Capítulo 2
Silvia bajó la mirada mientras escuchaba la conversación que se desarrollaba fuera del estudio.

En los años transcurridos desde que se había casado con Carlos y había pasado a formar parte de la familia Ferrero, siempre había tratado de la mejor forma a su suegra y a su cuñada. Incluso había sido la que había cuidado de Leticia en el hospital cuando la operaron tras un accidente de coche. Y en el caso de Roberta, fue tratada con aún más respeto y cuidado.

Sin embargo, al parecer, no importaba cuánto se esforzara, la actitud de los Ferrero nunca cambiaría.

La llamada de Lucía Lázaro no tardó en llegar, y en su voz se podía oír un leve dejo de cansancio:

—Sisi, ¿estás segura de que no quieres ir? Recuerdo que te encantaba la caza en el campo, por no hablar de la oportunidad de hacer carreras de autos.

Silvia se quedó perpleja por un momento, mientras algunos recuerdos comenzaban a acaparar su mente.

Antes de casarse con Carlos, Silvia disfrutaba de la caza, las carreras automovilísticas y el buen vino, pero luego lo conoció a él en la casa de los Lázaro y se enamoró a primera vista, tras lo cual se enteró de que a él le gustaban las damas refinadas y virtuosas, lo que hizo que ella dejara, poco a poco, sus aficiones.

Era increíble que, en solo tres años, prácticamente hubiera olvidado cómo era antes de que él apareciera en su vida.

—Sisi, si de verdad no quieres que Carlos lo sepa —seguía insistiendo Lucía, al otro lado de la línea—, puedes guardarle el secreto, no hace falta dejar todo esto por un hombre. Además, Carlos...

—Nos divorciamos —dijo Silvia, interrumpiéndola con suavidad.

Lucía se quedó en silencio por un momento, antes de inspirar profundamente.

—¿Te despertaste de tu sueño o Carlos se volvió loco?

Ante aquella pregunta, Silvia sonrió, mientras contestaba:

—Él sacó el tema y yo estuve de acuerdo.

Sorprendida por la noticia, Lucía pensó que ese hombre era ciego y algún día se arrepentiría.

¿Cómo había podido divorciarse? ¡Si poder encontrar a una esposa como Silvia era la mayor suerte de la familia Ferrero!

—Felicidades, cariño. —El tono de Lucía denotaba cierta felicidad—: Te recogeré en unos minutos y celebraremos que por fin vuelves a ser soltera.

Silvia colgó, sonriendo, y miró el dormitorio principal que no tenía ni el más mínimo indicio de ser ocupado por dos personas, pensando que era hora de ponerle fin a todo aquello.

Silvia se dirigió a la habitación de invitados para recoger las cosas que le pertenecían, no tenía mucha ropa, dado que, después de casarse, ni siquiera tenía tiempo para arreglarse, por lo que no tardó en empacarlo todo.

Una vez estuvo todo listo, se quitó la alianza y la colocó en el mueble frente a la cama, incapaz de decir si había pesar o alivio en la mirada que le devolvía el reflejo.

Acto seguido, sacó la maleta y, al pasar por el salón, pensó que sería mejor despedirse de su exsuegra, pero no imaginó que, antes de que pudiera hacerlo, Leticia, con tono sarcástico, le dijera:

—Por fin te vas. A juzgar por tu pinta, nunca te ha pegado este sitio. Es evidente que estás aquí por el dinero, vaya, hasta parece que te crees Cenicienta...

Silvia se paró en seco y sin dudarlo tomó el vaso de agua que había sobre la mesa y se lo lanzó. El agua fría mojó a Leticia de pies a cabeza, enfureciéndola.

—Silvia, estás loca. ¿Cómo te atreves a arrojarme agua...?

Silvia se secó lentamente las gotas de agua de sus dedos y la miró fijamente, mientras respondía con voz tranquila:

—¿Por qué no me atrevería? Que sepas que hasta una gallina sabe contraatacar.

Leticia se quedó con la boca abierta, como si no pudiera creer que la mujer que tenía delante fuese la Silvia con la que todos se metían, y Silvia no pudo ocultar del todo la diversión que le provocó su expresión.

Llevaba tres años casada y, por muy exigentes que fueran Leticia y Roberta, siempre había hecho todo lo posible para satisfacerlas sin rechistar. Siempre había sido amable y bondadosa, sin importar los insultos y los regaños. Con el tiempo todos parecían haber olvidado que ella solía ser un alma libre que bebía y hacía siempre lo que quería.

Se rio por lo bajo, ya había aguantado suficiente, y no quería hacerlo más.
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