Por otro lado, Alexa, después de cumplir una condena de 5 años de prisión, había empezado de cero. Aprendió que la vida no era color de rosa. Siendo una ex convicta y sin un título universitario, le resultaba complicado conseguir un empleo digno. Tuvo que conformarse con trabajos mal remunerados: como limpiar baños, hacer tareas domésticas, y trabajar como camarera en cafeterías o restaurantes de comida rápida. Hubo meses en los que sus ingresos no alcanzaban para pagar el alquiler, las facturas y alimentos. Sin embargo, de manera sorprendente, cada mes encontraba una canasta en su puerta con comida suficiente para todo el mes, además de un sobre con dinero para cubrir sus gastos. Encontrar esta canasta siempre la hacía llorar hasta quedar exhausta. Se sentía arrepentida, anhelaba comunicarse con Lizbeth, pero el miedo a no ser creída la detenía. Temía que su hermana pensara que solo la buscaba por interés.No obstante, actualmente, la vida de Alexa había tomado un giro positivo. E
"No me gustas. En realidad, debo confesarte que mientras estaba contigo, tenía a otra mujer, pero a ella sí la quiero y nos vamos a casar", estas palabras dichas por el hombre que amaba con locura, retumbaban en la mente de Lizbeth Weber como un eco cruel de su realidad. Mientras cruzaba la calle, sentía que su mundo se estaba derrumbando. No podía llorar, aún estaba en shock. La habían utilizado de la manera más tonta.El ruido de la calle invadió su mente caótica mientras las luces de los coches formaban un telón parpadeante a su alrededor. Los colores vivos de los autos, las voces distantes de la gente, todo parecía un escenario distorsionado en tanto ella luchaba por mantener su compostura en medio del derrumbe emocional.—¡¿Cómo pudo hacerme eso?! ¡Grandísimo idiota! — Las palabras escaparon de sus labios con una mezcla de rabia y desconcierto.A mitad de la calle, sus piernas no se movían. Sentía que todo giraba a su alrededor. Todo pasaba rápidamente frente a sus ojos, y ni siq
Un mes después:La familia Barrett celebraba con gran pompa en uno de los hoteles más distinguidos de la ciudad. La ocasión era excepcional, pues tratándose de la tercera familia más poderosa de Núremberg, tanto la prensa como las personas influyentes se encontraban presentes.—En 15 días la familia Fischer y los Barrett se unirán— celebró la abuela de Sebastián.Esta mujer, de pelo blanco y arrugas marcadas, irradiaba autoridad. A pesar de su avanzada edad, su dominio sobre cada miembro de la familia era innegable. Mientras tanto, Sebastián apretaba con furia la copa de champán, incapaz de ocultar su descontento. No haber logrado encontrar a una mujer de origen humilde para desafiar a su autoritaria abuela lo llenaba de frustración. La veía sonreír triunfante y sentía una furia incontrolable. Se le antojaba levantarse en ese mismo instante, desentenderse de todo y romper el compromiso que no había autorizado. Se sentía como un títere manipulado para aumentar las riquezas de su fami
—No, lo siento, pero encontraré una salida por cuenta propia. Estoy dispuesta a limpiar tu nombre; sin embargo, no a base de mentiras, no me parece bien—, Sebastián no podía creer que la chica frente a él estuviera negándose ante aquella propuesta.—Después de dos días pensándolo, ¿esta es la respuesta que me tienes?—, le reclamó con voz dura y cortante, levantándose de su sillón de cuero. Lizbeth, con los puños apretados a cada lado de su tembloroso cuerpo, veía la majestuosa oficina, sin valor para enfrentar a ese hombre frente a ella, que parecía una fiera embravecida.Cuando Sebastián tiró un periódico sobre la superficie del escritorio, ella se sobresaltó.—Mira, estamos en primera plana, ¡¿cómo piensas arreglar esto?!—, él señalaba la imagen de ambos en el periódico, y ella no se atrevió a leer porque no podía soportar que la estuvieran criticando; ya con la presión de su madre era suficiente.—Usted es dueño de una gran corporación televisiva. Vamos a dar una declaración en vi
