—¿Quién dice que no participaré en el concurso de conocimientos psicológicos de su universidad? —resonó una voz familiar.Silvia abrió los ojos de par en par y giró la cabeza, sorprendida.La puerta de la oficina del rector se abrió, y Fabiola entró acompañada de su asistente.Leticia miró a la recién llegada con incredulidad—: ¡Fabiola!Fabiola las ignoró completamente y estrechó la mano del rector—: Hola, soy Fabiola.—Profesora, ¿cómo es que está aquí? —preguntó Silvia, pasmada.—Te lo explicaré después —Fabiola se dirigió a Roberta—: Señora, ahora que confirmo mi participación como jurado en este concurso, ¿sigue considerando que existe algún problema?El rostro de Roberta se ensombreció. Intercambió una mirada con Leticia. ¿Cómo era posible que Fabiola hubiera aceptado?¿Sería posible que el señor Caballero la hubiera ayudado nuevamente entre bastidores?—Profesora Morales, ¿realmente acepta ser jurado del concurso? —preguntó el rector.Fabiola asintió—: Sí, ya puedo confirmarlo.
Un día antes del concurso, Silvia estaba muy ocupada en la escuela. Ella y el personal del departamento de actividades y planificación estaban arreglando el auditorio, e incluso el profesor Cisneros se quedó hasta tarde para asegurarse de que todo estuviera en orden.— ¿Ya guardaste las preguntas del concurso? —preguntó el profesor Cisneros.Silvia asintió con la cabeza:—Ya las coloqué en la caja fuerte de la sala de asesorías, y solo yo tengo la llave.El profesor Cisneros asintió:—Perfecto entonces.Después de que el profesor Cisneros se marchó, Silvia, aún preocupada, probó nuevamente todos los equipos del auditorio.Para cuando terminó de preparar todo, ya eran las once y media de la noche. Silvia suspiró exhausta, pero pensó que, sin importar el cansancio, todo valdría la pena si el concurso de mañana salía bien.Regresó a la sala de asesorías para recoger sus cosas, y antes de salir recibió una llamada de Vivian.— ¿Vivi?A través del teléfono se escuchó la voz preocupada de Vivi
— No quiero ir al hospital, solo necesito tomar algo para el dolor —murmuró Silvia.Daniel apretó con más fuerza el volante:— ¿Siempre te duele tanto?—Normalmente no, pero hoy tomé una cerveza helada.— ¿No lo recordabas? —la voz de Daniel sonaba algo sombría.Silvia se quedó perpleja un momento:—Sí lo recordaba, pero me emocioné y se me olvidó.El auto se detuvo frente al hospital. A medianoche no había filas para registrarse, solo médicos de urgencias y de guardia.Afortunadamente, la doctora de guardia era de ginecología. Le recetó medicamentos, incluyendo algunos para el dolor.—Recuerda, toma la medicina una vez al día, sin falta —indicó la doctora.Silvia asintió:—Entendido.En realidad, quería decir que no era necesario hacer tanto escándalo. Normalmente no le dolía tanto, solo que hoy había olvidado y bebió una cerveza.De vuelta en el auto, Daniel parecía más serio. Estacionó frente al edificio de apartamentos y subió al ascensor con la bolsa de medicamentos.Silvia se quedó
—Fírmalo.Una voz fría y grave sonó por encima de su cabeza, y una copia de los papeles del divorcio apareció delante de ella. Silvia Somoza se sobresaltó ligeramente, y miró a Carlos Ferrero en silencio, esbozando una amarga sonrisa.Ya entendía todo.No era de extrañar que esa mañana la llamara para decirle que aquella noche tenía algo que decirle, ya que normalmente no lo hacía.Llevaba todo el día alegrándose por esa llamada, pero resultaba que lo que le iba a decir era aquello...Tres años de matrimonio que finalmente habían llegado a su fin.Sin decir nada, Silvia tomó los papeles del divorcio, apretándolos un poco, antes de preguntar con la voz un poco ronca: —¿Tenemos que divorciarnos sí o sí?Carlos frunció el ceño, evaluando a la mujer que tenía delante.Parecía que acababa de ordenar la habitación, unas gotas de sudor aún resbalaban por su frente, tenía la mirada cansada y desconcertada, y unas gafas de montura gruesa destacaban en su rostro sin maquillaje. Daba la sensació
