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¿Esposo De Mentiras? ¡Trato Hecho!
¿Esposo De Mentiras? ¡Trato Hecho!
Por: Naths
Capítulo 1. Completamente engañada.

 

"No me gustas. En realidad, debo confesarte que mientras estaba contigo, tenía a otra mujer, pero a ella sí la quiero y nos vamos a casar", estas palabras dichas por el hombre que amaba con locura, retumbaban en la mente de Lizbeth Weber como un eco cruel de su realidad. Mientras cruzaba la calle, sentía que su mundo se estaba derrumbando. No podía llorar, aún estaba en shock. La habían utilizado de la manera más tonta.

El ruido de la calle invadió su mente caótica mientras las luces de los coches formaban un telón parpadeante a su alrededor. Los colores vivos de los autos, las voces distantes de la gente, todo parecía un escenario distorsionado en tanto ella luchaba por mantener su compostura en medio del derrumbe emocional.

—¡¿Cómo pudo hacerme eso?! ¡Grandísimo idiota! — Las palabras escaparon de sus labios con una mezcla de rabia y desconcierto.

A mitad de la calle, sus piernas no se movían. Sentía que todo giraba a su alrededor. Todo pasaba rápidamente frente a sus ojos, y ni siquiera el sonido de un claxon que era presionado insistentemente era capaz de sacarla de su letargo. A pesar de que la señal de tránsito estaba en rojo, seguía en medio de ese torbellino, luchando por respirar, por mantenerse a flote en ese mar de caos.

—¿Qué le pasa a esa chica? ¿Estará buscando que la atropellen? — gritó Sebastián desde el asiento trasero de su coche, pasándose una mano por el cabello con aspereza y respirando frenéticamente, mientras se controlaba para no enfurecer.

—En el mundo hay muchas personas locas — rezongó entre dientes para sí mismo, y el sonido de una notificación en su teléfono lo hizo sacarlo del bolsillo interno de su traje. 

"Sebastián, querido nieto, te escribo para informarte que esta noche tenemos una cena con la familia Fischer. Recuerda que no debes hacer esperar a tus futuros suegros. Anabel Fischer es la mujer perfecta para ti, una abogada con su propio bufete y heredera del conglomerado Atlántico. A diferencia de esas arribistas que te rodean y que solo buscan adueñarse de nuestra fortuna, ella tiene la suya", leyó el mensaje de su abuela apretando el teléfono entre sus manos, a la vez que sentía cómo la cólera hacía hervir su sangre. 

Odiaba que le estuviera buscando una esposa, solo basándose en el valor de sus riquezas, sin importarle lo que él sentía. Aunque había creado sus negocios por aparte para desligarse de la fortuna familiar, su abuela dominante quería seguir complicándole la vida, creyendo que tenía derechos sobre él, un hombre independiente, alguien que no necesitaba hacer alarde de su gran apellido o riqueza.

—Me casaré con la primera chica pobre que esté dispuesta a ser mi esposa, abuela. Te mostraré que a Sebastián Barrett no lo domina nadie — aseguró el alemán muy firme, sin dejar de ver el mensaje, y una sonrisa ladina se dibujó en su rostro.

—¿Qué hago, señor Barrett? Esta señorita nos está impidiendo el paso — le preguntó el conductor sin alejar la mirada de aquella chica, que se notaba mal.

—Si está realmente herida, llévala al hospital y paga las facturas médicas que correspondan. Pero si es un fraude, demándala.  No me hagas perder mi precioso tiempo— ordenaba en el mismo momento en que la joven se derrumbó frente al coche. 

….

—¿Dónde estoy? — murmuró Lizbeth, aun con los ojos cerrados, escuchando de fondo el ruido de unas voces lejanas del personal médico que se mezclaban con el zumbido de la maquinaria y el leve olor a desinfectante. —¡Es un hospital! — Afirmó, escandalizada, sentándose de golpe, y viendo todo borroso. Comenzó a tocarse la cara y a tantear el lugar en el que estaba.

—¡Mis lentes! ¿Dónde están? — "Señor Barrett, felicitaciones, su esposa está embarazada", escuchó decir un doctor mientras entrecerraba sus ojos para verles los rostros a él y al hombre de traje gris que estaba junto a su camilla.

Las palabras del doctor resonaron como un eco distante en su mente confusa. Lizbeth no podía asimilar que estuvieran hablando de ella. Se tocó el vientre con incertidumbre y desconcierto.

—Se equivoca, no conozco a esta señora — le respondió Sebastián al doctor. 

—Lo siento — se disculpó el médico apenado.

—No… no puedo ser yo, no puedo estar embarazada — musitó con abnegación, sacudiendo la cabeza para los lados. Su corazón latía con fuerza mientras digería la revelación inesperada, que la estaba dejando en un estado de desconcierto total.

—Sí, señorita, usted está embarazada — le rectificó el doctor antes de retirarse, provocando que Lizbeth empezara a llorar desconsoladamente.

—¡No puedo tener un hijo de ese hombre engañoso! ¡Por favor, dígame que está equivocado, se lo suplico! — gritaba aturdida, sin saber qué hacer. Sentía que su cuerpo se estaba sumergiendo en el fondo de una gran fosa profunda y con cada segundo que pasaba, su vida se iba extinguiendo.

—Pagaré la factura médica, aunque no me corresponda — le dijo ese hombre de voz fría e indiferente, mientras daba media vuelta para irse. Pero Lizbeth atrapó una de sus manos.

—Ayúdeme, por favor, señor —. Sebastián se quedó rígido al escuchar su ruego. 

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