigas asustadas que huyeran del hormiguero.Tristán tomó el catalejo y le complació ver que sus enemigos parecían desorganizados y francamente sorprendidos
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IVÁN (9)
— ¿Qué demonios es eso? — preguntó Carlos a su lado.Iván entornó los ojos, esforzándose por ver lo que parecía estar surgiendo desde lo alto, en las nubes, en la luz misma. A su alrededor, sus hombres seguían tensando arcos, lanzando flechas, empuñando espadas y ballestas y gritando un sinfín de cosas que perdían todo sentido entre el bullicio de la batalla misma.— ¡Altooooooo! — gritó a todo pulmón el comandante de la guardia real. Iván se percató que estaba a su lado y que, al igual que él, miraba inquieto el horizonte.Lo que estaba sucediendo en ese momento escapaba a toda lógica y comprensión. Era algo que sencillamente no podía estar ocurriendo. Por unos breves, pero poderosos instantes, Iván tuvo la absoluta certeza de que todo lo que había sucedido aquella mañana no era m
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ISABEL (1)
Isabel siempre había sido una niña feliz a la que le encantaban los cuentos en los que un apuesto y valeroso príncipe rescataba a su amada de la torre custodiada por algún dragón temible o por algún ogro gigantesco con cara de sapo y olor a cloaca. Y, pese a que sus tías y hermanos mayores solían decirle que los finales felices solo sucedían en las historias que leía por las noches antes de dormir, Isabel prefería creer que el mundo en el que vivía era un lugar hermoso, plagado de cosas buenas y finales felices por doquier.Su vida no había sido fácil, como no la había sido la de ninguno de sus hermanos, pero de todos ellos, fue a ella a la que le había tocado una dosis extra de dolor y sufrimiento a una edad en la que la mayoría de los niños ni siquiera piensan en eso. Cuando Isabel tenía solo tres años, una neumonía acabó
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