Silvia bajó la mirada mientras escuchaba la conversación que se desarrollaba fuera del estudio.En los años transcurridos desde que se había casado con Carlos y había pasado a formar parte de la familia Ferrero, siempre había tratado de la mejor forma a su suegra y a su cuñada. Incluso había sido la que había cuidado de Leticia en el hospital cuando la operaron tras un accidente de coche. Y en el caso de Roberta, fue tratada con aún más respeto y cuidado.Sin embargo, al parecer, no importaba cuánto se esforzara, la actitud de los Ferrero nunca cambiaría.La llamada de Lucía Lázaro no tardó en llegar, y en su voz se podía oír un leve dejo de cansancio:—Sisi, ¿estás segura de que no quieres ir? Recuerdo que te encantaba la caza en el campo, por no hablar de la oportunidad de hacer carreras de autos.Silvia se quedó perpleja por un momento, mientras algunos recuerdos comenzaban a acaparar su mente.Antes de casarse con Carlos, Silvia disfrutaba de la caza, las carreras automovilísticas
Mientras Leticia la miraba atónita, Silvia tomó su maleta y se marchó sin mirar atrás.Y, al salir de la casa de los Ferrero, vio cómo Lucía abría la ventanilla del coche y asomaba la cabeza para lanzarle un beso con una ceja levantada: —Nena, sube. Tenemos que celebrarlo.Eso decía, pero Lucía sabía bien que Silvia se acababa de divorciar y estaba deprimida, por lo que solo la llevó a un restaurante de temática musical, en donde le preguntó los pormenores de su divorcio. —¿Otra vez Fátima? —preguntó, con evidente molestia—. Pero ¿qué le ve Carlos?—No lo sé... —respondió Silvia, con un tono perezoso, mientras removía su café. Silvia no conocía a esa mujer, ya que había conocido a Carlos cuando Fátima se había marchado del país.Se decía que Fátima era tan gentil y buena, que cuando Carlos y el anciano Ferrero se pelearon por ella, esta había sido muy comprensiva y había persuadido a Carlos de que no discutiera con su abuelo, gracias a lo cual Carlos se había casado con Silvia.Vien
Silvia detuvo su paso, parecía tranquila, pero no devolvió el apretón, por lo que Fátima se tensó ligeramente.—El abuelo se enteró de lo nuestro —comenzó a decir Carlos, sacándola de aquella incómoda situación—, y quiere que vayas a cenar esta noche. Vine a recogerte porque tienes el móvil apagado.—De acuerdo —asintió Silvia, mirando el celular y comprobando que en verdad estaba apagado—: Primero, voy a cargarlo. Estaré allí en un rato —añadió, dejando en claro que no iría con ellos.—¿Qué tal si espero a que bajes...? —inquirió Carlos, frunciendo el ceño.—No —lo interrumpió Silvia, con una sonrisa—. Iré por mi cuenta. Y, si te viene bien, mañana a las nueves, iremos por el certificado de divorcio —añadió, mirando a Fátima, al ver que él se quedaba en silencio. —¿Es tan urgente? —preguntó Carlos, un tanto frustrado, aunque Silvia no entendía por qué. —Sí, es urgente —asintió Silvia, con seriedad.Tras aquellas palabas, Carlos no dijo nada más y, con una expresión tensa, rápidament
Mientras pensaba, una mano cálida le sostuvo suavemente, Carlos inclinó la cabeza y Fátima le miró con preocupación: —Carlos, ¿estás mal del estómago, quieres un poco de sopa?Pero Carlos negó con la cabeza.Cuando Silvia terminó de saludar al anciano, se sentó, silenciosamente, ajena a la interacción de aquellos dos, mientras que, en cambio, el anciano Ferrero soltó un gruñido desdeñoso.En la familia Ferrero, era una regla no hablar durante la cena, y Silvia, que tenía poco apetito, solo tomó algo por acompañar al anciano.Cuando terminó la comida, el anciano Ferrero la miró, diciendo: —Me contaron todo, Sisi, pero no te preocupes, toda la familia Ferrero solo te reconoce a ti como la legítima esposa de Carlos. —Hizo una pausa, mirando recelosamente a Fátima y a Carlos, quienes tenían una expresión tensa, e insinuó—: ¡Incluso si alguien tiene que dejar la familia Ferrero es la rompehogares y ese bastardo irresponsable!Ante aquella aseveración del anciano, Silvia no sabía qué decir