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Capítulo 2. El Escándalo de los Barrett.

 

Un mes después:

La familia Barrett celebraba con gran pompa en uno de los hoteles más distinguidos de la ciudad. La ocasión era excepcional, pues tratándose de la tercera familia más poderosa de Núremberg, tanto la prensa como las personas influyentes se encontraban presentes.

—En 15 días la familia Fischer y los Barrett se unirán— celebró la abuela de Sebastián.

Esta mujer, de pelo blanco y arrugas marcadas, irradiaba autoridad. A pesar de su avanzada edad, su dominio sobre cada miembro de la familia era innegable. 

Mientras tanto, Sebastián apretaba con furia la copa de champán, incapaz de ocultar su descontento. No haber logrado encontrar a una mujer de origen humilde para desafiar a su autoritaria abuela lo llenaba de frustración. La veía sonreír triunfante y sentía una furia incontrolable. 

Se le antojaba levantarse en ese mismo instante, desentenderse de todo y romper el compromiso que no había autorizado. Se sentía como un títere manipulado para aumentar las riquezas de su familia, mientras sus hermanos, ansiosos por ganarse el favor de la abuela y el padre, no hacían más que consentirlo todo. Querían verse dignos de dirigir la empresa, convertirse en CEO sin importar lo que tuvieran que hacer para lograrlo.  

Pero él no quería eso. Con su propia empresa televisiva, no veía razón para someterse a semejante situación. Solo sentía la necesidad de liberarse de ese falso compromiso.

Conociendo su intención, su madre, una mujer obediente a su abuela, le puso una mano en la pierna derecha.

—No lo hagas, Sebas, hijo, no seas imprudente. Tu abuela está muy mayor para que le hagas ese desaire— le rogó la mujer de ojos tristes, calmando su furia. Ella era la única que podía controlarlo, y por ella haría lo que fuera, aunque significara sacrificar su felicidad.

—Hagamos un brindis, mientras el reportero del mejor noticiero del país nos toma una foto. Debemos anunciar a todos la unión de estas dos poderosas familias— anunció el padre de Sebastián con orgullo y sus palabras se perdían en medio de la rabia que consumía a Sebastián.

De repente, una voz furiosa resonó en el salón:

—¡Sebastián Barrett, sinvergüenza, irresponsable!— Los integrantes de ambas familias voltearon a ver a la mujer colérica que gritaba desde la entrada de aquel glamoroso salón.

 Los murmullos llenaron el salón.

A leguas se notaba que era una señora fuera de lugar en aquella sociedad. Que apretaba los puños a cada lado de su cuerpo, el cual temblaba de enojo; y sus ojos rojos estaban fijos en esa mesa, parecían los de una fiera dispuesta a atacar. 

La conmoción se apoderó del ambiente y los periodistas comenzaron a grabar el escándalo en vivo.

Mientras tanto, Sebastián fruncía el ceño al verla, sin reconocerla.

—Hazte responsable de mi hija. No aceptaré que te cases con otra mujer mientras mi hija está esperando a tu hijo— volvió a gritar la mujer.

—Mamá, ¿qué haces?— El grito de una chica que corría agitada, irrumpiendo en el lugar, desencadenó un torbellino de confusión. Entonces, Sebastián, cada vez más desconcertado, supo de quién se trataba, pero no entendía por qué esa señora hacía tal escándalo, acusándolo de algo que no había hecho.

—Hijo, ¿qué está ocurriendo aquí?— le preguntó su padre con dureza. Se podía ver el reproche en su mirada.

—Lo voy a arreglar ahora, denme unos minutos—murmuró Sebastián entre dientes mientras observaba a Lizbeth, avergonzada y apurada, sacar a su madre del lugar ante la mirada inquisitiva de los presentes.

—¿Qué demonios significa esto? —le preguntó Sebastián con una mirada de desconcierto, frunciendo el ceño mientras observaba a las dos mujeres que estaban sentadas en un sofá, ya en un espacio privado.

—Deja de ser tan canalla y cásate con mi hija —le exigió la mujer que estaba siendo detenida por su hija, ya que luchaba por pegarle un pescozón a Sebastián.

Sebastián se enderezó, con las venas de su cuello y frente marcadas, y rostro cortante. Era un hombre muy mediático, y este escándalo era una mancha en su reputación, algo inaceptable.

—Señora, contrólese, deje de insultarme —solicitó con firmeza, y algo molesto.

—Si pudiera esperar afuera mientras hablo esto con su hija, me haría un gran favor —la mujer iba a refutar, pero los dos agentes de seguridad, parados a su lado, no la dejarían hacer lo que quisiera.

—No te dejes engatusar, porque tendrás que irte de mi casa —Lizbeth se vio siendo amenazada por su madre, que la señalaba con su dedo acusador.

—¡Te ayudé y así es como me pagas! —gritó Sebastián a una Lizbeth temblorosa frente a él. Ella no se atrevía a verle a la cara, aunque ahora tenía sus lentes y podía detallarlo mejor.

—Lo siento, todo esto es un error —dijo con voz trémula y ojos aguados.

—Claro que es un error. Te llevé a un hospital sin conocerte y luego te encaminé a tu casa, simplemente te dejé mi tarjeta porque soy buena persona y me pareciste lamentable. ¿Por qué me pagas de esta forma? ¿Por qué tu madre aparece aquí gritando y haciendo un alboroto?

—Mi mamá encontró tu tarjeta en mi bolso mientras discutíamos. Sin preguntar, dedujo que eras el padre de mi bebé. No le dije que me engañaron, me daba vergüenza —explicaba ella, entrelazando sus dedos sin atreverse a levantar la cabeza.

—Y ahora, ¿qué haré con este escándalo? Siempre me hago responsable de mis errores, y este no es mío —él señaló su vientre y ella lo vio un segundo antes de volver la vista al suelo.

—Dime cómo lo resuelvo, hablaré con mi madre y con la prensa, limpiaré tu nombre, no tienes que preocuparte —le decía ella, viéndolo caminar de un lado a otro con una mano en la cintura, mientras que con la otra se peinaba la cabellera negra y sedosa.

En un momento, el hermoso hombre alto, un adonis en todos los sentidos, se detuvo abruptamente y centró sus ojos ambarinos en ella, escudriñándola por completo: una chica sin nada de gracia, con unos lentes enormes y feos, mal vestida, y sin nada que a él le pareciera atractivo, de verdad que no era su tipo.

«Puedo hacer de esta la oportunidad que necesito. Mi abuela se pondrá histérica si me caso con esta chica. Y le demostraré que no soy manipulable como mis hermanos», pensó, sin apartar su vista de ella.

—¿Estás dispuesta a ser mi esposa por contrato durante dos años? —Ella miró a todos lados buscando a alguien más allí dentro.

—¿Me dices a mí? —señaló a sí misma incrédula.

—Sí, a ti. Necesitas tiempo para encontrar una salida y yo necesito a una esposa para que mi abuela me deje en paz. Es un trato que nos beneficia a ambos.

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