Capítulo 3
Mientras Leticia la miraba atónita, Silvia tomó su maleta y se marchó sin mirar atrás.

Y, al salir de la casa de los Ferrero, vio cómo Lucía abría la ventanilla del coche y asomaba la cabeza para lanzarle un beso con una ceja levantada:

—Nena, sube. Tenemos que celebrarlo.

Eso decía, pero Lucía sabía bien que Silvia se acababa de divorciar y estaba deprimida, por lo que solo la llevó a un restaurante de temática musical, en donde le preguntó los pormenores de su divorcio.

—¿Otra vez Fátima? —preguntó, con evidente molestia—. Pero ¿qué le ve Carlos?

—No lo sé... —respondió Silvia, con un tono perezoso, mientras removía su café.

Silvia no conocía a esa mujer, ya que había conocido a Carlos cuando Fátima se había marchado del país.

Se decía que Fátima era tan gentil y buena, que cuando Carlos y el anciano Ferrero se pelearon por ella, esta había sido muy comprensiva y había persuadido a Carlos de que no discutiera con su abuelo, gracias a lo cual Carlos se había casado con Silvia.

Viendo que su amiga no quería seguir hablando de aquello, Fátima apoyó la barbilla sobre sus manos, y cambió de tema:

—Bueno, Carlos es bastante generoso, te dio casas, coches y ocho millones... —Hizo una pausa y miró a Silvia con pesar—. Lástima que no te haga falta nada de todo eso.

Después de la muerte de Hugo Somoza, el padre de Silvia, esta no había querido lidiar con la empresa, por lo que se la había entregado a su primo, Marcos Somoza, para que la gestionara. De esa manera, ella solo tenía que cobrar cómodamente los dividendos. El mundo exterior pensaba que el Grupo Somoza había pasado a ser posesión de Marcos. Eso, sumado a que Silvia y Carlos tenían un acuerdo de propiedad, la familia Ferrero siempre había creído que Silvia no tenía un centavo.

—Nadie rechazaría más dinero —respondió Silvia, un poco distraída.

Lucía miró a Silvia, quien no llevaba ni una gota de maquillaje y se le encogió el corazón.

—¡Eso es verdad, nena! —dijo con repentina generosidad—. Toma ese dinero para comprarte ropa y bolsos, y deshazte de la familia Ferrero como una reina. Pero Sisi, ¿has pensado qué vas a hacer después de dejar a los Ferrero?

La mirada de Silvia estaba fija en la distancia, mientras los recuerdos volvían a su mente.

Cuando sucedió lo de su padre, estaba cursando una doble licenciatura en psicología y música en la universidad, las cuales tuvo que abandonar por un tiempo. Había recibido su diploma un año después, y, para entonces, ya estaba casada con Carlos, por lo que luego se dedicó a ser ama de casa a tiempo completo durante tres años...

Nunca se había detenido a pensar lo que haría en el futuro.

—No pasa nada —repuso Lucía, con una sonrisa, mientras la tomaba de la mano—,tienes mucho tiempo para pensarlo bien. Lo más importante ahora mismo es que, después de cenar, te llevaré de compras, y. en unos días, te llevaré a cazar al Monte Luz. —Hizo una pausa y le guiñó un ojo, un tanto emocionada, y añadió—: Daniel estará allí también.

Los ojos de Silvia brillaron de sorpresa, aquel era conocido como el señor Daniel de la familia Caballero, los magnates de la industria inmobiliaria. Siempre había sido misterioso y adinerado, por lo que era raro que se interesara por ese tipo de eventos.

Sin embargo, Silvia solo sintió curiosidad por un instante.

Después de cenar con Lucía, Silvia no tenía muchas ganas de ir de compras y se limitó a pasar su tarjeta y pedir a la dependienta que le enviara a domicilio lo que a Lucía le había gustado.

—Por cierto, Sisi, no te lo había dicho antes porque estabas muy ocupada, pero el profesor Cisneros no se encuentra bien últimamente —le recordó Lucía, de repente, antes de irse—, así que deberías ir a verle cuando tengas un rato.

Cisneros era su profesor en la Universidad Santa Mónica, o, mejor dicho, su mentor en psicología, por lo que Silvia s supo de inmediato de quién hablaba y asintió, tras lo cual tomó un taxi de regreso a su pequeño apartamento.

Tras abandonar la casa de los Ferrero, Silvia se había marchado a vivir a un pequeño piso que tenía cerca de donde vivía Lucía, y, como la limpiadora iba a menudo, no había tenido problemas para instalarse de inmediato.

Sin embargo, en ese momento, justo al llegar a su edificio, inesperadamente, vio a Carlos esperándola, apoyado en el coche, en cuyo interior también había una mujer, que sonreía de manera dulce y conmovedora, con ojos gentiles y delicados.

Silvia entornó los ojos y su corazón latió ligeramente, esa chica realmente tenía la pinta de ser el prototipo de Carlos.

Al verla, la mujer bajó del coche y se dirigió hacia ella, aferrándose al brazo de Carlos, sonriendo cálida y amablemente, antes de tenderle la mano:

—Hola, Silvia, soy Fátima Gómez.
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