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   Capítulo 5. ¡Seré tu esposa señor Barrett!

Tres horas después:

Lizbeth se sentó frente a su ordenador para buscar algún empleo en la red. Necesitaba encontrar una salida pronto. Por más que deslizaba la pantalla, no encontraba nada relacionado con su área, hasta que su mirada se detuvo en un anuncio para nuevos autores que desearan publicar sus obras literarias.

Sacudió la cabeza. Se negaba a mostrar sus escritos al mundo. Escribir era parte de su hobby, y no creía que podría vivir de eso como los grandes novelistas que le gustaban.

En el momento en que estaba sumergida en aquellos pensamientos, la vibración de su teléfono sobre el pequeño escritorio la sacó de su letargo y, al mirar el identificador de pantalla, respiró hondo.

—¿Por qué ese hombre me está llamando? —murmuró con enojo, apretando los puños. A pesar de su enfado, su corazón en el fondo estaba dando saltitos. La estaba llamando su ex, el hombre que aún amaba, y no evitaba preguntarse si era para pedirle perdón.

—Pero si es así, no debería perdonarlo. Eso me humillara más —susurró contrariada, aún mirando el teléfono al que, en un acto impulsivo, se atrevió a contestar.

“No sabía que eras una mujer tan fácil. Me engañabas con ese tipo. Dime, Lizbeth, ¿qué tanto me mentiste?”, escuchó los reclamos de su ex infiel, y apretó tanto sus dientes que creyó que se le romperían.

“¿Cómo te atreves a llamarme para hacer tal reclamo? Tú, que eres el hombre menos indicado”, presionó el aparato a su oído.

"Debes sentir vergüenza. Estás en todos los noticieros, y eso que ellos no saben que hasta hace poco tenías novio. Me fuiste infiel con quien no debías. Será mejor que te deshagas de ese bebé en tu vientre y que dejes a ese hombre, si no quieres que exponga nuestro romance." Tras escuchar esa amenaza, Lizbeth se estremeció y también sintió tristeza. Él le estaba pidiendo que abortara a su bebé cuando Sebastián, que no es su padre, quería fingir serlo. Ese hombre que estaba reclamando como despechado, que solo la había utilizado, no merecía saber sobre su paternidad. Había perdido el derecho.

"Creí que estabas casado con tu elegida. Yo, al igual que tú, tenía a otro, y resulta que no me gustaste. En cambio, de él estoy enamorada. Por esa razón tendré a su hijo y nos casaremos porque lo elegí mucho antes de que eligieras a otra. No vuelvas a llamarme." Ella escuchó el ruido de un cristal roto.

"¡Mentirosa! No podrías tenerle un hijo a ese tipejo. Fui el primero en tu vida, y eres tan mojigata que me costó serlo. Una mujer tan tímida como tú no habría tenido a otro", gruñía furioso. Antes de cortar la llamada, escuchó que rezongó: "No puedes elegirlo a él, no lo voy a permitir."

…… 

Al día siguiente:

Lizbeth no había podido dormir mucho. La llamada de su ex y la visita de la abuela de Sebastián se encargaron de quitarle la paz. En el instante en que el sol salió, se dirigió hacia la tienda. Su primer antojo era pan con mantequilla de ajo. No obstante, al regresar, dejó caer el pan al observar cómo su progenitora se encontraba lanzando hacia la calle sus prendas y objetos personales.

—Mamá, ¿qué haces? —le preguntó avergonzada y a punto de llorar, mientras recogía sus cosas y veía cómo los vecinos observaban la escena.

—Te lo advertí, quiero que te largues de mi casa —le gritaba la señora con gesto enojado y Lizbeth recordó que antes de salir por el pan le contó que no tenía planes de casarse con Sebastián, y se lamentaba por ser tan directa.

—Sabes que no tengo dónde quedarme. Mi mejor amiga vive muy lejos, mamá, dame un mes, no pido más, y juro que buscaré otro lugar para vivir.

—No puedes jugar conmigo, Lizbeth. Te dije que debías casarte, por tu propio bien y aprovechar una oportunidad que a muchas no les pudo tocar, y te niegas a cumplir con el pedido de tu madre, así que vete.

—Entiendo, mamá, hablemos, ¿sí? Entremos para que lo hagamos en privado. Mira cómo todos se divierten, por favor… —Sin importar sus súplicas y lágrimas, su madre le cerró la puerta.

…… 

Mientras tanto, en la mansión Barrett:

Fastidiado, Sebastián miraba la gran mesa familiar, llena de diferentes platillos. Era tanta la extravagancia que aquello no parecía ser un desayuno, como comúnmente acostumbran.

La chica que era su prometida, elegida por su abuela, apareció junto a ella, agarrándola del brazo, como bastón de apoyo. Él levantó la mirada, entendiendo lo que pretendía su abuela y por qué lo había hecho ir a desayunar cuando varias veces se negó mediante una llamada telefónica.

—Nieto, deberías vivir en esta mansión. Tener a la familia reunida desde que empieza el día es lo más gratificante para una pobre anciana como yo —comentó la señora mientras se sentaba en una de las sillas principales.

Sebastián iba a hacer un comentario sarcástico, pero antes de abrir la boca, su madre le hizo señas para que no lo hiciera. A él únicamente le quedó poner los ojos en blanco y respirar profundo, soportando cómo su prometida se acomodaba a su lado.

—Hoy es un día especial. He invitado a la prometida de Sebastián para anunciar que la boda se realizará en 4 días. Y no se preocupen por nada, he contratado a los mejores organizadores. Mañana todos los invitados estarán recibiendo un correo para anunciar este evento de la familia Barrett— anunció la anciana con el mentón en alto.

—Abuela, ¿no te cansas? ¿De veras seguirás adelante con esto, cuando sabes que tengo a mi novia embarazada?— Sebastián tiró bruscamente la servilleta a la mesa.

—Esa arribista aceptó mi dinero. Era justo lo que buscaba y yo le ahorré la molestia. Porque las mujeres como ella, lo único que buscan con hombres como tú, es fortuna. El dinero lo mueve todo. Acordamos que abortaría— le contó la anciana con tanta frialdad que todos allí se quedaron estáticos.

Sebastián quería refutar, pero no podía. No conocía lo suficientemente bien a la mujer con la que quería firmar un trato, para saber si era capaz de aceptar el dinero de su abuela. Total, con dinero en el momento, resolvería su problema. 

«No debí confiar en ella. Tanto que me habló sobre la moral y lo malo que es mentir, y al final aceptó dinero de mi abuela cuando sabe que no soy el padre de su hijo», refunfuñó Sebastián para sí mismo, como si se reprochara, y sin importar que estaba siendo mal educado, se levantó de allí. 

Se iría a su empresa. Necesitaba trabajar, ocupar la mente para controlar la furia que amenazaba con surgir de su interior. 

Al momento de moverse en el asiento trasero de su coche, el sonido de una notificación en su celular lo hizo sacar el móvil de su bolsillo para mirar de qué se trataba.

“Acepto tu propuesta. Pero a cambio exijo que pagues terapias para mí, porque después de esto necesitaré reparar mi orgullo. Ser tu esposa de mentiras será traumático", Sebastián sonrió triunfante.

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