Al desviar la mirada a su izquierda, Lizbeth vio a su hermana recostada en una pared. Con sus manos temblorosas, escondió el contrato dentro de su bolso, rogando al cielo que ella no se diera cuenta de fisgonear, algo que naturalmente hacía.—Hermana, ¿qué haces aquí a estas horas? ¿Te dejó tu marido adinerado? — le preguntó con ironía. Su hermana Yesenia siempre presumía de su matrimonio feliz con un hombre pudiente, tratando de menospreciar a Lizbeth por no tener novio, asegurando que ella nunca podría conseguir a un hombre que la superara económicamente.—A mí no me dejan querida, mi esposo me adora tanto, que mira el bolso de edición limitada que me regaló justo hoy, algo que tú no tendrás ni siquiera siendo la chica prepago para millonarios. Aunque el dueño de ese auto lujoso debe estar ciego — escupió con malicia. Ella vivía para burlarse de Lizbeth.—Controla tus insinuaciones. No necesito acostarme con hombres para tener bolsos de lujo. A mí esas cosas no me llenan como a ti ¡
Tres horas después:Lizbeth se sentó frente a su ordenador para buscar algún empleo en la red. Necesitaba encontrar una salida pronto. Por más que deslizaba la pantalla, no encontraba nada relacionado con su área, hasta que su mirada se detuvo en un anuncio para nuevos autores que desearan publicar sus obras literarias.Sacudió la cabeza. Se negaba a mostrar sus escritos al mundo. Escribir era parte de su hobby, y no creía que podría vivir de eso como los grandes novelistas que le gustaban.En el momento en que estaba sumergida en aquellos pensamientos, la vibración de su teléfono sobre el pequeño escritorio la sacó de su letargo y, al mirar el identificador de pantalla, respiró hondo.—¿Por qué ese hombre me está llamando? —murmuró con enojo, apretando los puños. A pesar de su enfado, su corazón en el fondo estaba dando saltitos. La estaba llamando su ex, el hombre que aún amaba, y no evitaba preguntarse si era para pedirle perdón.—Pero si es así, no debería perdonarlo. Eso me humil
Sentado en la textura de cuero pulido que recubre el asiento trasero de su Mercedes negro, Sebastián alternaba su mirada entre el mundo que pasaba difuminado por la ventana y el elegante reloj de tourbillon que adornaba su muñeca. Mientras que su chofer lo espiaba discretamente a través del espejo retrovisor.—Señor Barrett, creo que la señorita Lizbeth no vendrá, tal vez se arrepintió. Y si fuese así, sería lo lógico — opinó su conductor, con la voz teñida de un temor respetuoso.Austin no era solo un empleado al volante, o guardaespaldas, sino un confidente, que Sebastián le había concedido cierta confianza y quien nunca se oponía a sus decisiones. Pero esta vez no aprobaba que su jefe involucrara a la frágil y delicada muchacha, en las turbulentas aguas que eran los dilemas familiares de los Barrett.El suspiro de Sebastián fue una tormenta contenida. Arrastró su mano por el cuello con tal aspereza que parecía querer arrancar de sí, los pensamientos que lo asediaban.—Tu lógica no
Sebastián respiró varias veces, contando insistentemente, inspirando y exhalando como le había enseñado su especialista. «¡Condenada, Marcela! ¿Por qué tenías que recordarme mi pasado y ese momento tan doloroso de mi vida?», se reprochó a sí mismo. Maldijo mil veces a la mujer que todavía tenía el poder de alterarlo de tal modo. Además, Lizbeth estaba cerca; no quería que ella lo viera así, con sus emociones tan alteradas. No quería que conociera su secreto más íntimo. Ya había cometido el error de confiar en Marcela, y ella lo utilizó en su contra. Decidió que ninguna mujer volvería a tener ese poder sobre él nunca más.Ante el asombro de Austin, Sebastián se fue calmando poco a poco y recuperó su serenidad. Arregló su ropa tratando de controlar el temblor de sus manos. La ira atacaba sobre todo esa parte de su cuerpo, y nublaba su entendimiento y el control de sus actos.Hizo movimientos mecánicos para entretener su mente, tal y como le habían enseñado los especialistas a los que h