Silvia detuvo su paso, parecía tranquila, pero no devolvió el apretón, por lo que Fátima se tensó ligeramente.—El abuelo se enteró de lo nuestro —comenzó a decir Carlos, sacándola de aquella incómoda situación—, y quiere que vayas a cenar esta noche. Vine a recogerte porque tienes el móvil apagado.—De acuerdo —asintió Silvia, mirando el celular y comprobando que en verdad estaba apagado—: Primero, voy a cargarlo. Estaré allí en un rato —añadió, dejando en claro que no iría con ellos.—¿Qué tal si espero a que bajes...? —inquirió Carlos, frunciendo el ceño.—No —lo interrumpió Silvia, con una sonrisa—. Iré por mi cuenta. Y, si te viene bien, mañana a las nueves, iremos por el certificado de divorcio —añadió, mirando a Fátima, al ver que él se quedaba en silencio. —¿Es tan urgente? —preguntó Carlos, un tanto frustrado, aunque Silvia no entendía por qué. —Sí, es urgente —asintió Silvia, con seriedad.Tras aquellas palabas, Carlos no dijo nada más y, con una expresión tensa, rápidament
Mientras pensaba, una mano cálida le sostuvo suavemente, Carlos inclinó la cabeza y Fátima le miró con preocupación: —Carlos, ¿estás mal del estómago, quieres un poco de sopa?Pero Carlos negó con la cabeza.Cuando Silvia terminó de saludar al anciano, se sentó, silenciosamente, ajena a la interacción de aquellos dos, mientras que, en cambio, el anciano Ferrero soltó un gruñido desdeñoso.En la familia Ferrero, era una regla no hablar durante la cena, y Silvia, que tenía poco apetito, solo tomó algo por acompañar al anciano.Cuando terminó la comida, el anciano Ferrero la miró, diciendo: —Me contaron todo, Sisi, pero no te preocupes, toda la familia Ferrero solo te reconoce a ti como la legítima esposa de Carlos. —Hizo una pausa, mirando recelosamente a Fátima y a Carlos, quienes tenían una expresión tensa, e insinuó—: ¡Incluso si alguien tiene que dejar la familia Ferrero es la rompehogares y ese bastardo irresponsable!Ante aquella aseveración del anciano, Silvia no sabía qué decir
—Se casó contigo, a pesar de que tu madre es mala e indiferente con ella —dijo el anciano con un tono triste, mientras dejaba la taza de té sobre la mesa, con la mirada perdida—. Las veces que estuvo enferma, siempre fue Silvia quien llamó primero al médico, y todo lo que quisiera o le gustara a tu hermana, era ella quien sacaba dinero de su bolsillo y se lo compraba. Eso sin contar con las veces que llegabas tarde a casa. Ella siempre ha estado allí esperándote con la cena preparada. ¡Esa vez que te dolía el estómago, se quemó la mano para cocinarte una sopa! —Suspiró—. Incluso cuando murió su padre. Carlos, Sisi ha hecho tanto por ti, pero no lo ves. En cambio, ¿qué ha hecho Fátima? Solo te puso un poco de sopa. ¿En serio con eso piensas que es la mejor del mundo?Carlos escuchaba, mientras su mano se cerraba poco a poco en un puño, y la oscuridad brotaba bajo sus ojos oscuros como la tinta.Silvia no sabía lo que había dicho el anciano, pero aun así tuvo una rara noche de sueño repa
Las pestañas de Silvia se agitaron, mientras pensaba que si, en ese entonces, no se hubiera casado con Carlos se habría convertido en psicóloga. Sin embargo, ahora que llevaba varios años fuera del oficio, ¿realmente podría regresar a lo que tan bien se le dabaEl profesor Cisneros también vio la vacilación en su corazón, y la persuadió con voz cálida: —No hay prisa, pero, si tienes la intención, estoy dispuesto a ayudarte.—Gracias, profesor —le agradeció, sintiendo una grata calidez en su corazón.En verdad, dado que no había tenido tiempo de visitar al profesor en los últimos años, no esperaba que él se acordara de ella.Silvia volvió a preguntar con preocupación por el estado del profesor, charló con él durante un buen rato, e incluso este, entusiasmado, le ofreció quedarse a comer, por lo que Silvia no se despidió de él hasta bien tarde.Silvia se había preocupado de recoger la ropa y el equipo que había preparado, por lo que, llegada la hora Lucía pasó a recogerla y ambas se dir
«Qué guapo», pensó Silvia, sin poder evitarlo, mientras tomaba la escopeta. Una vez que Daniel se hubo cambiado y la multitud se preparó, los cazadores entraron en el coto siguiendo las instrucciones del instructor de campo.Por supuesto, una gran parte había ido expresamente por el nombre de Daniel, por lo que los que no eran buenos cazadores se quedaron en el campamento para observar. Entre los cuales se encontraban Carlos y Fátima. La familia Caballero había los prismáticos y todo tipo de bebidas y aperitivos, y había muchos ciervos pequeños en la parte de atrás, lo que hacía que no fuera aburrido quedarse allí como público. Además, la gran mayoría, estaban interesados en la caza, por lo que observaban todo a través de los prismáticos. Carlos pensó en las palabras de Silvia y tomó un par de binoculares.Dentro del coto de caza había un enorme campo de césped. Silvia estaba montada a caballo, y se oía el sonido del viento que pasaba silbando. Inexplicablemente, sintió una leve exc
Silvia alzó la vista, encontrándose con un par de hermosos ojos. El hombre era elegante y apuesto, pero su temperamento era demasiado apacible, y sonreía como un joven inocente y encantador. Silvia no lo conocía, y Lucía también lo miró con cierta duda. —Me llamo Martín Batalla —se presentó él con simpatía, mientras colocaba el ave negra junto a ellas, sin cortarse un pelo—, soy el chef del señor Daniel, él me hizo traerle el plato del ave que cazó para que lo pruebe.«¿Chef?»Silvia levantó la vista, ¿qué tipo de chef llevaría un reloj de millones?—Martín —soltó Lucía—, ¿todos los chefs del señor Daniel son así de ricos?—Digamos que el rico es el señor Daniel —respondió él con suficiencia, mientras les servía un corte de ave.Tanto Lucía como Silvia no pudieron evitar reír, y sus risas no tardaron en llegar a los oídos de Carlos, exasperándolo.Desde su perspectiva, la mujer estaba pinchando un trozo de carne asada con un tenedor de plata y llevándoselo a la boca con una sonrisa,
El banquete de la barbacoa duró más de tres horas, en las que todos no hicieron más que disfrutar.A mitad de la jornada, Silvia se escabulló en busca de su premio, en compañía del personal.Según las normas de Daniel, podía llevarse el poni u otro animal que quisiera. Y Silvia acabó eligiendo un pequeño siervo, a pesar de su gusto por los caballos; ya que, inconscientemente, pensó que un caballo no era apto como mascota. Una vez que hubo escogido su trofeo, un guardaespaldas la detuvo, adoptando una postura respetuosa.—Señorita Somoza, el señor Daniel quiere verla.Naturalmente, dado que no había otro Daniel, no tardó en comprender de quién se trataba.Sin decir nada, Silvia siguió al guardaespaldas hasta el primer piso, en donde el hombre se encontraba sentado ociosamente en una silla junto a la ventana, mientras Martín mezclaba atentamente una bebida, los cubitos de hielo refractando una luz sensual al sumergirse en el licor ambarino.Al verla llegar, a Martín se le iluminaron los
Aunque Martín había seguido a Daniel durante algunos años, al final era su chef personal, por lo que su identidad era todo un misterio. Por este motivo, Carlos y su gente no lo habían visto nunca. Sin embargo, todos oyeron cómo saludaba a Lucía y Silvia con total naturalidad. —Hace mucho frío, ¿qué tal si las llevo de vuelta? —preguntó, tras mirar a la multitud, con una sonrisa. Lucía se emocionó y sus ojos se iluminaron de inmediato, pensando que el enemigo del enemigo era un amigo; poder dejar mal a esa parejita maldita era todo un placer —Pues, claro, muchas gracias —respondió, sin pensarlo dos veces.Silvia no pudo evitar sonreír, aunque en el fondo sabía que el carácter de Martín no era tan considerado, y que había sido Daniel quien le había pedido que se ofreciera a llevarlas.No obstante, no dijo nada y siguió a Lucía hasta el coche, mirando el pabellón oculto en la sombra, sin poder evitar recordar la petición del hombre.—Señorita Somoza, por lo que dice el profesor Cisnero